Soledad no le había dado una respuesta de inmediato a Tamara, no era sencillo aceptar semejante propuesta, volvió al hospital donde estaba internada su abuela, y tanto rogarle a una enfermera la permitieron pasar a verla.
La anciana yacía inconsciente sobre una dura camilla, en una habitación muy fría,
—No sé qué hacer, no puedo dejarte morir, tú eres lo único que me queda en la vida, esa mujer quiere que alquile mi vientre, pero no sé si eso sea legal, tengo miedo —susurró—, ella dice que pagará todo el tratamiento, y que apenas nazca el niño se lo entregaré, no será mi hijo, pero no sé qué pensar.
—Muchas mujeres alquilan su vientre. —Una enfermera que había ingresado a tomar los signos vitales de otro paciente que se hallaba en la misma alcoba habló—, es un procedimiento legal, eso sí, debes asegurarte bien de lo que firmas, y lo importante no establecer vínculos con ese bebé, porque como bien dices no es tuyo, no te pertenece, es como si le estuvieras rentando una casa, al final se sabe que el dueño es otra persona.
—¿No tendré problemas legales? —preguntó Soledad, observó a la enfermera con atención.
—Sí, todo se hace como es debido no, y sobre todo si tú no deseas adueñarte de ese bebé, se han dado casos que la madre subrogada se encariña con el niño, y no lo quiere entregar —comentó—, claro que para tener un hijo se debe contar con los recursos para mantenerlo, y tener dinero para esos litigios legales, así que debes analizar muy bien los pros y los contras.
—Gracias —susurró Soledad, y salió de la habitación, fue a sentarse en una banca, cruzó sus brazos, pensativa.
****
—¡Encontré a la mujer qué será la madre de mi bebé! —exclamó Tamara a Margarita, su amiga.
—¿Quién? —preguntó arrugando el ceño.
—¿Recuerdas a la mujercita esa del incidente en la fiesta, la que hacía la limpieza?
—¿La que mandaste a despedir? —cuestionó Margarita, miró a su amiga con una expresión de desconcierto—, pensé que no la soportabas.
—Y no la soporto, pero está muy necesitada, parece que tiene a su abuela muy enferma, tuvo la osadía de venir a buscar a Juan David, se ve que es una arribista e interesada, la tipeja esa, pero a mí me conviene usar la enfermedad de esa vieja para mis fines.
—Me asustas cuando te oigo hablar de ese modo —recalcó Margarita. —¿Cómo harás para que Christopher no se entere? O ¿Cómo piensas simular tú un embarazo?
Tamara ladeó los labios, se sentó en una silla muy relajada.
—Es sencillo, le dejaré una carta a Cris, diciendo que estoy embarazada, qué sé que él no desea tener hijos, y por eso me voy para no presionarlo, que no voy a exigir nada, tú sabes la dignidad, ante todo —mencionó sonriente—, cuando la estúpida esa dé a luz, volveré con el bebé, y se lo presentaré a Cris, diré que pensé mejor las cosas, él cuando vea a su hijo, no lo va a rechazar.
—¿Y sí, las cosas no salen como las planeas? ¿Si algo ocurre? —preguntó Margarita, sintiendo un escalofrío.
—Si eso pasa, te dejaré a ti una carta sellada, ahí contaré la verdad —mintió, tenía otros planes en esa confesión.
—¿En serio? ¿Contarás todo?
—Sí, si algo me llega a pasar, tú le entregarás ese documento a Cris. ¿Harías eso por mi?
—Por supuesto, somos amigas, y si vas a decir la verdad cuenta conmigo.
Ambas agarraron sus bolsos y fueron al hospital público ubicado cerca de una de las comunas de la ciudad. Con temor a ser asaltadas o hasta asesinadas a manos de algunos de los maleantes que abundaban en esa zona, entraron al hospital, averiguaron por la abuela de Soledad, y se dirigieron a la sala de espera.
—Hola, vine a ver cómo sigue tu abuela, y espero hayas tomado la decisión.
—Mientras siga en este hospital, mi abuela no va a mejorar —susurró y se mordió los labios—, lo he pensado mucho…—El corazón de Soledad empezó a latir con fuerza—, acepto la propuesta.
La mirada de Tamara brilló por completo, si no fuera porque ella no se mezclaba con la gente pobre, hubiera abrazado a Soledad.
—Perfecto, voy a iniciar los trámites para trasladar a tu abuela al hospital privado, ah, pero no se te ocurra jugarme torcido —advirtió la miró de forma amenazante—, porque ahora la vida de tu familiar está en mis manos.
Soledad tembló, sintió un escalofrío.
—Mi abuela es lo único que tengo, por ella soy capaz de todo.
Esa misma noche trasladaron a la abuela de Soledad en una ambulancia al hospital privado en donde trabajaba Tamara y Cris, ese lugar era el mejor centro hospitalario de la región.
****
Al día siguiente, cuando Cris volvió a su jornada laboral, le pasaron un expediente.
—Carmen López, edad setenta años, paciente con hipertensión arterial tipo tres, sufrió un derrame cerebral, y padece un aneurisma, que requiere rápida intervención.
Enseguida llamó a una de las enfermeras.
—¿Se encuentra aquí algún familiar de la señora López? —preguntó.
La enfermera inhaló hondo.
—Esa mujer es abuela de la muchacha que hacía la limpieza, la que tuvo el incidente con su hermano la otra noche, no creo que tengan para pagar la cirugía, no tengo muy claro como la internaron.
Cris arrugó el ceño, pensó que servicios sociales se había hecho cargo, antes de hablar con ellos, fue a la habitación donde estaba la paciente, requería examinarla, independientemente o no, de que si tenían dinero para la cirugía era un ser humano, y él había jurado salvar vidas sin importar el dinero.
Auscultó a la señora, le mandó a ser varios estudios, entonces salió a la sala de espera, miró a Soledad sentada en una banca, abrazada a sus rodillas, la muchacha se veía pálida, ojerosa, demacrada, era como si no hubiera dormido.
—Soledad.
La voz del médico la hizo brincar del susto, con rapidez limpió las lágrimas que escurrían por sus mejillas.
—Doctor Duque —habló en un hilo de voz.
—Me reportaron a tu abuela como paciente. —La miró, pero ella no se atrevía a verlo a los ojos, esquivaba su mirada.
Soledad asintió.
—¿Cómo la ve? ¿Se salvará?
—Le mandé a hacer varios análisis para determinar que daño causó el derrame, con respecto al aneurisma hay que operarlo, imagino que servicios sociales te informó.
Soledad negó, tenía la garganta seca.
—No, no he hablado con ellos.
—¿Cómo ingresaste acá a tu abuela?
Soledad se quedó en silencio, mordió sus labios, ya Tamara la había aleccionado bien.
—La doctora Tamara hace labor social en el hospital público cerca a la comuna donde vivo, anoche me la encontré ahí, ella me reconoció, y me ayudó a traer a mi abuela, me dijo que hablaría con usted, que ella va a correr con todos los gastos.
Cris alzó ambas cejas, no le sorprendía la labor altruista de Tamara, en ocasiones ambos habían ayudado a pacientes de escasos recursos.
—Bueno, entonces ella se encargará de los trámites, yo de operar a tu abuela, tranquila. —Sonrió, cuando iba a alejarse, ella lo agarró de las manos, y se atrevió a mirarlo.
—Por favor sálvela, no la deje morir, ella es lo único que tengo en la vida —suplicó, se reflejó en la azulada mirada del médico.
No era la primera vez que Cris recibía una súplica de ese tipo; sin embargo, ese roce de las manos de Soledad sobre las suyas de manera inexplicable estremeció su corazón, además vio en los ojos de ella la misma soledad que sentía su alma atormentada, sacudió la cabeza, y de manera brusca se soltó del agarre de la muchacha.
Ella separó los labios, pensó que había cometido un gran atrevimiento, él era tan distinto a ella, alto, elegante, de piel tan clara como la nieve, su cabello era dorado como el sol, sus ojos eran azul cielo, además era muy atractivo.
—Lo lamento, no quise incomodarlo —balbuceó.
—Haré lo posible. —Se retiró aturdido.
Christopher fue a buscar a Tamara, ella le informó lo mismo que dijo Soledad, ya había hecho el trámite de ingreso, iba a correr con los gastos de hospitalización y obviamente como conocía a Cris, él se iba a ser cargo de la cirugía sin costo.
Una hora después, Tamara le dio la noticia a Soledad, la abuela iba a ser intervenida esa misma noche, así que la mandó a casa a cambiarse, bañarse, requería hacerle los estudios para saber si podía ser la madre de su hijo.
Más tarde Soledad volvió, y enseguida Margarita le hizo todos los exámenes médicos. Esa misma noche la operación de la abuela fue un éxito, así que Soledad debía cumplir con parte del trato.
Al día siguiente, Margarita informó que la muchacha contaba con excelente estado de salud, así que Tamara, sin pérdida de tiempo, la llevó a una clínica de fertilización de un viejo amigo de ella, ese hombre no iba a ser preguntas a cambio que la doctora cumpliera con sus caprichos.
Antes de empezar le hicieron firmar todos los documentos pertinentes, y enseguida empezaron con el tratamiento indicado, cada duda de Soledad era respondida con mentiras de Tamara, y obviamente secundada por aquel médico sin escrúpulos.
Soledad procuraba visitar a su abuela en horario donde Cris no estaba de guardia, tenía temor a incomodarlo, pero las enfermeras le decían que la señora iba evolucionando bien, y que de un momento a otro iba a despertar.
Un mes después, la abuela despertó, pero no podía hablar ni moverse, requería terapia, de eso se hizo cargo Tamara, y luego llevó a Soledad a realizarse la prueba de embarazo en el laboratorio. La doctora caminaba impaciente de un lado a otro, hasta que les entregaron los resultados.
«¡Positivo!»
Esa palabra vislumbró los ojos de Tamara, el corazón se le aceleró.
—¡Voy a ser mamá! —exclamó casi saltando de júbilo.
Soledad se quedó en silencio, casi paralizada, estaba embarazada de un bebé que no le pertenecía, sintió un escalofrío recorrer su columna.
—Debes mudarte, no puedes seguir viviendo en esa comuna, te encontraré un lugar nuevo. —La mirada le brilló.
—¿Le va a dar la noticia a su novio? —preguntó mordiendo sus labios, entrelazando sus dedos.
—No, Cris aún no puede saberlo, a veces el producto se pierde, por eso debes cuidarte mucho.
Soledad asintió, Tamara la llevó con Margarita para qué le recetará las vitaminas que debía tomar.
Esa tarde Soledad entró a visitar a su abuela.
—Ay abuela, si supieras lo que hice, quizás no estarías de acuerdo, pero era la única forma de salvar tu vida, ahora llevo un bebé en mi vientre, y no me puedo encariñar con esa criatura porque no es mi hijo —balbuceó, ni siquiera fue capaz de tocarse el estómago, sentía que hasta eso no le pertenecía, se sentía confundida, sola, y a pesar de que Tamara estaba al pendiente, no dejaba de percibir soledad en su corazón.
Tamara le consiguió un apartamento amoblado, cerca del hospital, para que no tuviera que caminar mucho al visitar a la abuela, le pidió mudarse esa misma noche, le llenó la alacena de alimentos, le dijo que si la necesitaba no durara en llamarla.
Dos semanas más tarde, los síntomas del embarazo aparecieron, las náuseas eran terribles para Soledad, en las mañanas casi no podía comer nada, todo le daba asco.
Entre tanto, Tamara estaba decidida a comenzar con su plan, le iba a dejar la carta a Cris contándole sobre su embarazo, pero esa mañana recibió una noticia grave, su papá había sufrido un infarto, y la requerían en Bogotá, no tuvo tiempo de pasar al hospital, salió rumbo al aeropuerto.
Más tarde, mientras Soledad visitaba a su abuela, un gran revuelo se armó en el hospital, escuchaba sollozos de las enfermeras, y murmullos en los pasillos, sentía una opresión en el pecho, una especie de mal presentimiento.
—¿Por qué están todos así? —preguntó a una de las señoras que hacía la limpieza.
—¿No te has enterado? ¡Es horrible!
Soledad arrugó el ceño, negó con la cabeza.
—No, ¿qué pasó?
—La doctora Tamara, se murió, iba en un vuelo a Bogotá, el avión se estrelló, no hay sobrevivientes.
Soledad palideció por completo, la presión se le bajó, el piso se movió, bajó sus pies.
—¿Qué? ¡No puede ser!
La señora de la limpieza la agarró, la llevó a sentarse en una de las sillas.
—¿Estás bien? —cuestionó sollozando—, imagino que para ti es terrible, la doctora se ha portado tan bien contigo.
Soledad asintió, el corazón le palpitaba con fuerza.
«¿Qué voy a hacer? ¡Yo no puedo hacer cargo del bebé, sola! ¡Debo darle la noticia al doctor Duque!»
Soledad esperó dos días, había tomado la decisión, era cierto que era sencilla, ingenua, pero no era tonta como para hacerse cargo de un bebé, que no era suyo, cuando su situación económica era precaria, además sin el apoyo de Tamara, debía volver a la comuna, y su principal preocupación era la salud de su abuela. Así que se armó de valor, y fue a buscar a Cris en su consultorio.
Le informaron que estaba en una junta médica muy importante, y decidió esperar, no se iba a mover de ahí sin darle la noticia.
Tres horas después observó a los médicos salir uno por uno, sus ojos bailaban esperando ver al doctor Duque, su corazón retumbaba, las piernas le temblaban.
Entonces lo vio salir, el semblante de él era apagado, claro había perdido a alguien especial para él.
—Doctor Duque, necesito hablar con usted.
Cris pensó que sé ella iba a preguntar qué pasaría ahora con su abuela.
—No tengo tiempo hoy, mañana hablamos.
—No. —Lo agarró del brazo.
Christopher frunció el ceño, clavó su azulada mirada en la joven.
—Si se trata de tu abuela, eso puede…
—No, no es de ella, es algo más delicado —informó.
—Hablaremos mañana —recalcó Cris, se alejó, caminó unos pasos por el pasillo.
—¡Estoy embarazada! ¡Este hijo es suyo!