Camille Domingo, medio día, alguien golpea a la puerta y yo muero de los nervios al suponer que ha sido el idiota de Hayden el que ha llegado. —¡Yo abro! —grito mientras corro escaleras abajo antes de que mi madre o mi padre fuesen a abrir. Con manos temblorosas y el corazón latiéndome desenfrenado, tomo el pomo de la puerta, suspiro con pesadez, mientras que esos insistentes golpecitos continúan resonando en la madera. Abro de forma de cautelosa, encontrándome con un muy bien arreglado Hayden, quien mantiene un cigarrillo entre sus dientes, y un ramo de rosas blancas entre sus manos. Empujo la puerta con rapidez, dejándolo fuera, lo que provoca que él se eche a reír y continúe tocando con impaciencia. —¿Por qué no abres la puerta, Camille? —pregunta mamá al detenerse a un lado de la