Me sentí hipnotizada por su sonrisa, por su tierna mirada y ese tono de voz endulzante que me fascinaba. Absolutamente todas las chicas en el salón estaban derretidas por su presencia ― ¿Cómo no lo harían? ― si su manera de dar clases, era completamente diferente a la de cualquier otro profesor, en tan solo unos minutos logró que todos le prestaran atención y se interesaran por las matemáticas. Definitivamente, se trataba de un hombre con un arrastre sin igual.
Estaba tan impresionada por, su manera de expresarse, sus gestos al desplazarse por el área e intentar que comprendiéramos a la perfección los enunciados que trataba de explicar, que solo puedo describirlos como simplemente maravillosos. Tal vez, mis opiniones no estaban siendo objetivas, pero eso era lo que sentía al estar delante de él.
A medida que avanzaba con sus explicaciones, me percaté que siempre miraba en dirección de mi asiento. Contrario a lo que creí en un principio, durante toda la clase estuvo lejos de su escritorio, por lo tanto, lejos de mí. Sin embargo, nunca dejó de mirarme y sonreír, estoy segura que no pasó por alto mi nerviosismo.
― Bien estudiantes, espero hayan comprendido la clase de hoy. Si tienen alguna duda, no teman pasar por mi cubículo y con gusto los ayudaré en lo que pueda. ― Sentí un escalofrió recorrer mi cuerpo, aun no estoy clara de porqué. ― Ahora continuemos con las presentaciones que dejamos pendientes ― Galantemente se sentó sobre el escritorio, en una pose que solo puedo catalogar como sexy, invitando a ponerse de pie a los que faltamos la vez pasada.
Esta vez, no pude salvarme de tener que hablar en público. Nunca he sufrido de pánico escénico ni mucho menos, por el contrario, considero que soy una persona expresiva y segura cuando se trata de exponer en la universidad; pero, en este caso, su presencia me tenía totalmente desencajada, llena de nervios y con las piernas como gelatina ― ¿Cómo se supone que salga de esta? ― pensé, mientras me ponía de pie. Antes de hablar, respiré hondo y tragué grueso intentando lubricar mi garganta que estaba muy seca.
― Mi nombre es Irene Claus, tengo 20 años y espero aprobar todas las materias del semestre ― Las mejillas me ardían, seguramente estaba roja como un tomate.
En ese momento, sonó la alarma que indicaba el final del tiempo de matemáticas. Escuchar ese sonido, produjo una ola de alivio en mi cuerpo, pues los demás compañeros no dudaron en salir del salón y ni prestaron atención a mi presentación ― Tal vez no se dieron cuenta, ¡qué vergüenza! ― pensé, exhalando despacio para calmarme.
― Parece que eres una chica muy tímida, ¿estás bien? ― Se paró a mis espaldas, cobijándome con la imponente energía que desprendía.
― Si profesor, no se preocupe, estoy bien. Nos vemos en la próxima clase. ― Tenerlo tan cerca me hizo temblar.
Cuando hice el intento de irme, suavemente me agarró de la muñeca izquierda obligándome a detener. En ese pequeño segundo, experimenté de todo, tan solo por el contacto de su piel sobre la mía; sin darme cuenta, estaba perdiendo el control y dirigiéndome a un callejón sin salida.
― ¡Espera!, ¿tienes prisa?, ¿podemos hablar un momento? ― Tragué grueso antes de voltear.
― Disculpe profesor, pero no creo que se prudente que nos vean hablando a solas dentro del aula, podríamos tener problemas y no quiero salir perjudicada.
Durante mucho tiempo, antes de toparme con él, fui una gran crítica de las alumnas que tenían relaciones con sus profesores, bien sea románticas o de mucha confianza, porque, siempre estaban en boca de todos y como mujer, normalmente basta un solo descuido para que pongan en tela de juicio tus capacidades y tu reputación. Por eso, en ese instante, pese a mi deslumbre por ese hombre, decidí utilizar un poco de la sensatez de la que tanto presumía y por la que llegué a sentirme con derecho de juzgar a otras ― Soy una imbécil, lo sé ―
― Tiene razón señorita Claus. De ninguna manera quiero incomodarla o ponerla en una situación que represente un problema para usted. Solo que quería que conversáramos un poco, pero si le incomoda hacerlo aquí, acompáñeme a mi cubículo entonces.
Estaba petrificada, fue caballerosamente condescendiente conmigo y al mismo tiempo me habló con la autoridad de cualquier otro profesor. Fue allí, cuando me ubiqué y pensé que tal vez, estaba mal interpretando la situación por la neblina que su galantes había puesto sobre mi juicio; entonces, no me quedo más opción que seguirlo y averiguar cuál era ese tema que deseaba conversar conmigo.
En el trayecto, mi pulso se aceleraba conforme nos acercábamos al área del campus destinada al uso de los profesores. Se encuentra en el sector noroeste y es un poco retirada, pero en extremo acogedora; en ese momento, me di cuenta de algo más.
― Vamos a estar a solas en una habitación pequeña y retirada ― Tragué grueso ― Esto fue una mala idea.
― Adelante, por favor toma asiento.
La tensión que experimentaba podía cortarse con un cuchillo, hasta ese segundo, no había caído en cuenta, de que prácticamente me estaba metiendo a la boca del lobo; al menos, eso parecía. Miles de pensamientos pasaron por mi cabeza ― Tal vez me estoy ahogando en un vaso de agua ― repetía. Pero, ¿y si no era así?, fue bastante sencillo crearme una película en mi mente, gracias a mi nutrida imaginación.
― ¿Quieres un poco de café?
― No, gracias profesor, así está bien.
― Perfecto. Yo si quiero un poco. ― Se dirigió a la pequeña repisa junto al armario y tranquilamente se sirvió una taza.
Los nervios me estaban consumiendo, esa fue la razón por la que no acepté la bebida, empeoraría mis problemas de ansiedad y; para ese momento, ya estaba lo suficientemente agitada.
― Oiga profe, ¿qué es eso de lo que quería hablarme?
― Veo que eres una muchacha muy curiosa ― Sonrió revolviendo el azúcar con una cucharillita.
― No es eso, espero no me lo vaya a tomar a mal, pero en unos minutos debo estar en mi siguiente clase.
― Tienes razón. Olvidé completamente, que no soy tu único profesor y debo hacer a un lado lo que quiero ― Eso último, lo dijo en un tono que me dejó pensando.
El silencio reinó por unos minutos, mientras degustaba de su café. Lo bebió lentamente, sorbo por sorbo, disfrutando de cada trago mientras me veía. Esa fue la primera vez que comprendí el poder de su penetrante mirada, ya previamente, había sentido su influencia, pero, en la soledad de aquel cubículo sus efectos fueron aún mayores.
Parecía que sus hermosos ojos querían desarmarme, como si intuyera que estaba pasando por mis pensamientos y se divirtiera por ver mi nerviosismo. Sin embargo, tal vez, simplemente eran especulaciones mías, provocadas por el enorme deseo que ese hombre me provocaba, pero, ¿y si no era así?
― Verás Irene, me dejaré de rodeos. Necesito algo y me encantaría que fueras tú la que me lo proporcione. Me pareciste una mujer encantadora cuando nos conocimos y ahora que soy tu profesor, quisiera comprobar eso de primera mano ― El corazón se me iba a salir por la garganta, empecé a sentir calor.
― No entiendo bien, ¿a qué se refiere? ― Casi no pude articular las palabras.
Lentamente se acercó, se posicionó en cuclillas para estar a la altura de mi rostro; entonces, sonrió. Me sentí morir, escuchaba claramente los latidos de mi corazón, como si quisiera reventarme el pecho. No estaba segura de que sería yo capaz, si se acercaba un poco más.
― Quiero que sea mi auxiliar de clases ― Pronunció casi como un susurro…