Capítulo 4

1477 Words
Pocos minutos después, Mary Anne sintió abrirse la puerta de su habitación y se enderezó con la esperanza que fuera su nana, Margarita, pero no, era su madre. La decepción se reflejó en su congestionado rostro. -¿Le ayudo, hija? -La duquesa entró al cuarto con aire distraído, como si nada hubiese pasado. -No, gracias, puedo sola -respondió con suavidad. En ese momento Margarita entró con una taza de té en las manos y, sin decir nada, se lo entregó a la joven. -Gracias, Margarita, no tardaste nada -agradeció la joven intentando no meter en problemas a su nana, si sabían que ella le había llevado ese té, no porque se lo pidió, sino porque escuchó la discusión, estaría en graves problemas y azotarían a su niñera, eso era seguro. ‹‹Maldita sociedad››, murmuró la chica para sus adentros, enfadada más consigo misma que con los demás. -Supongo que no has estado espiando detrás de las paredes -recriminó la madre de Mary Anne a Margarita. -No, señora-respondió bajando la cabeza. -Cuando venía subiendo la vi y yo se lo pedí, supongo que no hay problema con eso -defendió la joven a su nana. -No, ninguno, hija -contestó la mujer no muy convencida de la veracidad de las palabras de su hija, pero ya no quería tener más problemas. Mary Anne tomó un sorbo de su té y miró a su nana, esa mujer la había criado desde que nació, siendo, incluso, alimentada por ella, porque su madre no quería perder tiempo en su hija. No obstante eso, la duquesa siempre repetía, ante los demás, lo excelente madre que era ella. ‹‹Patrañas››, se dijo a sí misma la joven. -¿Me ayudas a darme un baño? -le preguntó a Margarita. -Claro que sí, mi niña -contestó con una sonrisa, esa niña era el sol de su vida y la amaba como si fuera su propia hija. -A las seis y media la espero lista abajo, Mary Anne -cortó furiosa la duquesa y salió del cuarto. -Se van a volver a enojar con usted, mi niña. -Lo van a hacer de todos modos. -Sonrió con amargura y se encogió de hombros. Margarita acarició el rostro de su niña de una forma maternal, los dedos de su padre estaban marcados allí como al rojo vivo. -No te preocupes, nana, todo estará bien. -No debió golpearla, mi niña, eso no está bien. -Está bien, yo fui muy insolente. -Ni aun así, mi pequeña niña -concluyó abrazándola, esa chica era su niña, la luz de sus ojos y el sol de sus días. Si ella fuera la duquesa, no permitiría que nadie le pusiera un dedo encima. Después del baño, se sentó en su secreter y se miró en el espejo, estaba demacrada y la marca de la mano de su padre seguía allí, sería muy difícil ocultarla, así no quería ir a la fiesta, pero no podía negarse. Margarita la peinó; le hizo una hermosa trenza alrededor de la cabeza y le dejó algunos rizos colgando al azar, algo casual que se veía delicado y resaltaban el hermoso rostro de la chica. Su vestido, de tres gasas, con escote bote, en verde esmeralda, resaltaba el tono de su piel. Se aplicó una poco de maquillaje para ocultar el golpe, cosa que no logró del todo, pero sí, por lo menos, se disimulaba bastante. A las seis y veinticinco comenzó a bajar la gran escalera con verdadera calma. No quería llegar abajo, no quería ver a nadie. Al verla alejarse, Margarita dejó caer un par de lágrimas, sabía que aquella fiesta sería el fin de la libertad de Mary Anne y el comienzo del tormento para su niña. Y le dolía el corazón al pensar en el sacrificio que haría por mantener una fachada ante el mundo. Si ese hombre era como decían todos, su vida sería un verdadero infierno. Aunque tenía la secreta esperanza de que Mary Anne conquistara el corazón del hombre y todo terminara bien. Su niña merecía ser feliz después de todo lo que le había sucedido y de todo lo que había sufrido en su vida amorosa y ahora con su familia a la que creía segura y siempre para ella... Ya no era así. Mary Anne apareció en el salón donde la esperaban sus padres. -Se ve muy hermosa, Mary Anne -aprobó su madre. -Espero que se comporte esta noche -sentenció su padre con firmeza. Mary Anne intentó disimular su dolor, su padre era todo para ella y jamás pensó que podía tratarla así, eso le dolía más que el golpe. -Me oyó ¿verdad? -Sí, padre. -Si pierdo los negocios que tengo con Thomas por su culpa, le juro que tendrá que trabajar el resto de la vida fregando platos en la cocina, donde... -Será mejor que vamos -intervino la madre interrumpiendo al padre-, se nos hace tarde. -Un solo desaire de parte suya a su novio y se las tendrá que ver conmigo y mi cinturón, Mary Anne. -No se preocupe, padre, me comportaré. Mary Anne caminó a la salida y todo el viaje se mantuvo callada, meditaba en su mente si había alguna salida a lo que estaba viviendo. Al llegar, Mary Anne miró el hermoso palacio que tenía en frente. Lleno de luz y vida, tan distinto a los castillos que había alrededor; la música llenaba el ambiente y pensó que sería muy malo, estaría lleno de gente a la que detestaba, la misma que murmuraba a su paso cuando iba a la ciudad y la misma que hablaría mal de su noviazgo con Thomas; la que la despreciaría... -Nombres -El hombre de la puerta llamó la atención de Mary Anne que se había quedado un poco más atrás. -Joseph Kenningston, duque de Wellington -contestó el padre. En cuanto el hombrecito de la puerta escuchó el nombre del duque, sonrió con parsimonia y muy amable, lo hizo pasar. Primero dejó entrar a los padres de Mary Anne y cuando lo iba a hacer la joven, el hombre la detuvo con amabilidad. Golpeó el suelo con su bastón para llamar la atención de los presentes. -Lady Mary Anne Kenningston, condesa de Werlington. Un murmullo general se oyó en el gran salón al escuchar el nombre de la joven, que enrojeció levemente, sabía que no era muy querida, mucho menos respetada en ese pueblo y no podía ser presentada así, si Thomas quería humillarla frente a todos, encontró el modo perfecto. El hombre la instó a pasar empujándola suavemente de la espalda. Mary Anne sintió ganas de salir corriendo, pero su padre la miraba con recelo, dispuesto a arrastrarla del cabello si fuese necesario. Le hicieron un pasillo humano, reverenciándose cínicamente ante ella, cada vez enrojecía más. El camino se le hacía eterno, se sentía muy avergonzada, creía que no podría llegar al final sin tropezar y caer. Miró a Thomas que la miraba con el ceño fruncido, estaba enojado. Se encontraba al final del pasillo, en un altillo, esperándola con aire orgulloso. En cuanto sus miradas se cruzaron, ella sintió cómo sus mejillas ardían y sus ojos se llenaban de lágrimas y, contrario a la tradición y buenas costumbres, Thomas bajó la pequeña escalinata casi corriendo y se acercó a ella ofreciéndole su brazo, gesto que ella agradeció enormemente dedicándole una tímida sonrisa muy triste y se aferró fuertemente al brazo masculino. -¿Se encuentra bien, Mary Anne? -susurró mientras caminaban. -No me gustan estas cosas, no estoy acostumbrada, lo siento -respondió de forma desagradable. -Debería, este es su futuro, Mary Anne. -Detestable futuro, Sir Thomas Wright -añadió con soberbia. -Debí dejarla sola y esperar a que se tropezara y cayera -murmuró él, molesto. -Agradezco su caballerosidad, pero no espere que me ponga de rodillas por esto, no me olvido de que solo soy una transacción mercantil para usted. -Claro, claro -replicó él-, pero no se olvide del hecho que si usted no hubiese estado en “venta” ni todo el dinero del mundo la hubiera podido comprar. -Yo no estaba en venta, mi padre fue el que hizo el negocio -aclaró ella de inmediato. -Negocio que usted aceptó, de no ser así, no estaría aquí. -Obligada, de no ser por eso… -Está aquí y con eso me basta, mis condiciones fueron aceptadas, si a usted no le agradan, no es mi problema, querida, es suyo. Mary Anne no contestó, la rabia crecía por momentos y no quería tener una discusión frente a todos con su prometido, ya bastante vergüenza había pasado cuando su exnovio Edward la había dejado plantada el día de la boda, regando por todo el pueblo que la había abandonado porque la había encontrado con otro, cosa que no era mentira, pero no por las razones que él expuso, ella nunca pudo defenderse. Nadie quiso oírla.
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