—¡Esa bruja de Tamara, me dijo que no me encariñara contigo! —balbuceó Soledad, sentada sobre el frío cemento de la celda, hablando con su vientre, luego de que el padre del bebé ya se había ido, por primera vez colocó sus manos en su barriga—, pero no voy a permitir que ese monstruo te asesine, mientras estés en mi interior estás seguro, nadie te va a hacer daño, no tengas miedo —susurró mientras gruesas lágrimas bajaban por sus mejillas. De nuevo escuchó pasos, limpió con rapidez las lágrimas de su rostro, cada que escuchaba personas, caminar su corazón se aceleraba. —Visitas —musitó con voz gruesa y áspera del custodio. Soledad se quedó en su lugar, ella no tenía familia quien pudiera visitarla, solo su abuela, pero la pobre anciana yacía casi inerte en la cama del hospital, y su