Capítulo 6

1729 Words
Después de la cena, a Thomas lo llamaron unos hombres que querían hacer algunos negocios con él, por lo que se disculpó encarecidamente con su joven novia y se marchó con ellos. De inmediato, se le acercaron unas mujeres que querían hablar con la prometida de Thomas Wright. -Cuando me dijo que se casaba, jamás pensé que se trataba de usted -le dijo una mujer de unos cuarenta años, esposa de un comerciante de telas de la zona-, la felicito, querida. -Gracias -contestó cínica la joven. -Bueno, es muy bonita, cualquier joven hubiera estado encantado de casarse con alguien como ella -comentó otra con ironía. Mary Anne la miró sin decir nada, si decía lo que quería decir, seguro su padre la castigaría ahí delante de todos. Miró a Thomas que conversaba al otro lado de la habitación, él giró su cabeza hacia ella, como adivinando sus pensamientos y le regaló una forzada sonrisa. Al parecer, él tampoco estaba cómodo con la situación. Ella correspondió su sonrisa, más bien suplicante, quería salir de esa situación. La forma en que la miró hizo que a ella no le importara parecer maleducada. -Permiso, señoras, debo irme, me esperan otras cosas mucho más importantes que ustedes. -Sonrió con satisfacción al momento de irse del lado de esas dos víboras. Otras mujeres la llamaron para que se uniera a su grupo, pero ella declinó la invitación; dos más intentaron acercarse a ella, pero a ella no le importaba hablar con ninguna de esas mujeres y cuando comenzó el baile, salió a la terraza, necesitaba un poco de aire y soledad, no estaba acostumbrada a estar entre la gente y ese lugar estaba atestado. Además, ninguna de esas personas le caía especialmente bien. Eran todos unos hipócritas, si no fuera la novia de Thomas Wright, estaba segura de que nadie la trataría, ni siquiera se dignarían a mirarla y esa noche todos intentaban hablarle. Se apoyó en el balcón mirando la nada. -Mira donde te vine a encontrar. -La voz de Edward a su espalda la sobresaltó, sin embargo, no se movió, se agarró fuerte de la baranda para no caer, no esperaba verlo allí, mucho menos imaginó que le hablaría-. ¿Cómo estás? -Se acercó a ella por detrás y le olió el cabello-. Con el mismo delicioso aroma de siempre. -Déjame -le ordenó ella, apartándose de él. -Vamos. -Sonrió él con sorna-. ¿Ahora te harás la difícil? -¡Suéltame! -chilló ella cuando él la tomó de la cintura para voltearla hacia él. -¿Qué? Ahora que serás la flamante esposa de ese tipo, ¿te harás la interesante? Yo sé que aún me amas. -¡Déjame! -gritó intentando zafarse, poniendo sus manos entre ellos para apartarlo-. ¡No quiero nada contigo! -Él se acercó para besarla, sujetándole la cara, mientras ella luchaba por librarse de ese abrazo indeseable-. Déjame, no, por favor, suéltame. -La joven estaba a punto llorar, ya no podía luchar contra él, era mucho más fuerte que ella, aun así seguía intentando zafarse. Cuando ya no podía luchar más, él llegó hasta su boca, pero ella movía la cabeza para evitar el desagradable beso. Ella seguía intentando apartarse sin lograrlo y le daba golpes con sus puños que no hacían mella en él. -Suelta a mi prometida. -La voz potente de Thomas hizo que Edward se volviera y lo mirara, parecía que el hombre había crecido en tamaño-. No me obligues a que te lo repita. -Supongo que no vas a hacer un escándalo de esto, ella no es la santa que crees, todo el pueblo se ha acostado con ella, ¿no lo sabías? -No es novedad, yo tampoco he sido célibe. -¡Pero ella es mujer! -replicó Edward. -Y como tal debes tratarla -repuso tranquilamente el hombre. -Eso estaba haciendo -se burló el joven. Thomas dio dos pasos y se paró frente al chico que se atemorizó, el prometido de Mary Anne era un hombre curtido por el sol y el trabajo duro, nada se le dio fácil en la vida y todo lo que tenía lo había conseguido a base de esfuerzo y trabajo y su forma física lo demostraba sin ninguna duda. -No te vuelvas a acercar a ella si no quieres sufrir las consecuencias. -No la conoces -repuso Edward. -Tú tampoco -replicó el otro. -¿No sabes quién soy yo en la vida de tu prometida? -preguntó recalcando la última palabra. -¿Eres? Mejor dicho: fuiste. Ya no eres nada en su vida. -Estoy seguro de que ella sigue enamorada de mí, lo que le di no lo encontrará en otro hombre. -Sus palabras las lanzó en un claro doble sentido. Thomas se echó a reír y miró de reojo a Mary Anne que tenía sus ojos vidriosos y temerosos, y en sus mejillas, el tinte rojo al que se estaba acostumbrando. -¿Enamorada de ti? No fue eso lo que yo vi hace un momento, una mujer enamorada no lucha como ella. -Le gusta hacerse la difícil, está acostumbrada, así mismo la encontré con otro hombre cuando abrí los ojos a cómo era en realidad: una mujerzuela. -¡Vete! -rugió irritado Thomas-. Y no te quiero ver cerca de mi prometida nunca más. -Ya verás el fiasco que te llevarás la noche de bodas. -No soy básico como tú, ahora, ¡lárgate! Edward pasó por el lado del hombre con una risita estúpida en su rostro, no se volvió a mirar a Mary Anne, en cambio Thomas fijó su mirada en el rostro de su novia que lo miraba con los ojos muy abiertos, parecía un conejito asustado. -Thomas, yo… -comenzó a disculparse la joven. -¿Estás bien? -preguntó él con frialdad. Ella movió la cabeza en un vano gesto de asentimiento. -No me interesan los chismes, Mary Anne, la gente siempre habla de más, supongo que usted también ha oído cosas de mí. -Sí. -El malhumor se instaló de nuevo en el rostro de la joven. -Yo le doy el beneficio de la duda, me gustaría que usted hiciera lo mismo. -Tal vez usted se lleve una decepción -acotó la joven apenada. Él levantó la comisura de su labio en una media sonrisa. -¿Eso significa que debo creer los chismes que corren de usted? Mary Anne no contestó, simplemente bajó la cabeza, no los debía creer, por lo menos no como los contaban, pero nadie le creería a ella, si no le habían creído sus padres, ¿qué le quedaba a un hombre que apenas conocía? -Vamos adentro, Mary Anne, creo que es hora de que este circo termine. -¿Qué? -preguntó confundida la muchacha levantando la cabeza para encontrarse con su mirada. -No me gusta la gente y me parece que a usted tampoco, además no creo que quiera seguir ocultándose aquí y tampoco entrar para conversar con las simpáticas mujeres de allá adentro. -Le sonrió con burla, pero no hacia ella, sino a las personas que estaban adentro. Ella le devolvió la sonrisa. -Si no fuera su novia, ni siquiera me dirigirían la palabra, yo no estoy a su altura. -Después serán ellas quienes no estén a su altura, querida, así que no le importe nada. -Puede ser. -Así será y no se menosprecie, que un hombre no haya sabido ver en usted más que un objeto de placer o un juguete para desechar, no significa que usted no vale, tal vez, por eso, vale mucho más. -Tiene razón -contestó ella con voz sombría, como si ya se lo hubieran repetido antes. Se miraron un largo tiempo, mirada negra y azul comunicándose en silencio, sin palabras. Thomas quiso besarla, pero después de lo ocurrido hacía unos minutos, no estaba seguro de que fuera la mejor idea. Ella, por su parte, quería sentirse segura, pero no podía, nadie podía amarla, de eso estaba segura, ella no era digna de nadie, las palabras de Thomas no habían sido más que un consuelo de frases hechas. -Vamos, querida Mary Anne -concluyó ofreciéndole su brazo-, acompáñeme a terminar esta ridícula fiesta. Ella se aferró con firmeza al brazo que le ofrecía, él la miró hacia abajo, apenas le llegaba hasta el hombro, se la veía cansada. Mary Anne quería estar en la seguridad de su habitación, no le gustaba la vida en sociedad, a pesar de haber sido criada para eso, y después de lo ocurrido con Edward, con mayor razón quería alejarse de ese lugar lo antes posible. Entraron en silencio, la gente bailaba, se veían contentos, la alegría reinaba en el lugar, mas no en los corazones de los prometidos que, incluso tomados del brazo y rozándose, parecía que estaban a cientos de kilómetros de distancia uno del otro. Thomas dejó a Mary Anne sentada en uno de los sitiales y se dirigió a los músicos ordenándoles que detuvieran la música al finalizar aquella melodía. Una vez que el silencio se hizo en el lugar, el hombre se paró frente a sus invitados. -Siento decirles que la fiesta terminó -anunció Thomas-, les agradezco su presencia en este momento tan especial para mi prometida y para mí, pero es hora de volver a casa. Hubo un pequeño murmullo de desagrado entre los asistentes. -Les reitero nuestro agradecimiento. Buenas noches -se despidió con firmeza, para cortar los cuchicheos de la gente, que le desagradaban en extremo. Los asistentes, de inmediato, comenzaron a buscar sus cosas para retirarse y el hombre se volvió hacia la joven. -Ahora se supone que, como anfitriones, deberíamos ir a la puerta a despedirlos. -Mary Anne hizo un gesto de contrariedad al ver que, justo en ese momento, se dirigían a la salida el grupo de amigos de Edward; Thomas sonrió satisfecho-. Pero, como no me gustan los protocolos, no lo haremos. A la muchacha se le iluminó el rostro y él se sentó a su lado tomando su mano de forma posesiva. -¿Puedo hacerle una pregunta? -solicitó él educado. -Claro. -Ese tipo, su exnovio, ¿fue muy importante en su vida? Ella lo miró en silencio un breve momento, buscando las palabras precisas para no ser mal interpretada. -Lo fue, sí, una ilusión que se transformó en pesadilla, hoy no significa nada, bueno, sí, sí significa algo: miedo. -No debe temer, ya no volverá a acercarse a usted. -Ella esbozó una sonrisa de alivio.
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