Por la tarde, después del té, Mary Anne salió al jardín, quería releer la carta de Thomas a solas, ver cada palabra de nuevo, con esa letra nítida, propia de un hombre sin dobleces. Recordó el beso, ese beso cálido y tierno, no fue brusco, no, al contrario, fue dulce, suave... -Veo que aún lee mi carta. -Thomas sacó a Mary Anne de su ensoñación y se levantó de un salto-. Lo siento, no quise asustarla. -No, no, no pasa nada -contestó turbada y roja como las rosas que él había enviado por la mañana. -¿Qué pensaba, Mary Anne? ¿No había podido leer antes mi carta? -le preguntó acercándose a ella peligrosamente. -No, no es eso... -Se detuvo, tendría que decirle que la estaba releyendo y él podía pensar cualquier cosa de ella-. Lo que pasa es que esta mañana vino la modista y... -¿Por q