—¿Qué? ¿Cómo que se va a llevar a esta muchacha a su casa doctor?
—Si, así como lo escuchas, me la llevaré conmigo ya que tu no le quieres dar una oportunidad. Por si no lo sabías uno de los mandamientos del señor es amarás a tu prójimo como a ti mismo y esto es lo que estoy haciendo con ella. La ayudaré.
—¡Pe-pero señor usted no la conoce y ella ni aún me ha dado sus documentos de identificación y que porque le robaron sus pertenencias!
La verdad me sentí como en el cielo al ver a este lindo doctor defenderme, casi nadie me defendía, ni siquiera mis propias compañeras de aquel lugar donde me prostituían a la fuerza.
Diez años atrás…
—¡Laura toma, ve a comprar un remedio pediátrico a tu hermanita para ver si se le baja la fiebre, si no, pues tendré que ir al hospital!
—¡Ok, mamá!
Recuerdo que yo solo tenía trece años, cuando en mi pueblito cerca de la ciudad de Poznań en mi país de origen Polonia, fui a comprarle una medicina para mi hermanita Ludmila de seis meses de nacida que tenía fiebre. Esa fue la última vez que recorrí sus calles. Mi mamá Luisa me tuvo adolescente, de diecisiete años, y era madre soltera. Cuando eso mi mamá tenía apenas treinta años de edad y había conocido a otro señor, quien era muy bueno y con él tuvo a mi hermanita Ludmila. Pero la felicidad no le duró mucho a mamá porque Pavel murió en un accidente laboral. A mamá le dieron una indemnización por la muerte de Lukkas pero era obvio que no alcanzaría para criarnos, así que, en medio de su dolor mi mamá amamantaba a mi hermanita Ludmila, quien ya debe tener seguro diez años y mamá treinta y ocho.
Entonces, con la medicina en la mano, caminando hacia casa siendo las siete de la mañana vi un auto oscuro que se paró en la acera. Dos hombres se bajaron y comenzaron a perseguirme. Como era muy temprano aquella calle estaba muy solitaria y yo corrí lo más que pude sintiendo un escalofrío en toda mi espalda. Pero aquellos hombres como eran más altos y sus piernas eran más largas corrieron más rápido que yo, y me atraparon. El miedo recorrió cada centímetro de mi ser mientras intentaba liberarme de su agarre.
Mis gritos de auxilio quedaron atrapados en mi garganta cuando me cubrieron la boca con una mano rugosa. Sus miradas llenas de malicia me paralizaron el cuerpo y me vencieron por dentro. En un abrir y cerrar de ojos, me encontré siendo arrastrada por la fuerza hacia un destino desconocido, temiendo lo peor en manos de estos desconocidos. Luego, cuando estaba en el auto, intentando soltarme de su agarre, me drogaron con un pañuelo y al despertar estaba en un avión privado camino hacia aquí a la ciudad de Londres.
—¡Le metí el dedo y comprobé que es virgen señor Vladik. Es una jovencita!
Fue lo que escuché estando amordazada, muy atemorizada, aquel hombre había tocado mis partes intimas sin consentimiento. Comencé a llorar porque me acordé de mi mamá y lo muy preocupada que quizá debió haber estado al haberme desaparecido, la verdad en aquel entonces no sabía mi destino. La incertidumbre me carcomía la mente y mi corazón siendo casi que una niña. Luego, llegué aquí a este país y amordazada me llevaron junto con Vladik a una habitación roja escondida en el fondo de un club nocturno; en aquel entonces tendría como unos veinticinco años el maldito. Entonces, él con su asquerosa sonrisa sarcástica de siempre, me dijo tocándome la cara, estando yo amordazada y esposada.
—Ummm, que bonita, tienes cara de ángel cariño —dijo en polaco—Quítenle la mordaza.
Yo solo sabía hablar polaco, nunca fui buena para el inglés en mi escuela porque ayudaba a mi mamá con los quehaceres del hogar. Así que me sorprendí de que él lo hablara. El idiota de Vladik es ucraniano país vecino de mi Polonia por ende hablaba mi idioma como algunos ucranianos. Entonces al descubrir que hablaba polaco con lagrimas en los ojos le rogué:
—¡Señor, déjeme ir por favor! ¡Mi mamá solo me tiene a mí, por favor se lo ruego por lo que más quiera déjeme ir!
Que inocente era como para creer que Vladik me soltaría. Ni siquiera había llegado aquella vez a Londres y el idiota ya tenía mi virginidad vendida.
—Jajaja, no. No te irás preciosa—Me acarició la cara—Tu vales mucho, vales unas cinco mil libras fíjate.
Ese fue el precio de mi virginidad. Luego, Vladik se acercó a mí y me susurró al oído con voz fría y amenazante:
—Kassandra, ya no tienes escapatoria, ahora me perteneces y vales un montón. Tu edad es oro querida.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral aquella vez y mi corazón se aceleró ante sus palabras. Me dijo Kassandra, mi nombre de prostituta. El temor se apoderó de mí y la sensación de estar atrapada se volvió abrumadora. No sabía que iba ser de mí en aquel momento, pero supe que mi libertad había llegado a un punto crítico. Intenté aquella vez escaparme muchas veces, pero era imposible. Muchos hombres me vigilaban. Vladik me golpeó fuertemente y amenazó con matar a mi madre en Polonia si no obedecía.
Así que, como estaba llena de moretones por todos lados, tuvieron que esperar un mes para que sanara y así venderme con aquel hombre que compró mi virginidad. Me prepararon, acomodaron mi piel, me enseñaron a bailar de manera sensual siendo sexualizada en los primeros años de mi juventud. Fui muy obediente por amor a mi madre y tampoco porque no quería ser golpeada, así que, me acosté con ese viejo gordo asqueroso, que se llevó mi virginidad. Esa fue mi horrible y traumante primera vez siendo tan joven. Se llevaron toda mi inocencia en aquel oscuro momento.
El dolor y el miedo se entrelazaron, dejando una marca imborrable en mi vida. Llevo conmigo el recuerdo doloroso de aquel episodio que me arrebató la pureza y me hizo confrontar la realidad más cruda. Luego, de ese horrible momento, ya fui otra persona. No tenía sentimientos, estaba vacía. La realidad en el prostíbulo me parecía un futuro incierto y desgarrador. No había escapatoria, solo amenazas constantes de Vladik sobre la vida de mi madre. Decidí obedecer, buscando una oportunidad para escapar algún día. Era una estrategia peligrosa, pero necesitaba encontrar una salida, un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que me rodeaba.
Después, la cosa se volvió peor, porque Vladik comenzó a desearme de una manera que me hizo sentir incómoda e indefensa.
—Uy ya eres toda una mujer, muchos clientes te desean. ¿Qué tienes de especial? Quisiera saber.
A medida que su obsesión crecía, me vi atrapada y sin más opciones que ceder a sus deseos. Me empecé a acostar con él, me sentí sucia y utilizada, pero temía las consecuencias si me negaba. No me quedó más remedio que tener sexo con él y con los clientes que me mandaba rezando para que llegara el día en que pudiera escapar de su control y recobrar mi libertad.
Según él y que “me entrenaba” pero era horrible acostarme con el hombre que me hizo tanto daño en la vida. Hasta ahora no he sabido lo que es hacer el amor, o tener un orgasmo verdadero, ya que por diez años lo he fingido. Solo me movía bien con los clientes para complacerlos y hacerlos acabar, pero yo solamente era eso, una cosa una máquina de tener sexo.
—¿En que posición quieres hacérmelo?—Era lo que siempre les decía a mis clientes habituales sin ya sentir nada a mis veintitrés años.
Después, me volví popular y la envidia entre mis otras compañeras se comenzó a notar porque ya era una prostituta solo para los clientes VIP porque según por mis movimientos los hacia acabar delicioso. Mis clientes eran mafiosos o viejos muy ricos que pagaban muy caro y era preciada para Vladik y obvio, no recibía ni un centavo. Siempre tenía ganas de huir. Las mujeres comenzaron a hacerme algunas maldades en mi habitación como ponerme vidrios rotos en mi cama o una serpiente. Sin embargo, como mi alma estaba super fría y apagada, eso no me importaba. Aquel oscuro prostíbulo, era un infierno en la tierra.
Así que ahora al ver al dulce doctor Antonio defenderme de la bruja de la vieja Yolanda, sentí que por fin había encontrado un rayo de luz en medio de la oscuridad. Su bondad conmigo hace como dos años atrás cuando tenía veintiuno nunca la he olvidado. Me escapé a esa consulta ginecológica porque no me gustaba como me trataba el ginecólogo que nos ponía Vladik a las del club. Era tosco y se burlaba siempre de nosotras.
—¡Eres la perra más popular del lugar jejeje!
Era siempre lo que me decía, no era para nada profesional. Tenía que ir a otro lado porque creía que estaba embarazada de Vladik, con él era el único hombre con quien no usaba preservativos y no me había tomado mis píldoras un día. Entonces, aquella vez hablé con uno de los hombres y le dije que me llevara a otro lado porque el tosco ginecólogo amigo de Vladik quizá le iría con el chisme y la golpiza no iba a ser para nada normal, porque según él si salía embarazada era mi culpa.
Así que, hace casi dos años fui a donde el doctor Antonio, la clínica se veía algo costosa y yo sin dinero porque todos mis ingresos iban para el idiota de Vladik. Entonces, con dinero prestado de un compañero polaco guardia de seguridad que no era tan malo, me prestó unas 200 libras pero a cambio de una mamada. Obvio nada era gratis para mí.
Entré a la consulta y ahí vi al doctor Antonio, con su bata blanca y su mirada angelical. En lo personal odio a los hombres, pero no sé con el doctorcito Antonio fue tan diferente, me atrajo creo que un poco.
—Señorita ¿a que viene?—preguntó mirándome fijamente aquella vez.
—Vengo a hacerme un eco para saber si estoy embarazada doctor—Le contesté aquella vez muy nerviosa—. Tengo como unos diez días de retraso y también quiero una consulta ginecológica.
El doctor con un tono de voz tranquilizante me dijo con una sonrisa amable:
—Esta bien señorita, vaya hacía el bastidor y quítese la ropa, póngase una bata blanca que está ahí cerca y luego viene hacia acá.
Aquella vez me dirigí hacia el bastidor para cambiarme de ropa y tener un poco de privacidad y me quité todo en menos de diez segundos porque era una experta desnudándome. Y luego desnuda porque ya el pudor no está en mi fui hacia donde él. La consultas con el ginecólogo amigo de Vladik las hacía desnuda. Y para ser sincera, no escuché cuando el doctor Antonio me dijo lo de la bata por los nervios al creer que estaba embarazada.
—¡Listo doctor!
Él me miró desnuda de arriba hacia abajo y abrió sus ojos verdes de par en par.
—¡Señorita… póngase la bata por favor, no puedo atenderla así desnuda!
—¿No es desnuda doctor?
—No...querida paciente—Fue lo que me dijo mi querido doctor Antonio mirando a otro lado.