Soledad llegó con los zapatos llenos de lodo a su humilde casa. Ella vivía en un barrio sumamente pobre de Manizales, en Colombia.
Las casas eran de madera que se construyeron en una ladera de forma ilegal años atrás, todas esas personas que residían ahí se habían tomado esos terrenos baldíos y construido sus hogares.
Los abuelos de Soledad con otras personas habían sido los pioneros, poco a poco y con esfuerzo habían logrado hacer algunas modificaciones a aquellas covachas, y el municipio de la ciudad, al ver que había gran cantidad de familias viviendo ahí, ya no los pudieron desalojar, estaban en trámites para entregarles las escrituras y al menos ya contaban con algunos servicios básicos como agua potable, alcantarillado, luz eléctrica, pero llegar hacia arriba era una verdadera odisea, el camino era lastrado, y cuando llovía bajaba gran cantidad de piedras y lodo, además había mucha delincuencia en la zona, siempre había que andar con cuidado a pesar de qué casi todos se conocían.
Soledad soltó el aire que contenía, miró al techo y las enormes goteras que habían mojado la tabla de la sala.
—Cómo me gustaría darte una mejor vida, abuela. —Suspiró desanimada y corrió a la cocina en busca de ollas, y baldes para colocar en las goteras. —¡Abuela, ya llegué! —gritó.
La anciana a paso lento salió de su alcoba, tosió en repetidas ocasiones, el clima y la humedad de su casa afectaba la salud de la mujer.
—Estás empapada —susurró doña Carmen al verla—, ve a cambiarte de ropa, no te vayas a enfermar, mientras te caliento la sopa, hice un caldo de fideo, no había más —expresó con melancolía.
Soledad suspiró profundo, terminó de colocar los trastes en el piso, y se acercó a la abuela.
—Tranquila, al menos tenemos un plato de comida. —Sonrió, a pesar de que casi no tenía motivos para hacerlo, obedeció a la abuela, y fue a la habitación, se cambió de ropa, por suerte el cheque no se había mojado, lo guardó en una cajita de madera que su papá le regaló cuando era niña, que la había encontrado en la basura. Los padres de Soledad habían sido recicladores, habían contraído una enfermedad viral, y por falta de atención médica y de medicinas fallecieron.
—¿Cómo te fue hoy en el hospital? —preguntó la anciana, al instante que Soledad se sentó a comer.
Soledad se atragantó con la sopa, no quería preocuparla.
—Bien, un poco cansado, es un hospital muy grande —mencionó y siguió alimentándose.
—Bueno, me voy a dormir, ya te cocí la chaqueta de lana que estaba rota, te dejé en la silla de la alcoba, tuve que ponerle un remiendo, pero deberías pensar en comprarte otra, esa ya no da para más.
Soledad asintió.
—Más adelante abuela, lo que importa ahora es tu salud. —Se puso de pie y besó la frente de la anciana.
—No deberías preocuparte tanto por mí, yo solo soy una carga para ti, una vieja enferma que no es capaz de ayudar con los gastos de la casa, ya déjame morir —sollozó.
Soledad sintió que el corazón se le oprimía en el pecho al escuchar a la abuela, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No, no digas eso, tú eres lo único que tengo, no pienses en morirte. —La abrazó muy fuerte—, no se te ocurra dejarme.
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Días después, Soledad empezó a ayudarle a una amiga de su abuela en la venta de empanadas en el mercado, había logrado cambiar el cheque y con eso comprar las demás medicinas de la abuela.
Luego de un día bastante cansado, arribó a su casa, con un paquete de empanadas que la señora Rosa, le regaló, al no ver a su abuela, supuso que estaba en la habitación, dejó las cosas en una vieja mesa de madera y corrió a la alcoba.
—Hola, abuelita, ya llegué, ¿tomaste las medicinas? —susurró para no despertarla de golpe.
La señora no se movía.
—Abuela. —La movió con cuidado. —¡Abuela despierta!
El corazón de Soledad empezó a latir con fuerza, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡Abuela! —gritó desesperada, cayó de rodillas sobre el frío piso frente a la cama de la anciana. —¡Qué alguien me ayude!
Soledad lloraba y gritaba desesperada.
—¡Ayuda!
Varios vecinos al escuchar los gritos entraron sin pedir permiso, corrieron a la habitación, un hombre que sabía algo de signos vitales tomó el pulso de la anciana.
—Está viva, hay que llamar a una ambulancia.
—Las ambulancias no llegan a esta zona, los paramédicos tienen miedo de subir hasta acá, han sido asaltados.
—Busquemos a alguien con una camioneta que lleve a doña Carmen al hospital más cercano —propuso una mujer.
Así fue como entre varios vecinos y conocidos, ayudaron a Soledad a trasladar a la señora Carmen al hospital público más cercano; sin embargo, la odisea empezó.
Le decían a Soledad que el médico de turno estaba en otra emergencia, que debía esperar. La pobre muchacha lloraba desesperada, tenía a su abuela tendida en el piso del frío hospital, hasta que luego de largos minutos de espera la ingresaron.
Minutos más tarde el médico salió.
—¿Qué tiene mi abuela? —preguntó Soledad.
—La señora ha sufrido un derrame cerebral, además tiene un aneurisma en la cabeza, urge la operación, pero en este hospital, hay una larga lista de espera por el quirófano, tendrás que esperar tres meses y no creo que tu abuela resista.
Las manos temblorosas de Soledad cubrieron su rostro.
—¿Se va a salvar? —preguntó sollozante.
—Si la llevas a un hospital privado, tiene posibilidades.
«Un hospital privado, ¿cómo?»
Soledad se alejó del médico, se dejó caer en una esquina, empezó a llorar con fuerza, pensó entonces que la única persona que podía ayudarla era Juan David Duque, él se había disculpado por el incidente de la fiesta, la había invitado a salir.
«¿En dónde lo busco?»
Soledad recordó que la hermana de él estaba internada en el hospital privado donde ella hacía la limpieza, se puso de pie, agarró un autobús que la dejara cerca y fue en busca de una esperanza.
La sencilla e inocente muchacha subió al piso de neurología, su ritmo era irregular, su corazón latía con fuerza.
—¿En dónde puedo encontrar la habitación de la hermana del doctor Duque? —preguntó a una enfermera.
—¿Para qué? —cuestionó arrugando el ceño—, no creo que seas familiar de ella, y a esta hora no recibe visitas.
—No, no quiero verla a ella, tengo un recado para uno de sus hermanos —mintió.
La enfermera frunció los labios.
—Pues entonces ve a buscar al doctor Christopher, creo que aún está en consulta.
Soledad sintió un escalofrío, no quería verlo a él, porque gracias a sus influencias la despidieron, negó con la cabeza, se quedó pensativa sin saber qué hacer, hasta que se armó de valor, caminó por el pasillo hacia el consultorio, inhaló profundo y cuando iba a tocar a la puerta, la voz de una mujer la sobresaltó.
—¿Qué haces aquí? —Tamara preguntó arrugando el ceño, molesta.
Soledad tembló, las palabras quedaron atoradas en la garganta.
—Yo, solo quiero preguntarle algo al doctor Duque.
Tamara rascó su frente.
—No tienes nada que hacer aquí, él está ocupado con pacientes, deja de molestarlo, no fue suficiente con lo que pasó en la fiesta —reclamó.
—Por favor, no es para nada malo, solo quiero contactar a Juan David, se lo suplico.
—¿Para qué? —preguntó Tamara.
Soledad suspiró profundo, le contó a Tamara lo grave que estaba su abuela, entonces la mirada de la doctora brilló por completo, enfocó sus ojos en la sencilla muchacha, se veía joven, sana, tenía su mismo tono de piel trigueña, el mismo color de cabello, y algunas facciones similares.
«Lo que estaba buscando, una mujer necesitada» pensó, entonces suavizó el tono de su voz.
—No creo que Juan David pueda ayudarte, él no es… el indicado —habló—, pero tu historia me ha conmovido, creo que yo puedo hacer algo por tu abuela.
—¿Usted? ¿En verdad?
—Sí, ven a mi consultorio.
Soledad siguió a Tamara por el pasillo, ambas entraron a la oficina de la doctora Ramírez.
—Toma asiento muchacha, ¿quieres algo de beber?
Soledad negó con la cabeza, limpió sus lágrimas con el puño de su suéter.
—La escucho.
—Mira Soledad, yo estoy dispuesta a traer a tu abuela a este hospital, y hacer que sea el propio Christopher quien la opere, correré con todos los gastos de su recuperación, a cambio de algo que, para mí, y mi futuro esposo es importante.
Soledad sintió que la piel se le erizó, sabía que nada en esta vida era gratis.
—¿Qué debo hacer?
—Alquilarme tu vientre, quiero que tengas a nuestro bebé en tu matriz, yo…—Mordió sus labios—, soy estéril, mi útero no sirve para albergar un niño, y mi mayor deseo y el de Cris es ser padres —mintió—, hemos hablado de esto, incluso estábamos buscando a las candidatas, pero no me convence nadie, en cambio, tú, te ves una muchacha buena.
Soledad parpadeó en repetidas ocasiones, se puso de pie.
—¿Alquilar mi vientre? ¡No comprendo! ¿Se puede hacer eso?
—Sí, por supuesto, es algo legal, debes firmar un contrato para que cuando nazca el bebé nos lo entregues, porque obviamente no será tuyo —mintió, se dio cuenta de que Soledad era bien ingenua, le explicó cómo se realizaba el procedimiento, le dijo que usaran los óvulos de un banco de fertilización, cosa que no era cierta, iba a usar los de la propia Soledad.
—Entonces, yo no seré la mamá de ese bebé.
—Claro que no, solo prestaras tu vientre para que se desarrolle, yo estaré pendiente de ti, no te dejaremos sola en ningún momento —expresó—, solo te pido una cosa, que esto sea un secreto y que Cris no sepa nada, es que a veces esos procedimientos fallan, no se logra la concepción, y… no quiero que se ilusione.
Soledad inclinó su cabeza, las ideas daban vueltas en su cerebro. Tamara hablaba con mucha propiedad, era profesional, no tenía por qué mentir.
—Si el tratamiento no funciona, ¿qué pasará con mi abuela?
Tamara rascó su frente.
—Haré que Cris la opere, en agradecimiento a los exámenes que te vas a someter, funcione o no, tú habrás salvado la vida de tu abuela, ahora dime, ¿aceptas alquilarme tu vientre?