Dos semanas después…
Me encuentro con el ama de llaves de esta mansión. Su cara es muy dura y se nota que tiene un carácter muy fuerte. Pero bueno, si resistí al idiota de Vladik por diez años, esta señora no es nada en comparación con él.
—Lava los platos del desayuno, deja todo limpio—Me dice con sus brazos cruzados—. Recuerda que estás en periodo de prueba. Los señores son muy desconfiados con la servidumbre así que, trata de portarte lo mejor que puedas ¿ok jovencita?
Necesito este trabajo con todas mis fuerzas así que debo ser lo más obediente posible, de igual manera se limpiar muy bien. Así que, le hago una pequeña reverencia poniendo mi rostro hacia abajo como siempre hice por todos estos años para evitar problemas en donde estaba.
—¡Claro que si señora Yolanda, haré todo lo que usted me pida y no se preocupe, sé limpiar muy bien. Le dejaré esta cocina de lo más reluciente!
—Ummm, más te vale muchacha—responde ella mirándome con algo de desconfianza—Iré al jardín, vendré dentro de un rato y veré como dejaste los platos. Después iremos a las habitaciones de los chicos que son algo desastrosos. Son tres jóvenes de veinte años, aristócratas que nunca han hecho nada y todo lo dejan tirado. Limpiarás también sus habitaciones.
Volteo hacia el fregadero y veo una gran montaña de platos. Entonces, le contesto:
—¡Esta bien señora Yolanda. Vaya al jardín que me encargaré de esta… montaña de platos!
Uy eso se me salió. Como siempre yo de imprudente.
—¿Te estás quejando? —Me preguntó.
La señora se nota con algo de enojo y siento como mi corazón se acelera del miedo porque si consigo este empleo en esta mansión podré reunir dinero y a la vez irme para mi pueblito de Poznan, en Polonia y ver a mi familia.
—¡No, no claro que no señora, como cree!
Respondo mirándome arrepentida de lo que hice tratando de remediar mi situación. Pero como sé leer los rostros veo que al verme que estoy algo asustada parece bajar la guardia.
—Ummm, si te quejas te puedes ir ahora mismo. Solo te di la oportunidad porque la monja María es mi amiga, si no, no estuvieras en este lugar. Aquí en esta mansión los dueños son muy celosos con quien trabaja aquí en su mansión. ¿Y cuándo traes tus documentos de identificación? Lo único que sé es que tienes 23 años y que te llamas Laura pero no sé cuál fue tu ultimo empleo.
Cruzo mis manos hacia adelante porque las siento muy frías. Los nervios se han apoderado de mí al escuchar de que necesita mi identificación y también que quiere averiguar cual fue mi ultimo empleo. Já, si se enterara en donde trabajé me saca ahora mismo a patadas de aquí. Mejor le inventaré algo para que se quede tranquila. Debo fingir serenidad también.
—¡Eh… cuando… vaya a la embajada señora Yolanda le… entregaré todos mis documentos!
—Ummm ok—me contestó la señora Yolanda con su rostro duro y de brazos cruzados—los quiero mañana mismo, si es que te contrato claro está.
—¡Si, sí yo… se los traeré!
—Bueno, iré al jardín. Lava bien esos platos y no partas nada. ¿ok?
—¡Si, está bien señora Yolanda, vaya, vaya tranquila!
Una hora más tarde…
¡Dios, que montaña de platos tan grande! Me pregunto cuantos son los integrantes de esta familia. Parece que son muchos, llevo rato aquí y aun me faltan las ollas. Tengo años sin hacer labores del hogar, pero esto es mejor que estar en aquel lugar en donde me maltrataban tanto. A pesar de estar aquí con esta montaña de platos siento mucha paz. Ah—suspiro—Que lindas las monjas que me ayudaron la verdad.
—¿Laura?
Fue lo que escuché mientras lavaba los platos. Era una voz de hombre algo familiar que me llamaba y enseguida mi corazón casi que se detuvo. Sé que tenía mis manos mojadas pero de inmediato las sentí heladas. La curiosidad me invade y me volteo al ver quien me llamaba y al darme cuenta de quien era, tiré el plato al suelo de lo sorprendida al ver quien era. Era el doctor Antonio. El plato se rompió y fue porque mis manos comenzaron a temblar al cruzar mi mirada con la de él. Jamás ni en mis más locos sueños pensé en encontrármelo aquí. Esta sería la tercera vez que nos vemos después de aquella consulta en su clínica ginecológica. Este encuentro tan inesperado de verlo a él de nuevo despierta una mezcla intensa de emociones en mí.
—¡Doctor Antonio! ¿Qué-que hace aquí?—Le pregunté tartamudeando un poco con mi corazón latiendo fuertemente.
La verdad lo veo y no lo creo. Ahí está, frente a mí, Antonio. El guapo doctor que en aquel momento de angustia y necesidad extendió su mano para ayudarme. Desde aquella consulta ginecológica en la que compartí con él mis miedos y preocupaciones, porque creía que estaba embarazada del asqueroso de Vladik, su amabilidad y calidez me dieron una esperanza que creía haber perdido. Recuerdo cómo me escuchó atentamente, sin juzgar ni menospreciar mis circunstancias.
Sé que fue hace como casi dos años o no sé ya ni me acuerdo después de tantas cosas que viví luego de que nos vimos, pero hasta ahora no he olvidado su voz tranquilizante y su sonrisa tan comprensiva. Oh, Dios mío, estoy tan sorprendida de tener en frente a este lindo doctor, que hasta ahora ha sido el único hombre que me ha tratado con respeto, a pesar de haberme visto desnuda. Toda mi atención está hacía él y también mirándome con mucha sorpresa me dice:
—Laura, esta es la casa de mis padres, pero dime, ¿Qué… haces lavando platos?
Punto de vista de Antonio
Me encuentro en un torbellino de emociones al ver a Laura, mi antigua paciente, después de tanto tiempo. Mi corazón se acelera y siento un nudo en la garganta al enterarme de que al parecer como que trabajará en la casa de mis padres. ¡Oh, mi Dios amado! ¿Qué estás tratando de decirme?. Como médico ginecólogo religioso, tengo claro mis principios y mi compromiso con mi vocación. La tentación empieza a corroer cada centímetro de mi cuerpo, pero debo recordar que debo mantener mi ética y profesionalismo siempre presentes.
Sin embargo, su presencia despierta en mí recuerdos y sentimientos que creía olvidados. Desde que la vi por última vez, hace dos años exactamente, no he logrado sacarla de mi mente. La forma en que su sonrisa iluminaba la sala de espera, su confianza en mi trabajo y la conexión que sentíamos a pesar de habernos visto tan solo dos veces, son algo que nunca he podido olvidar. No he olvidado cada centímetro de su cuerpo cuando se paró desnuda frente a mi diciéndome si en la consulta ginecológica tenía que estar como nuestro señor la trajo al mundo.
Aquel día sentí este mismo calor que estoy sintiendo ahora mismo. Aquel calor que creo que es el pecado por desear a una mujer que solo fue mi paciente y en donde no actué de forma profesional como debería serlo siempre. Pero como voy a poder olvidar esta bella sonrisa, ese… hermoso cuerpo y también esa delicada y preciosa zona sur que Laura posee. Sé que es muy malo describirla de esa forma, porque ella es un ser humano y no un pedazo de carne como siempre le digo a mis hermanos que no vean a las mujeres. Pero… es mi parte carnal la que la está describiendo ahora mismo.
Yo…iba camino a un retiro espiritual porque mi cabeza está cada vez peor y más perversa. A cada paciente que veo en las consultas ginecológicas le pongo la cara de Laura y eso no es lo correcto. Desde que conocí a esta mujer que tengo en frente, ha puesto en riesgo mi vocación, mi profesionalismo y mi fe. Pero ahora veo como lentamente se acerca a mí y siento como las orejas se me empiezan a calentar y eso que apenas llevo unos pocos minutos a su lado. Pongo mi mirada hacía su boca y la escucho decirme:
—¡Doctorcito Antonio, hoy… creo que comenzaré a trabajar aquí!
Me responde alegre, con esa sonrisa tan dulce que me mata, uy me encanta cuando me dice doctorcito.