Ana Lago
- Y con este medicamente la infección en la garganta desaparecerá – digo mirando a los ojos a mi paciente, Erika Torres, es clienta frecuente de esas chicas que apenas estornuda y ya va al doctor. La recuerdo bien a veces hasta platicamos de como le va en su vida, pero ahora no tengo humor para eso así que la despido pronto.
- Gracias, doctora Ana, es usted muy amable como siempre.
Asiento con una sonrisa falsa, camino hasta la puerta y la abro para que salga. Suspiró al pensar que es la penúltima paciente que tengo por el día de hoy. Siento vibrar mi celular, lo tomó del bolsillo de mi bata y miro la pantalla.
>, el mensaje no tenía remitente, tampoco conocía el número, pero por el texto sabía que era de Carlos, entrecerré los ojos preguntándome si ya tendrá teléfono móvil de nuevo. En los últimos días su avance en cuánto a la salud ha sido increíble, cada día se ve mejor y va recobrando todas sus fuerzas, en pocos días, probablemente esta semana ya lo darán de alta. Ha pasado casi una semana desde que Arturo me confeso que Carlos esta vivo. Todos los días había ido a visitarlo al hospital hasta el día de ayer en el que la dra. Ruiz me pidió que me quedara hasta las diez por que la doctora que llega al consultorio después de mi tuvo un problema personal, estaba tan cansada que ya no pase a ver a Carlos al hospital. De mala gana sus padres habían aceptado que lo visitara, de alguna manera por ahora no querían darle la contraria, aún no me topaba con sus hermanas, pero lo más seguro es que pronto lo haría. Miré el móvil, el paciente que seguía no entraba. Por dentro rezaba porque no llegara.
Después de pensarlo un poco escribí > era extraño no enviar emojis, gifs, divertidos como antes cuando un mensaje suyo hacía que todo mi cuerpo vibrara de emoción, ahora ya no era el mismo sentimiento, tampoco esa ansiedad que me daba cuando se acercaba el termino de mi jornada y lo único que deseaba era poder llegar a casa, abrazarlo y besarlo. Ya no era lo mismo. Masajeé mi sien en ambos lados. Por ahora Carlos me necesitaba, después del error que cometí al iniciar una nueva relación con alguien más tan pronto, me sentía culpable, yo lo quería, ya no sabía si lo amaba con la misma pasión, pero aún lo quería, tal vez era una crisis por lo que estaba pasando en este momento. Él y yo teníamos planes de una vida juntos. Entonces vino a mi mente la imagen de Arturo. ¿Cómo estará? Ahora ya no estaba tan enfadada como ese día, por que Carlos entre platicas me había confirmado que quienes fueron los de la idea de ocultarme que estaba vivo fueron sus padres, Arturo estuvo ahí en medio simplemente, fue una casualidad, por que cuando el aceptó ese trato con los Alcázar, ni si quiere me conocía. Entonces todo lo que me dijo era cierto. Sentía remordimiento por eso también.
De milagro la Dra. Ruíz me dejo salir temprano, caminé a toda prisa al exterior de la clínica, era el primer día en toda la semana que si salía a las seis, subí al auto, pero me detuve antes de introducir la llave, miré a mi alrededor, vi aquél BMW a unos cuántos lugares en el estacionamiento, Sam me saludo a la distancia, lo fulminé con la mirada, él ya ni si quiera se ocultaba de mí incluso un día cuando iba al trabajo por la mañana me dijo que podía ofrecerse a hacerla de mi chofer, él era buen chico lo sabia por que Arturo confiaba plenamente en él, pero me disgustaba que me siguiera a todas partes, como si Arturo tuviera el derecho de enterarse a todos los lugares que voy. En lugar de dirigirme al Hospital AltaVista giré en dirección al edificio de la Constructora de Grupo Rocamonte, esperaba que estuviera ahí, era hora de enfrentar a Arturo, lo que menos quería era que me odiara por toda la vida o ser el motivo de su sufrimiento como un día lo fue Clara, él era un buen hombre, siempre fue bueno conmigo, se me estrujaba el corazón al pensar que nos hemos hecho tanto daño.
Cuando entré al edificio, ni si quiera llegué a recepción, sabía donde estaba su oficina así que me dirigí hasta ahí tomando el ascensor, caminé lidiando con los nervios en mi cuerpo, pero tenía que hacerlo, me planté de pie frente al escritorio de su secretaria, ella me recibió con una sonrisa.
- Buenos días doctora, es bueno verla por aquí – esbozó una amable sonrisa que me tranquilizó un poco.
Sentí como mi labio tembló al sonreír también. Estaba muy nerviosa.
- ¿Se encuentra el señor Abad?, necesito hablar con él – le pregunté sonando tímida.
- Permítame un momento – dijo ella, levantó el intercomunicador, tecleo unos botones y espero una respuesta – Sr. Abad, la Dra. Lago está aquí, pide verlo… si enseguida se lo comunico – colgó – el Sr. Abad tiene una reunión importante, pide que lo espere, si gusta puede esperar ahí.
Ella apuntó a la salita de espera que se encontraba a mi espalda. Cada segundo se me hacía eterno y me ponía más nerviosa, observaba fijamente gran puerta de madera de su oficina, era lisa, no tenía detalles o dibujos, pero la observaba con detenimiento como si fuera algo muy entretenido. Recordé que le había dicho a Carlos que después del trabajo iría a visitarlo, pero no sabía si mi visita con Arturo se prolongaría, así que saqué mi celular y le envié un mensaje de texto.
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En ese instante la puerta se abrió, un hombre de traje con un maletín salió. Abrí por completo los ojos, mi corazón comenzó a latir fuertemente.
- Doctora, puede entrar – dijo con amabilidad su secretaria.
Me puse de pie y caminé hasta la puerta, giré lentamente la perilla, un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo. Entré. Vi como Arturo estaba de pie a lado de su silla, imponente y apuesto como siempre, pero con una mirada fría y penetrante, estaba enfadado seguro, en su mano sostenía una copa con whisky dio un sorbo y la dejó sobre el escritorio al mismo tiempo que yo cerraba la puerta a mi espalda.
Tragué saliva y caminé unos pasos adelante, quedando solo a unos metros del escritorio.
Nos miramos fijamente, en ningún momento suavizó su mirada y yo estaba a punto de desplomarme, mi corazón latía acelerado, ¿por qué sentía estas cosas? De pronto tuve que reprimir lagrimas de tristeza al ver como su semblante había cambiado a uno mucho más frío. El Arturo que yo había conocido me miraba con ternura, con pasión, fui yo quien lo cambio a esta versión.
- ¿Qué haces aquí? – preguntó secamente.
Respire profundo armándome de valor para hablar.
- Vine a decirte que no es necesario que Samuel me siga a todas partes, no quiero, puedes decirle que deje de hacerlo – peleaba contra mi misma para que mi voz no se entrecortara.
- No lo haré – respondió de inmediato.
¿Qué?
- ¿Por qué? – pregunté confundida.
El rodeó el escritorio a paso rápido hasta quedar a unos veinte centímetros de mí, me sentí tan pequeña frente a él que tuve que retroceder un paso.
- Te mentí para protegerte, decirte la verdad fue mi decisión, tenía que hacerlo, lo hice más por mí que por ti así me daría cuenta de si en verdad me amabas, ¿recuerdas que siempre que te lo preguntaba nunca me contestabas? Ahora ya tengo mi respuesta – escrutó, mientras mi corazón se hacía trizas escuchando sus palabras, ¿porque me dolía tanto? – Samuel te seguirá a todo lugar que vayas mientras tu novio no pueda hacerse cargo de ti personalmente, no confío en sus padres, hasta que lo den de alta seguirás siendo cuidada por él.
¿mi novio? … ¿Carlos era mi novio? ¿aún estábamos comprometidos? Ya ni sabía. Alcé la vista frunciendo el ceño. ¿Qué me estaba pasando?
- No quiero que me siga, ya no estoy enfadada contigo por haberme mentido – el abrió aún más los ojos, su rostro se suavizo, mis palabras lo tomaron por sorpresa – entiendo que lo hiciste para protegerme, pero no puedes cuidarme las veinticuatro horas del día, necesito mi privacidad, y si acaso algo me llegará a pasar entonces sabremos quien es el responsable.
El apretó los dientes con enfado.
- ¿Es que acaso no lo entiendes? – vociferó mientras me jaló de la cintura y me atrajo hacia él, quise zafarme pero no pude, me rendí, él era mucho más fuerte y grande que yo, bajé mi rostro pero Arturo me sujeto de la barbilla con su mano obligándolo a que lo viera – si te pasa algo, yo me muero Ana – entonces mi rostros se descompuso, lagrimas comenzaron a salir de mis ojos, no podía controlarlas, era demasiado intenso lo que yo sentía por él, hundí mi rostro en su pecho como una niña pequeña, el me abrazó mientras frotaba mi espalda y yo me aferraba a su cuerpo – cuando te des cuenta de que yo soy el amor de tu vida, entonces podremos ser felices.
Me limpié las lagrimas de los ojos con la mano, aligero su agarré y pude separarme. El acercó su rostro al mío con la intención de besarme, pero el miedo me traiciono.
- No puedo, estoy confundida – alcancé a decir, su expresión cambio a la que tenía cuando entré a su oficina – lo siento.
Como pude, reuní todas las fuerzas para salir de ahí, él se quedó mirando como huía de sus brazos.
Estaba tan hundida en mis pensamientos que al caminar casi corriendo al ascensor topé con un hombre, fruncí el ceño al alzar la vista y darme cuenta de que era Roberto. Lo fulminé con la mirada.
- ¿Tu que haces aquí? – dije limpiando las lagrimas que quedaban en mi rostro.
El sonrío.
- Esta es la empresa de mi familia.
- Pero te habían expulsado – repliqué al recordar que Arturo me lo había dicho.
Volvió a sonreír con malicia.
- Arturo y yo nos reconciliamos.
No podía creerlo, por que Arturo lo perdonó después de todo lo que él hizo, y lo que le hizo a Carlos, me preocupaba, pero eso ya era asunto de ellos dos. Sin más, pase de largo a su lado ingresando al ascensor.
Cada paso que daba hacía mi auto mi mente confirmaba que no me había sólo enamorado de Arturo, si no que también lo amaba. Me preocupaba mucho que Roberto pudiera hacerle daño de nuevo.