4. “La cita imperfecta”

1665 Words
Hayden Graham Delineo sus labios con mi lengua, tratando de hacer que ella los separa para poder saborearla de la forma que quiero, pero, la chica se mantiene quieta, con sus labios pegados a los míos sin saber exactamente qué hacer, lo que me hace percibir que, probablemente jamás había besado a alguien en su vida. Mierda, me encontraba frente a una de las pocas chicas vírgenes con las que me había encontrado en mi vida. Finjo no saber lo que sucede con ella con el único propósito de no avergonzarla, así que, simplemente llevo una mano hasta su mandíbula y muevo levemente su cabeza, mostrándole como se hace. Comienzo a mover mis labios con lentitud contra los suyos, lo que provoca que un pequeño suspiro salga de su boca, sus labios se separan levemente, mientras trata de seguirme el ritmo, movimiento que aprovecho para deslizar mi lengua dentro de su cavidad, haciendo que dance contra la suya, haciéndola estremecer en segundos. Ella se aferra de mí, mientras comienzo a profundizar aquel beso que comenzó como algo inocente, me dejo llenar por su sabor, aquel agradable sabor a cerveza mezclado con vino de uvas, añadido a su inocencia que sin duda alguna, comenzaba a enloquecerme. La beso sin pretender detenerme en los próximos minutos, obligando que mis manos se mantengan quietas, pues de lo contrario, estaría por comenzar a quitarle la ropa para devorarla. Soy capaz de detenerme hasta que el señor Mushu se encarga de arruinarlo todo al saltar en medio de los dos, haciendo que Camille pegue un grito aterrado mientras se aleja de mí, manteniendo su respiración entrecortada. —¡Tranquila, tranquila! Es solo el señor Mushu —digo al evitar soltar una carcajada al ver la expresión de horror marcada en su rostro. —No me dijiste que tenías un gato —expresa al mirar al animal que se acerca a mí, para que lo acaricie. Toco la cabeza del señor Mushu, aquel gato callejero de color marrón con una mancha blanca alrededor de su ojo izquierdo, que escuché maullar fuera de mi casa en una noche lluviosa, lo dejé entrar, le di leche y lo arropé con una manta, acciones con las que al final, decidió quedarse. Había veces que se la pasaba divagando, explorando las zonas montañosas de alrededor, aunque al final, acababa por volver a la casa. —No pensé que regresaría pronto —sonrío al escuchar el ronroneo del animal al frotarse contra mi mano. —Es bonito, ¿Cuánto tiene de edad? —No lo sé, llegó a buscarme hace más de un año. Le sonrío, mientras me pongo de pie, ignorando por completo lo que había ocurrido entre los dos antes de que el señor Mushu se le ocurriera intervenir. —Vamos, voy a llevarte a tu casa —apunto al hacer un ademán con mi barbilla para que ella comience a seguirme. (…) El camino a su casa se vuelve silencioso, era como si a partir del instante en que salimos de mi hogar, ambos llegamos al acuerdo de que, desde ese momento, volvíamos a ser unos completos desconocidos. Y, con un leve movimiento de cabeza al llegar a su casa, fue la forma en que nos despedimos. (…) Camille —Cariño, ¿Cómo estuvo tu cita? Doy un largo bostezo mientras tomo la cafetera para servirme una buena taza de café cargado en azúcar. Necesitaba activarme de algún modo, pues me sentía completamente dormida. Tallo mis ojos con una mano, tratando de quitarme aquella horrible flojera que me invadía durante todas las mañanas apenas abría los ojos, era una tortura de al menos una hora, hasta que lograra poner mis pies en la tierra otra vez. —¿Ya terminaste? —mi padre ríe al levantar una ceja—, carajo, Cami, si cada vez que te levantas, pareces la llorona. —No molestes, pa —entrecierro los ojos en su dirección, sosteniendo la taza de café entre mis manos para que el calor penetre mi piel. —Aún no me has respondido a la pregunta, Camille. —¡Mamá! —increpo al soltar un lento suspiro, tratando de ignorar aquella pregunta, ¿Qué iba a decirle después de todo? Que salí con un chico y al final, acabé mi cita con otro al arruinar la primera, y que, incluso me habían dado un maravilloso primer beso que aún me tenía en las estrellas—, ha sido un desastre, como cada una de las citas que he tenido hasta el momento —levanto los hombros, restándole importancia al negar con la cabeza, enviando aquellos recuerdos a lo más recóndito de mi cerebro, pues ahora, no podía darme el lujo de pensar en Hayden por dos razones: estaba estipulado en mi agenda, y dos, nuestra amistad terminó en el momento en que nos despedimos con un movimiento de cabeza. —No me digas que terminaste hablando de tu madre otra vez —papá se ríe, al girarse ya con su taza de café entre manos. —¡Es culpa de ella! —la señalo, ocultando una pequeña risa al aclararme la garganta—, es su culpa al haber muerto y regresado. —¿Es por eso que te tatuaste su nombre? —No, lo hizo porque soy su favorita —repone mamá con orgullo al guiñarle un ojo a su esposo—, ¿aún estás celoso de ello, princeso? —¿Quién no? No veo que sea justo que mi hija se realice un único tatuaje y que este solo sea el nombre de su madre. Él hace un pequeño puchero, lo que me provoca sonreír. —Ya, pa. Todo tiene su tiempo, en algún momento me tatuaré el tuyo. —¿Cuándo? —Cuando mueras y vuelvas en el cuerpo de alguien más, claro está —bromea mamá, al echarse a reír. Un gruñido sale de los labios de mi padre, mientras se acerca a ella y le propina una nalgada, sonrío al ver las miradas llenas de complicidad que comparten entre sí… durante todo el tiempo del que tengo memoria, no recordaba que hubiese un instante en que los haya visto enojados, ellos simplemente habían nacido para estar juntos, se amaban tal y como lo hicieron desde que se conocieron, en esa relación, no había aburrimiento, no existía la falta de amor, lo que me hacía admirarlos y desear llegar a tener algo similar a lo que ellos tienen. —¿A qué hora inician tus clases hoy, cielo? —Al medio día, mamá. —Entonces tendrás tiempo suficiente para ordenar tu habitación. —¡Mamá! —me quejo al hacer un mohín con los labios. —Mamá, nada, Camille Stewart, esa habitación tuya casi parece una vieja biblioteca, llena de libros por doquier. —Hoy tengo que estudiar. —No quiero excusas, quiero resultados. —Sí, madre —obedezco cabizbaja, mientras le saco a la lengua a mi padre, quien ha llevado una mano hasta sus labios para cubrir el ataque de risa que lo ha invadido. (…) —¿Y? ¿Qué tal la cita? —pregunta Ashley al alcanzarme en el pasillo. —Horrible, como todas las otras —me encojo de hombros, al restarle importancia. —Pero no te ves decepcionada, a como con cada una de las pasadas. —Supongo que ya me acostumbré —miento, pues, en definitiva, no iba a decirle que en realidad tuve la mejor cita de mi vida, con un chico al cual ni siquiera debía de levantar a ver. —¡Ay, amiga! Pensé que Jacob sí iba a ser el definitivo, pues en realidad es muy simpático y hasta tierno. —Lo es, no tengo la menor duda —le sonrío al asentir con la cabeza—, todo comenzó perfecto, me llevó al boliche y la pasé genial. —¿Entonces? —Acabamos en un bar, donde comenzó a preguntar sobre mí… —Y acabaste hablando sobre la historia de tu madre. Aprieto los labios y asiento con la cabeza, sin decir una sola palabra. —¡Diantres, Cami! ¿Cuándo vas a dejar ese tema por la paz? —Lo he intentado, créeme. Pero es imposible —suspiro con pesadez, negando con la cabeza—, hoy mi madre me envió a ordenar mi habitación, terminé sentada en el piso, leyendo otra vez un libro sobre la resurrección. —Sí, estás re loca. —¡Lo sé! —exclamo al abrir los brazos para dejarlos caer a mis costados—, ¿Qué voy a hacer? —Nada, si ya contigo no hay remedio. —Gracias por recordarlo. —¿Tienes libre? —pregunta al detenernos cerca de su próxima clase. —Sip, al parecer, el profesor de Fisiopatología enfermó. —¡Que suerte tienes! Digo —niega con la cabeza al cerrar los ojos—, no digo que enfermar sea bueno, pero, j***r, no tienes lecciones. —Entra ahí ya, bruja, nos vemos más tarde —digo al empujarla para luego dirigirme hacia la cancha de futbol. Me gustaba ese lugar, cada vez que tenía alguna lección libre, me la pasaba ahí, escribiendo sin parar en mi agenda, gracias a que solo estaban los chicos que entrenaban, los cuales estaban lejos de prestarme atención, a como lo harían los otros que permanecían en la cafetería o los jardines. Dejo mi bolso a un costado y saco la agenda, dedicándome a repasar otra vez cada uno de aquellos puntos que tenía escritos. Me detengo en uno en específico… ¡diantres! ¿en qué momento se me ocurrió escribir que no debía de acercarme a Hayden Graham? —¿Ahora me sigues? —levanto la mirada después de dar un respingo, encontrando frente a mí, apoyado a la barrera, a aquel chico de ojos oscuros y cubierto de tatuajes, sonriéndome con ironía mientras levanta una ceja en mi dirección. ¡Ay Dios! ¿Por qué mierdas decidí venir al único lugar donde probablemente estaría él?
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