5. "Una visita a la prisión"

1816 Words
Hayden Graham La noté desde el instante en que entró a la gradería, cargaba su mochila en un hombro, mientras que abrazaba un cuaderno con sus manos. Había notado su presencia desde que me incorporé al equipo de futbol de la universidad, solía llegar sola y ni siquiera veía las prácticas, simplemente se la pasaba ahí, escribiendo sin parar en ese cuaderno que justo ahora había cerrado para alejarlo de mi mirada. Algunas veces la acompañaba una rubia alta, la cual no dejaba de ver en nuestra dirección mientras se mordía el labio de forma insistencia. ¿Alguien podía culparme de saber todos esos detalles? Soy un buen observador, nada más. Mi mirada recae en aquel cuaderno otra vez, llenándome de curiosidad. ¿Qué tenía ahí? ¿Por qué lo cuidaba tanto? Aquellas preguntas llenaron mi mente de inmediato, mientras que aquella mirada gris se clava en los míos. —¿Quién dice que te estoy siguiendo? —cuestiona al retarme con la mirada—, es el sitio más tranquilo de toda la universidad, es todo. Ni siquiera sabía que estabas aquí. Ella pone los ojos en blanco, lo que me provoca ganas de torcer una sonrisa. Mierda, ¿acaso esa chica era consciente de lo adorable que es? Me apoyo de la barrera con mis brazos, mientras subo un escalón más. —No sé, todo aparenta ser que ahora me acosas. —¡Hey Graham! ¡Trae tu culo ahora mismo a la cancha! —escucho la voz repulsiva de Massimo, el italiano, quien había asumido ser el capitán del equipo, gracias a su buen rendimiento. Lo ignoro, dedicándome a ver únicamente aquellos ojitos que me habían cautivado tanto. Mierda, no debía de fijarme en ninguna chica, este no era el plan… aprieto los labios, odiándome por ahora verla de otro modo. —¿No quedamos que a partir de anoche volvíamos a ser unos completos desconocidos? —profiere al torcer una sonrisa—, veo que aquí, el que no está cumpliendo con ese trato, eres tú. —¡Graham! —insiste Massimo. Lo miro sobre mi hombro, manteniendo el ceño fruncido. —¿Y si cierras la maldita boca, Massimo? —grito—, estaré ahí cuando a mí se me pegue la gana, y, si sigues jugando al puto mandamás, dejaré este maldito equipo de mierda. Mi mirada se cruza con la del alto rubio que me observa con notorio fastidio, mientras que los que están a su alrededor, tratan de evitar la situación al caminar hacia atrás. Permanezco en aquella misma posición, transmitiéndole que, en realidad, estaba lejos de estar bromeando. Para mí, el futbol era un escape, al igual a como lo es el boxeo, solo que, no iba a permitir que ningún puto de esos tratara de decirme qué hacer. Massimo atina a girarse para volver a la práctica, acabando por ignorarme por completo, lo que, sin duda alguna, era la mejor decisión que pudo haber tomado. Vuelvo a girarme, encontrándome de frente con una expresión cargada de terror marcada en el rostro de Camille, quien sostiene el bolígrafo con fuerza. Una suave brisa acaricia su rostro, haciendo que un mechón de su espeso cabello n***o, se mueva en una agradable danza hasta llegar a cubrir parte de su rostro. Cierro mi mano con fuerza, soportando la tentación que me invade al querer acomodarlo tras su oreja, j***r, sí que estaba perdiéndome, ¿Por qué mierdas me estaba fijando en una chica ahora? No tenía tiempo para concentrarme en algo tan simple a como lo era el amor. Mi padre me necesitaba, no había forma en que cambiara mi objetivo. —Tienes razón, el trato fue ser un par de desconocidos. Al final, simplemente me giro para saltar de la barrera y volver a la cancha. (…) —Hayden, hijo —la voz de mi padre resuena a través del teléfono, aquel maldito cristal separándonos, a como en cada una de mis visitas. Pongo mi mano sobre el cristal, lo que él también hace, en un movimiento para hacer como si pudiéramos estrecharlas. —Hola, papá —lo saludo al dedicarle una pequeña sonrisa—, ¿Cómo has estado? —Estar aquí dentro es un infierno —su labio inferior tiembla al tragar saliva con fuerza—, no sé cuanto tiempo más voy a resistir. —Aguanta, papá, ya casi termino la carrera, para dedicarme de lleno en encontrar la forma de liberarte. —No sé si vayamos a lograrlo, Hayden —un lento suspiro resuena a través de la línea—, mira la cantidad de abogados que han renunciado a mi caso porque simplemente lo ven como un caso perdido. Aprieto el teléfono con fuerza, llenándome de odio una vez más, hacia ese maldito juez: William Clark, un hombre que consideraba lo suficientemente corrupto como para no haber descansado hasta lograr encerrar a mi padre, a pesar de que este era inocente. Creía en él, simplemente este hombre frente a mí, supo escalar desde abajo, para llegar a tener todo lo que ahora estaba a mi cargo. ¿Lavado de dinero? Mi padre no era el tipo de persona que cometía delitos de ese tipo, nunca había robado un puto dólar en su vida, mucho menos llegar a hacer algo como lo que se le acusaba. Habíamos contratado a los mejores abogados, por lo que, no comprendía por qué no habían sido capaces de encontrar las pruebas suficientes para liberarlo. —Yo lo conseguiré, estoy seguro de ello. —¿Cuál será la diferencia? —En que soy tu hijo y te amo, por lo que, haré lo que sea, con tal de encontrar la verdad. Una pequeña sonrisa se forma en sus labios, mientras vuelve a extender su mano para ponerla sobre el cristal. El custodio nos indica que la visita a terminado, aviso que provoca que mi respiración quede atascada en mi pecho, no me gustaba verlo ahí, odiaba tener que despedirme de él, salir de aquel lugar lleno de recuerdos, de todos aquellos instantes que compartí con él. —Siempre recuerda que estoy muy orgulloso de ti, Hayden —susurra al mover su cabeza en afirmación, para luego dejar el teléfono y seguir al hombre que continúa insistiendo en que es tiempo para que lo acompañe. Me quedo observando la forma en que mi padre se aleja de mí, dejando una vez más, aquel horrible vacío en mí cada vez que él se despedía; ya habían transcurrido cuatro años desde que lo encerraron, y aún faltaban trece más… maldición, temía que en realidad mi padre acabara demente ante tanto encierro, pues él nunca fue el tipo de persona que se sentía bien al permanecer quieto, a como lo estaba ahora. Él era imparable, se la pasaba la mayor parte del tiempo en Italia, manejando sus viñedos, trabajo que lo hacía feliz. Doy un largo suspiro para luego ponerme de pie y salir de ahí, justo ahora, necesitaba una buena dosis de adrenalina, y qué mejor que ir a golpear aquel viejo saco de boxeo que colgaba en el sótano de aquella vieja fábrica de lácteos. (…) Mis nudillos palpitan del dolor, siento como aquel líquido caliente comienza a deslizarse por mis manos, lo que sin duda, me provoca tranquilidad. Aquel era el único medio con el que lograba sacar aquel horrible vacío que quedaba en mi pecho después de cada visita que le realizaba a mi padre. Me sostengo del saco, bajo la cabeza y pego mi frente contra el cuero que lo cubre. Mi cuerpo se encuentra empapado de sudor, y mi corazón se encuentra completamente acelerado, lo que ha logrado que mis fuerzas vuelvan a renovarse para continuar… estaba listo para continuar con el objetivo que me impulsó estudiar derecho: buscar la forma de encontrar la verdad. —Vaya, vaya, vaya, huele a sudor y sangre mezclado con los sentimientos lastimados de un pobre niño que extraña a su papi. Miro bajo mi brazo, Harper termina de bajar las viejas escaleras de madera, sosteniendo su bolsa de deporte en su hombro derecho. Lleva sus manos cubiertas por vendas, su largo cabello azul sujeto en una coleta alta y, un paño rodeando su cuello, lo que me indicaba que estaba lista para entrenar. La había conocido una semana después de que me inmiscuí en este lugar a escondidas, donde había improvisado este sucio gimnasio para descargar mi ira, resulta que, el lugar pertenece a su familia, y, al descubrirme entrando a escondidas, me obligó a compartir el sitio con ella, de lo contrario, me acusaría por entrar en propiedad privada. No es como si no pudiese pagar un buen gimnasio para entrenar, es solo que… en este sitio podía desahogarme de la forma en que necesitaba hacerlo. —Ya me iba, Harper, todo tuyo —digo al enderezarme para hacerme a un lado. —Hacía días que no te veía por aquí. —He tenido otras cosas que hacer —seco mis nudillos con el paño que me ofrece, para luego tomar su botella y dar un largo sorbo de agua; sus bonitos ojos color avellana, me miran con completa curiosidad, como si aún estuviese esperando a que le contara lo ocurrido con la visita a mi padre, algo que no iba a suceder. —¿En serio no vas a hablarme hoy? —No tengo ganas de hacerlo —levanto los hombros, restándole importancia, mientras aprieto los labios y muevo mi mano en despedida—, recuerda que no somos amigos, Harper, tan solo un par de socios que comparten un secreto acerca de este asqueroso lugar. Su mirada recorre mi cuerpo de arriba abajo, deteniéndose especialmente en mi entrepierna, lo que me provoca torcer una sonrisa. Aquella peliazul era una de las chicas más descaradas que había conocido, todo lo contrario, a lo que podía ser la dulce e inocente de Camille. —Un par de socios que tienen sexo salvaje en este asqueroso lugar —me recuerda. —Ya te lo dije, hoy no tengo ganas. —Más tarde habrá una fiesta en casa de mi amigo Mike, habrá mucho alcohol y cigarrillos de cualquier tipo, ¿quieres venir? Comienzo a subir las escaleras, ignorando aquella propuesta que, sin duda alguna, no me interesaba. —¡Vamos, Graham! ¿en serio eres tan amargado como para rechazar una fiesta? —¡Que te diviertas, Harper! —le guiño un ojo, antes de acabar por salir de aquel lugar. —¡Vete a la mierda, Hayden! Me echo a reír en cuanto salgo a la maleza, escuchando la forma en que ella me maldice por no hacer su voluntad. Algunas veces solía pasar un buen rato con Harper, era divertida, y estaba dispuesta a todo, pero, de ahí a jugar a ser algún tipo de novio con ella, había un trecho muy largo que no iba a recorrer.
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