El baño que estaba junto a su dormitorio era pequeño, tanto que al sentarme en el piso, dejando que el agua de la ducha cayera sobre mi cuerpo desnudo, mis pies tocaban la pared que tenía frente a mí. Crecí con la convicción de que el agua es el elemento de la pureza, aquel que limpia nuestros pecados y puede llevarse los demonios que nos invaden, es por eso que cada vez que me siento agobiada, necesito darme una ducha. La paz que me transmite la lluvia cayendo sobre mí es instantánea, hasta el ruido que producen las gotas al chocar contra el piso o mi piel, consigue relajarme. Apoyé la cabeza contra la pared y cerré los ojos mientras, con mis manos, lavaba mi cuerpo; podía sentir cómo la capa de sudor que me cubría, se difuminaba. Comencé a sentirme limpia, física y espiritualmente; pero