-¡Señores! -anunció Thomas en alta voz al llegar arriba nuevamente y mirando de frente a los asistentes-. La señorita Mary Anne Kenningston, a quien la mayoría de ustedes conocen, es mi prometida, nos casaremos en unos cuantos meses, por lo que “sugiero” le den el trato que merece por ser mi futura esposa.
Mary Anne agradeció el gesto, desde que su exprometido la abandonó, todos la trataban con recelo y su paso era seguido por murmullos y resquemores, no creía que aquello cambiaría, pero de todos modos, era un gran gesto de parte de Thomas. Le dedicó una radiante y sincera sonrisa a su futuro esposo, el que se la devolvió del mismo modo, mirándola de un modo extraño. A la joven se le olvidó la vergüenza y la ira, volviendo a su tono natural. Él cambió su expresión, la sonrisa se esfumó de sus labios y frunció el ceño. La tomó del brazo con suavidad y la guió a unos sitiales que estaban dispuestos estratégicamente, alejados de todos, pero desde donde se podía apreciar de lleno el lugar.
-¿Qué ocurrió, Mary Anne? -le preguntó preocupado, tocando levemente su mejilla.
-¿No lo sabe?-preguntó bajando la vista.
-¿Fue su madre o su padre? -insistió con firmeza.
-No, sir Thomas, por favor, no… -No podía mirarlo a los ojos.
-Querida, no me mienta, ¿qué pasó?
-Fue mi padre, yo… lo siento. -Ahora sí lo miró directamente a los ojos-. De verdad, lo siento, no debí tratarlo de la forma en que lo hice, juro que no volverá a ocurrir.
-¿Por eso la golpeó?
Ella asintió con la cabeza, volviendo a apartar su mirada de él y a teñirse de rojo sus mejillas, no quería dejarse avasallar, pero tampoco podía hacer gran cosa, más que intentar hacerle la vida imposible al hombre que la compró a cambio de un título, el problema era que ella sabía que no tendría más oportunidad de conseguir otro esposo; no era algo que le quitara el sueño, pero en la sociedad no era bien visto que una mujer, y mucho más que la heredera a un título nobiliario, pasara la edad casadera y no consiguiera marido. A veces ella hubiese deseado nacer en la pobreza, ser una más del pueblo, donde no se regían por tantas normas y protocolos, donde los matrimonios se llevaban a cabo por amor y no por conveniencia, como en su caso. Además, en ese momento lo pensó mejor, si él no sabía que ella había sido golpeada, entonces, ¿no fue él quien le pidió a su padre castigarla?
-No debió hacerlo -farfulló él entre dientes.
-Lo siento, ya se lo dije, yo… -Dos sendas lágrimas asomaron a sus ojos y él la miró sorprendido.
-No, querida, no se lamente, no es su culpa.
Mary Anne retuvo muy bien las lágrimas hasta que desaparecieron, no era de llanto fácil y no empezaría a ser una débil mujercita. Por más que las demás mujeres eran frágiles, ella no lo era, ni lo sería jamás, aunque cada vez se le hacía más difícil mantener esa fachada de mujer fuerte, cada día su dolor aumentaba más y su coraza también pesaba más.
-Mi padre dice que una no puede andar por la vida como yo, con mi carácter -articuló una vez más tranquila-. No estoy segura de que haya hecho el mejor negocio comprándome.
-Si a mí no me molesta, no debiera su padre intentar cambiarla.
Ella lo miró y se encontró con la intensa mirada de él.
-Mi carácter no es el mejor, sir Thomas.
-Yo no espero que cambie.
-Pero debo hacerlo, esta sociedad así lo espera.
-No yo -sentenció cortante.
-Seré condesa y usted mi dueño.
-Esposo, Mary Anne, yo no soy dueño de nadie, solo las cosas y los animales tienen dueño y usted no es ni una cosa ni otra.
-Mi papá dice que a veces me comporto como una yegua chúcara, que mi marido tendrá que usar la fusta para domarme.
-Su papá debe estar ciego o algo le falla.
-Será que él me conoce mejor que usted.
-Aun así, ninguna mujer es un caballo a quien domar, para mí, por lo menos, ninguna.
-Tampoco debería ser una transacción comercial. No soy un objeto. -Sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas, Mary Anne sintió que sus emociones estaban a flor de piel, que todo lo que no había llorado estos dos años, los quería llorar en diez minutos.
-Tiene razón. Usted no es una transacción comercial -confirmó tomando la mano de su joven prometida y apretándola contra su pecho, verla en ese salón tan grande para ella, que se veía pequeña, mucho más de lo que en realidad era, lo hicieron sentirla vulnerable. Era una niña, no podía tratarla de mala manera como era su propósito, no era una mujer, no, aunque físicamente lo pareciera, en su rostro, en sus ojos, no había rastro de la mujer que se suponía encontraría en su prometida. Se imaginó a una de sus hermanas en esa situación y no le agradó en lo absoluto.
Ambos se quedaron en silencio, mirándose, las cosas no debían ser así, para Mary Anne era demasiado difícil creer y a Thomas le gustaba esa niña-mujer que tenía a su lado, aunque no se lo reconociera directamente a ella.
Anunciaron la cena y ambos salieron de su ensoñación, cada uno con sentimientos diferentes: Ella avergonzada y él con desagrado.
-Como anfitriones, debemos ser los primeros en ir al comedor -le informó Thomas a su prometida.
La joven torció el gesto.
-¿Quiere que sea caballeroso o puede caminar sola? -le preguntó él con burla en su voz y ternura en la mirada. Esa combinación dejó a Mary Anne boquiabierta mirándolo.
-Creo que seré caballeroso -accedió él al ver el rostro femenino.
Extendió su mano para ayudarla a levantarse y luego le ofreció su brazo para bajar juntos la escalinata y dirigirse al enorme comedor del castillo.
Thomas Wright le separó la silla a su novia, él tomó asiento en la cabecera de la mesa y Mary Anne a su derecha, los padres de ésta a su izquierda y el resto delos invitados en orden de importancia. Había mucha gente sentada en la mesa, según pudo observar la joven, sin embargo, estaba segura de que no eran todos los invitados a la fiesta.
-Hay otra mesa en el otro comedor para los más jóvenes -le explicó Thomas al notar su mirada curiosa recorriendo a los invitados-, si usted no fuera mi prometida, estaría allá y yo no tendría el privilegio de tenerla a mi lado disfrutando su compañía.
Mary Anne lo miró, no sonó a burla, pero tampoco se fiaba.
-Si no fuera su prometida -aclaró ella-, no estaría en esta fiesta.
-¿Por qué no? Esta es una fiesta para todos y usted también hubiera sido invitada. -inquirió él con interés.
-Porque no acostumbro a ir a fiestas, prefiero quedarme en casa.
-¿No le gustan? -Él parecía verdaderamente interesado.
-No, nunca me han gustado mucho y después de lo que pasó, menos todavía.
-Entiendo -replicó él con molestia.
Mary Anne, comprendió el enojo de su novio, apartó su mirada y tomó el vaso que tenía enfrente. Se lo llevó a la boca ante la atenta mirada del hombre.
Thomas la miró beber del vaso y deseó ser ese vaso, ser él quien tocara sus labios y ser él quien saciara su sed. Meneó la cabeza para alejar tales pensamientos y desvió su atención hacia su suegro.
-Me imagino que después querrá jugar unas manos de póker -le comentó.
-No creo que haya oportunidad con tanta gente.
-Aquí tengo un casino, usted no será el único que quiera disfrutar de él. Queda cordialmente invitado.
-Muchas gracias, Thomas, agradezco su ofrecimiento.
-No hay problema, suegro.
Volvió su atención a su prometida y se encontró con su mirada negra como la noche, fija en él.
-¿Pasa algo, Mary Anne?
-Usted es un hombre extraño, Thomas -contestó sin pensar.
-¿Extraño? ¿En qué sentido?
-No sé... sólo es... extraño -respondió encogiéndose de hombros como si tal cosa.
Thomas sonrió, si lo que ella quería lograr era ofenderlo o humillarlo, no lo conseguía en absoluto, al contrario, lo único que lograba era atraerlo más con esos ojos y esa boca de niña-mujer que lo desconcertaba a la vez que le provocaba una inmensa ternura.