Camille
—¿No te asustó el paseo? —interroga en cuanto estaciona la motocicleta frente a una enorme casa a las afueras de la ciudad, con vista a las montañas, levanto la mirada, dedicándome a apreciar la magnitud de aquella vivienda, casi todas sus paredes son de cristal, y, su arquitectura era tan delicada, que parecía haber sido planeada por los mejores arquitectos de toda la región.
Jamás imaginé que Hayden viviera en un sitio así, no sabía nada de él ni se su familia, más de lo que se hablaba en los pasillos de la universidad sobre su satanismo y cosas que ahora me parecían sin sentido.
—Mi abuelo es fanático de las motocicletas —murmuro al dejar de apreciar la casa de forma embobada para volver a mirarlo—, me ha enseñado a conducirlas desde que era una niña. Claro que no me asustan.
Vuelvo a ver la casa, tratando de hacer como si aquella sonrisa divertida marcada en sus labios, no era a causa mía. Tal parecía que le estaba divirtiendo aquella cita más de lo que podría divertirme a mí.
—¿Te gusta?
—¿La casa? ¡Rayos! ¡Si es preciosa! —digo al final, admitiendo que estaba encantada con aquel lugar.
—Sí, supongo que mi padre tiene buen gusto.
—¿Vives con él? —pregunto al recostarme en la motocicleta a su lado.
Su sonrisa se borra de inmediato, cruza los brazos a la altura de su pecho y luego deja salir un lento suspiro.
—Sí, pero ahora está de viaje —responde tajante, dándome a entender que no quería hablar de ello—, vamos, que el ritual debe de comenzar pronto —dice al tratar de cambiar la expresión en su rostro.
Me echo a reír, siguiéndolo de cerca en dirección de la puerta. Entramos a un enorme living, decorado con sofás de cuero blanco, lámparas amarillas y pinturas de algunos pintores reconocidos a nivel mundial. Todo, perfectamente ordenado, al punto que, me costaba creer que en un lugar tan limpio como este, viviesen dos hombres. Contrario a mi habitación, llena de libros apilados entre sí por doquier, los cuales utilizaba para hacer mis diversas investigaciones sobre la vida y la muerte.
—Esa mirada me confunde —dice al girar a verme—, ¿en serio esperabas encontrar un sitio oscuro lleno de satanismo y calaveras humanas?
—Sin las calaveras humanas en realidad —señalo al encogerme de hombros, haciéndolo reír.
—¿Tomas vino?
—Sip.
—Ponte cómoda, sacaré una botella de la reserva.
—¿Tienes una reserva de vino?
—Por supuesto, lo traemos de Italia —comenta antes de desaparecer por un pasillo al fondo del living.
Me siento en uno de los sofás al frente de una de aquellas enormes paredes de cristal, dedicándome a ver detenidamente las estrellas que brillan en el firmamento, una de las cosas favoritas que conllevaba vivir en Utah.
Definitivamente éramos afortunados de tener un lugar como aquel, lleno de montañas, con el aire un poco más limpio de lo que podría estar en ciudades como Nueva York o Los Ángeles. Tuerzo una sonrisa, imaginando las largas horas que podría pasar Hayden sentado justo donde yo me encontraba ahora, bebiendo vino mientras mira las estrellas.
—El Vermentino de Cerdeña es uno de los mejores vinos blancos que he probado en mi vida —comenta al sentarse a mi lado, sosteniendo una botella de color verde y dos copas, las cuales deja sobre la mesa de centro—, te va a encantar —me asegura mientras se dedica a abrir la botella para servirlo en las copas.
Me mira, aquellos profundos ojos oscuros, escrutando en los míos, como si con ellos fuese capaz de perforar mi cráneo y con ello, saber todos mis secretos. Sostiene la copa en mi dirección, la cual tomo con notorio nerviosismo, a la vez de que comienzo a preguntarme dónde carajos me estaba metiendo.
No podía ilusionarme con Hayden Graham, lo había marcado en mi agenda como el tipo de chico al cual ni siquiera debía de detenerme a mirar, pero, ¡rayos! ¿Cómo no ilusionarme cuando el tipo había sido amable y simpático conmigo durante toda la noche?
Este Hayden Graham estaba lejos de ser parecido a todo lo que se decía de él en la facultad, parecía un tipo rudo al estar lleno de tatuajes, claro que sí, pero, era en ese momento donde me daba cuenta que, por lo general, las apariencias siempre engañan.
—Está delicioso —acepto después de saborearlo—, ¿sabes mucho de vinos?
—Mi padre se dedica a este negocio —dice al asentir con la cabeza—, digamos que, recuerdo una niñez llena de viajes a La Toscana, donde aprendí a degustar los mejores vinos del mundo.
—¿Tu padre te permitía probar vinos? —interrogo asustada, al imaginar a un niño tomando vino sin que le llamasen la atención por eso.
—Claro que no, Camille, los tomaba a escondidas, ocultándome en las bodegas cuando él estaba en los viñedos —ríe al negar con la cabeza—, me gané más de un castigo cuando él llegaba a enterarse de lo que hacía.
—Eres increíble —niego con la cabeza, mientras vuelvo a llevar la copa de vino hasta mis labios—. ¿Ya no se dedican a ello?
—Mi padre ha tenido algunos problemas, pero pronto se hará cargo —responde al asentir con la cabeza—. Mejor cuéntame de ti, ¿Por qué te obsesionaste con la idea de la reencarnación?
—Es algo que no tiene explicación? ¿Cómo es posible que un alma deje un cuerpo y termine en otro? Es ilógico.
—Tal vez en realidad esa Waili que tienes tatuada, sí murió, y tu madre es simplemente la francesa que fingió ser ella para acercarse a esa familia, ¿nunca lo has pensado?
Frunzo el ceño levemente, dedicándome a negar con la cabeza. Claro que no lo creía, tenía fe en mi madre, sabía que ella no estaba fingiendo ser otra mujer, porque recordaba cosas que solo esa antigua Wailani podría saber.
—No, ella murió de cáncer y volvió en Camille. No tengo dudas de ello.
—Por supuesto, no pretendo hacerte creer otra cosa —se apresura a decir, mientras rellena las copas—. ¡Casi lo olvido! Hay lluvia de estrellas hoy, tienes suerte de estar aquí. Ven conmigo, lo veremos en la zona vip —dice al tomar de mi mano para prácticamente arrastrarme escaleras arriba, donde llegamos a un hermoso y amplio balcón lleno de cómodos sofás, ahí, en el centro de ese lugar, un enorme telescopio sobresale.
Él sonríe, instándome a acercarme para que pueda mirar.
Sonrío embobada al ver la magnitud de la luna y las estrellas, caray, si este chico casi se podía decir que vivía en el paraíso.
—¿Te gustan las estrellas? —pregunto al voltear a mirarlo.
—Me encantan.
—Entonces… ¿Cómo es que terminaste en la escuela de derecho?
—Hay ciertas cosas que no tienen explicación —responde al hacerme un gesto con su barbilla para que me acerque a la baranda—, hay que subir. No vamos a quedarnos aquí —dice al saltar hasta pararse en la baranda, donde se impulsa para comenzar a subir por una pequeña escalera que conduce hacia el techo—. ¿Qué esperas? ¡ven! —grita al continuar subiendo.
Suspiro con pesadez, sin duda alguna aquel tipo estaba algo demente, lo bueno era que yo tampoco podía considerarme como una persona completamente cuerda, pues, gracias a mis padres, logré enamorarme de los deportes extremos desde pequeña, así que, una simple escalera no iba a asustarme.
—¡Dios! Si vives en el mejor sitio de toda Utah —señalo con admiración al llegar a sentarme a su lado en el techo, a la vez de que levanto la mirada para ver aquel inmenso cielo lleno de estrellas.
—Lo sé —repone al empujarme levemente con su hombro.
—¿Siempre traes a tus citas hasta aquí?
Él guarda silencio, tira sus brazos hacia atrás, apoyándose en sus brazos para dedicarse a ver las estrellas.
No soy capaz de mirarlo, pues, a pesar de que se había portado tan simpático conmigo desde que iniciamos esa conversación en el bar, había algo en él que aún me intimidaba, era como si Hayden tuviese una muralla que no permitía que alguien la atravesara, sabía que él guardaba secretos, los cuales rogaba que de corazón no fuesen nada serios donde al final me viese involucrada.
—Una estrella fugaz —señala con una mano hacia el cielo—, pide un deseo antes de que desaparezca, Camille —dice al mirarme fijamente.
“Deseo llegar a tener un romance atrevido, lleno de locuras y apasionado” —digo en mi mente, sonriendo como idiota al creer en esas tonteras.
—¿Has pedido uno? —le pregunto, a lo que él asiente con la cabeza—, ¿crees que se vaya a cumplir?
—Estoy por averiguarlo ahora —susurra en respuesta, enderezándose para acercar su rostro al mío.
Sus dedos toman mi barbilla, manteniéndome quieta, con su pulgar, acaricia mi labio inferior, mientras que, con gran lentitud, acerca su boca a la mía. Bajo la mirada, dedicándome a apreciar sus bien formados labios, sin poder hacer algo para evitarlo, pues en ese instante, mi cuerpo parecía una maldita gelatina.
“Ay diantres, Hayden Graham iba a besarme” “Mierda, ¡jamás había besado a alguien en mi jodida vida!”