Paula la miró con calidez, le brindó una cálida sonrisa. —No hay cuidado, yo habría actuado igual, tranquila. —Acarició la mano de Soledad. —¿Le puedo pedir un favor? —preguntó Soledad, la miró con timidez. —Claro, el que gustes. —Me gustaría bañarme, ayer me ayudó una enfermera en el hospital, pero hoy no tuve tiempo, y no le puedo decir al doctor que lo haga. —Las mejillas se le enrojecieron. —Comprendo, con gusto, voy a ver si hay una silla en la ducha para que te sientes, ya que no puedes estar de pie mucho tiempo. —Gracias —contestó Soledad, suspiró profundo. Y mientras Paula la ayudaba a bañarse, un delicioso aroma provenía de la cocina, cuando Soledad ya salió de la ducha con una de los pijamas que le regaló la señora Duque, pantalón y blusa, el estómago le rugió por a