Soledad llegó al apartamento, se duchó, se colocó el pijama, cenó algo ligero, se acostó y empezó a mirar la televisión, entonces el sueño le ganó, se quedó dormida. De pronto un gran estruendo la despertó de golpe. Soledad abrió los ojos, se sentó, se llevó la mano al pecho, se puso de pie, salió descalza de la alcoba, otro trueno la asustó, se dejó caer en el piso, se abrazó a las rodillas, empezó a llorar. Entonces dolorosos recuerdos de su infancia bombardearon su mente. —Mira abuelito, allá hay una muñeca, vamos a recogerla —solicitó con su tierna voz. —Pero ya es tarde mi niña, y está empezando a llover, además está hasta allá arriba, y yo estoy cansado. La pequeña Soledad dibujó en sus labios un puchero, sus ojitos se llenaron de lágrimas, apenas tenía ocho años en ese ent