5. En Madrid

2153 Words
[Hassim Haram] Era inexplicable esa felicidad que sentí cuando puse mi primer pie fuera del avión en tierras españolas. El aire gélido que anunciaba que los meses fríos de invierno pronto llegarían. Antes había salido en dos ocasiones de mi país, una de ellas vine a España con mi padre, mi madre y Emir. Vinimos a una cena importante con un poderoso empresario que también era árabe, pero residía en este país. Los dos días que pasamos en España sólo salimos del hotel la hora y media que duró la comida, después un chófer nos dirigió de nuevo al hotel sin salir en ningún momento de la habitación algo así como sí de reclusos se tratará. Esa parte de mi padre siempre me ha causado molestia, nosotros somos cautivos en su mundo. Pero este día es diferente porque logré venir a España, sin él. Lo primero que hice fue cambiar un poco de dinero que tenía ahorrado, por euros, era muy poco, pero de algo me serviría. Tomé un taxi, el chofer al ver mi semblante árabe me comenzó a hacer platica sobre a que había viajado a Madrid. Al principio sentí algo de desconfianza ya que me veía muy extraño, pero conforme estuvimos platicando le pregunté si conocía un lugar seguro para quedarse y que no costará tanto dinero ya que disponía de muy poco. Le comenté que mi principal objetivo era trabajar en lo que fuera, si era cocina mucho mejor y buscar a mi amigo Armando. El chofer dijo muy amable que tenía un amigo que estaba rentando un pequeño loft en la zona Lavapiés. El señor Manuel, así dijo llamarse el chofer del taxi me explicó que Lavapiés era un barrio antiguo de Madrid donde viven muchos inmigrantes en especial árabes y judíos, por lo que me sentiría cómodo ahí, además, existe una gran cantidad de restaurantes de comida étnica alrededor de la plaza principal de este barrio. Menciono dos calles famosas por su vida nocturna, Ave María y colegio, me las recomendó para salir a dar un paseo por la noche. Como lo dijo el señor Manuel, las calles en Lavapiés eran muy coloridas, gente por todas las tiendas que pasábamos en las calles angostas donde solo cabía uno o dos autos. Era una delicia ver a personas de muchas nacionalidades conviviendo en un mismo lugar, había árabes, musulmanes, latinos y algunos rubios que no supe distinguir si serian ingleses o alemanes. Era una mezcla de cultura increíble. Dirigió el auto hasta un tipo callejón para detenerse frente a un edificio en el que pude contar unos nueve balcones de frente. Se veía antiguo, la pintura de la fachada desgastada. El señor Manuel tocó el timbre de la entrada esperando que alguien dentro le respondiera por medio del comunicador. —Aquí es muchacho, ¿Qué te parece? ¿pintoresca verdad? —suelta una risita divertida, abro los ojos como platos, sonrío tímidamente. Durante el viaje me prepare mentalmente por que sabía que los lujos que tenía en la mansión de mis padres no serían los mismos aquí. A decir verdad, estaba tan feliz de salir de la “cárcel” en la que siempre viví que no me importaba dormir en un catre. Después de esperar algunos minutos en la entrada del viejo edificio donde probablemente ahora viviría durante mi estancia por Madrid. Un señor de unos sesenta años salió al pórtico, le calculé a simple vista, complexión corpulenta, barba canosa, ceño fruncido y cabeza calva, vestía un suéter tejido y unos vaqueros despintados. —¡Viejo amigo! —se abrazan efusivamente mientras yo los observó tomando mi distancia —te traigo a este muchacho, Hassim, ¿Cómo dices que te apellidas? —pregunta de manera curiosa y es que no le he dicho en realidad cual es mi apellido, aunque dudo que sepan quien soy porque mi padre siempre nos ha tenido recluidos dentro de la mansión de la familia, el apellido Haram si podrían reconocerlo. —Sólo Hassim por favor. —Él es solo Hassim —me presenta don Manuel riendo al repetir lo que le he respondido —bueno, lo traje porque está interesado en rentar el pequeño departamento que tienes disponible, este es el amigo que te platiqué, se llama Román. El otro hombre arquea su ceja. —Aun está disponible, la renta es de 240 euros al mes —abro por completo los ojos, cuando cambie el dinero que tenía en el aeropuerto junte casi 500 euros, estaba justo, pero necesitaba algo donde quedarme por ahora, sería un mes asegurado donde quedarme. —Si está bien —digo con algo de entusiasmo. —Pasa entonces, te mostraré tu nuevo hogar a partir de hoy. Pasamos la puerta principal del edificio, subimos unas escaleras angostas que rechinaban al compás de nuestros pasos. La luz del exterior no entraba por completo por lo que el interior del edificio era oscuro. El pequeño departamento en renta se encontraba en el tercer piso del edificio. —Este es, muchacho, acomódate como puedas, vivo en el 201 en el primer piso. Le entrego el dinero de la renta en la mano. —Gracias y gracias señor Manuel por haberme traído aquí, fue un gusto conocerlo. —No te despidas muchacho yo también vivo aquí, nos estaremos viendo seguido —suelta una tremenda carcajada mientras abro los ojos como platos. —¿De verdad vive aquí en el edificio? —pregunto con denotada alegría de saber que puedo confiar en un hombre como él, el señor Manuel me ha agradado. El asiente con alegría. —Si cualquier cosa estoy por las noches en el 209 en el último piso, durante el día no me encuentro por que ando en el taxi por toda la ciudad, si necesitas un taxi ya sabes —guiña un ojo, asiento con una sonrisa. Después de despedirme de ellos cierro la puerta a mi espalda. Observo con detenimiento el pequeño departamento de unos nueve metros cuadrados donde hay una pequeña cama en un rincón una mini estufa de dos mechas en el lado opuesto junto a una tarja para lavar trastes y un frigorífico que apenas me llega a la cintura. En el centro del apartamento una mesa cuadrada con dos sillas. Eso es todo. Creo que esta bien por ahora. Mientras sea barato y me permita conocer todas las calles de Madrid y alrededores, y ahorrar para mi próximo viaje creo que estaré bien aquí. Suspiro, luego comienzo a desempacar mis cosas. *** Pasaron algunos días, deambule por las calles cercanas a la plaza principal de Lavapiés preguntando en todos los restaurantes que veía si necesitaban algún cocinero, mesero o lava trastes. Estaba ya pensando en que sería más difícil de lo que pensé conseguir trabajo, pero al final del día conseguí uno. Era de ayudante de chef, me imaginé a Armando viendo mi cara de ilusión cuando conseguí el trabajo, la paga no era mucha, pero iba a aprender a cocinar comida española. Así pasaron tres semanas más. Ahorre todo mi sueldo para el día que me tocaba el descanso, salirme a pasear por todo Madrid. Este trabajo me gustaba porque no gastaba en comida, casi siempre comía y cenaba en el restaurante de la comida que quedaba. Ese día había acordado con Manuel que él me recogería por la noche, así que por el regreso no me preocupaba. Mi día comenzó muy temprano por la mañana. Preparé mi móvil con carga completa para poder tomar fotografías ya que no contaba con el dinero para comprar una cámara fotográfica. Pero no importaba, el móvil que tenía era un iphone, el más moderno, tomaba buenas fotografías, había sido uno de los regalos de cumpleaños que recibí, me estaba ayudando bastante por mi viaje. El primer destino fue la excursión en bus a El Escorial y el Valle de los caídos, pude ver increíbles monumentos, entrar al Monasterio del Escorial y captar con la cámara de mi móvil increíbles paisajes a la sierra de Madrid. Todo era bellísimo a mi alrededor, desde el suelo de piedra hasta cada centímetro de la arquitectura que se podía observar en cada edificación que visitábamos. Después me dirigí a visitar el Palacio Real, estuve maravillado al ver como era tan diferente a los palacios de Jeques que había visto en mi país. También recorrí la Catedral de Almudena. Muchas de las fotografías se las enviaría a Emir por correo contándole como la estaba pasando por acá. Para finalizar mi día, decidí cenar en uno de los mercados cercanos a la Puerta del Sol. Aún faltaba una hora para que Manuel me recogiera donde habíamos acordado así que tenía tiempo para recorrer las calles disfrutando de un bien merecido paseo nocturno. Eran ya las diez de la noche aún se podía ver gente caminando por las callejuelas del centro de Madrid. Caminaba pensando en lo mucho que me ha cambiado la vida estas tres semanas en Madrid, aunque es completamente diferente a todos los lujos con los que vivía en casa de mi padre, esto aquí se siente a libertad, no se compara en nada con eso. Mi pequeño apartamento era más que suficiente para mí, dormía tranquilo, tenía paz. Un grito me distrajo de mis pensamientos, erizándome la piel. Volteé a ver enseguida de donde provenía ese sonido. Dos tipos forcejeaban con una chica, al parecer querían despojarla de la mochila que cargaba en sus manos. Fruncí el ceño. Me acerque a paso rápido, esos tipos estaban arrastrando a la chica a un callejón solitario y obscuro. Me sentía con el deber de ayudarla. —¡Eh!... ¡Déjenla en paz! —grito con todas mis fuerzas acercándome a la chica, el aroma a vainilla de su perfume llega hasta mis fosas nasales. Ella voltea a verme con unos ojos tan grandes como dos aceitunas. Quedo hipnotizado en ellos. Inmóvil, admirando sus bellos ojos, jamás vi unos iguales. El brillo de los faroles en la obscuridad se refleja en sus ojos negros. Me mira con temor, suplicando ayuda. Mi corazón se arruga al ver su cabello despeinado —¡déjenla! —ordeno de nuevo en un gruñido estruendoso. Los tipos se miran el uno al otro, después se sonríen. —¿Si no la soltamos qué? —pregunta uno de ellos esbozando una sonrisa irónica. —¿Apoco tu nos golpearás? —dice el otro. La chica se limita a mirar la escena con los ojos humedecidos. Aprieto mis puños con fuerza aniquilándolos con la mirada. —Un hombre no debe abusar de ninguna manera a una mujer —exclamo con sequedad. Los tipos ensombrecen su semblante, uno de ellos empuja a la chica al suelo, doy un paso al frente cuando veo con coraje como ella grita al chocar su cuerpo con el piso. Aprieto los dientes. —¡Malditos! —musito. —Ahora veremos que estás hecho niñito —suelta uno de los tipos, el que se cree mas rudo por llevar la camisa arremangada dejando ver sus músculos, es fuerte pero no me amedrenta, trago saliva, ellos son dos, pero no puedo dejar a ella indefensa ante estos rufianes. Juntan sus manos, tronando los dedos mientras se acercan de a poco hasta donde estoy. “Por favor, que todas las lecciones de defensa personal hayan tenido efecto” pienso en mis adentros. No me considero debilucho, me he ejercitado bien desde niño. Emir y yo siempre hemos tomado lecciones de defensa personal y jiu jitso. Le lanzó un gancho a la quijada a uno de los hombres, directo en la mejilla, después un rodillazo en el estómago, pero en eso el otro tipo me jala de un brazo, le propino un izquierdazo luego los dos me rodean, no puedo con los dos al mismo tiempo, maldita sea, trato de defenderme como puedo. —¡Corre! —le ordeno con desesperación a la chica que apenas se acaba de levantar al suelo, ella niega con la cabeza —¡vete! —le insisto al menos ella tiene la posibilidad de ponerse a salvo mientras yo contengo los golpes como puedo. De pronto uno de los hombres comienza a gritar con tal desesperación cayendo al suelo y retorciéndose como un gusano, la pelea se pausa por un momento, entonces vemos a la chica con un paralizador eléctrico en sus manos, esta nerviosa puedo verlo en su rostro. Antes de que el otro tipo se abalance sobre ella lo intercepto con un golpe. —¡Toma! —dice pasándome el paralizador, lo tomo en mis manos y se lo dejo caer en la curva entre su cuello y sus hombros, el tipo emite un grito ensordecedor. Guardo el paralizador dentro de mi sudadera, tomo a la chica de la mano y la jalo para que corramos. —¡Espera! —me dice regresando por su mochila. Después me toma de la mano y corremos todo lo que podemos.
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