Cris miraba el reloj, habían pasado cinco minutos de la hora acordada y Soledad no llegaba, era lógico, no iba a aceptar, entonces se paró frente al barandal, y contempló la ciudad. —Buenas noches. La voz suave de Soledad fue como una caricia que se convirtió en un estremecimiento que le recorrió la columna, entonces volteó, arqueó una ceja al verla. El vestido le quedaba muy bien, era sencillo, azul, con un estampado de flores, acampanado, le llegaba a la rodilla, de manga corta, y escote redondo; sin embargo, se había maquillado, tenía algo del labial corrido, la sombra era más oscura en un ojo que en otro, y había abusado del rubor en las mejillas, no parecía ella. Cris se aclaró la garganta. —Te ves muy bien, pero eres mucho más bonita sin maquillaje —recalcó. Soledad arrug