1. Ann

1924 Words
El reloj sonó como cada mañana, la cafetera ya estaba en marcha y procedí a bañarme. Me observe en el espejo una vez que termine, las marcas de mi cuerpo estaban disimulada por tatuajes, la piel mantenía su color intacto, aunque estuviera muy lejos de mi país natal, suspire despacio y salí del baño directo a mi cambiador, mi vida se basaba en una constante rutina, una que me sentaba bien porque estaba tranquila y me conservaba cuerda. Busque unos jean gastados, mis botas de caña negra, una polera blanca ceñida al cuerpo y mi chaqueta de cuero. Hacía frío afuera, después de tanto tiempo uno diría que estaba acostumbrada, pero eso no era lo que me pasa, no lograba acostumbrarme a los crudos inviernos que ataban a Estados Unidos, asique me seque el pelo, lo que hizo que quedara más lacio de lo que ya era. Hoy tenía mucho trabajo en la oficina, era dueña de una editorial muy importante aquí, amaba lo que hacía y me mantenía lo suficientemente distraída para evitar volver a mi mundo oscuro y traumático, no era bueno que volviera a ese lugar, las heridas no sanaban por más que uno la maquillara a diario y aunque ahora me sentía segura, muy en el fondo sabía que jamás lo estaría, no mientras mi pasado siguiera vivo y estaba vivo porque yo lo recordaba. Busque algunos de los papeles y revise el balance de mis hoteles, porque sí, además de la editorial contaba con algunas cadenas hoteleras, todo aquello ocupaba gran parte de mí día, pero amaba mi trabajo y mi nueva vida. Recogí mi bolso y me cerciore de tener todo lo necesario, no volvería a casa esta noche. Por la ropa no me preocupaba, tenía varias prendas en casa de mi novio Tom, un chico con el que mantenía una relación formal hace algunos años. Tom era el hijo de uno de los empresarios más importantes de la ciudad, el señor Harold Beneck, un hombre imponente de ojos negros, pelo blanco y con gran poder. Pues Harold Beneck estaba en el tercer puesto de los hombres más ricos del mundo, todo en él desprendía respeto y miedo, por lo menos a los demás, porque en mí, no tenía ese efecto, muchos menos su hijo. Mi novio era completamente distinto a Harold, su pelo castaño estaba algo largo y desorganizado, tenía un cuerpo decente, pero nada muy exagerado, sus ojos eran de un color miel y su nariz perfilada, unos labios carnosos adornaban su mandíbula cuadrada que, en algunas ocasiones, contaba con una barba insipiente. Estábamos juntos hace seis años, lo conocí en la universidad, justo después de llegar a Seattle. No sabía si estaba completamente enamorada de él, pero al menos era lo más estable que tenía en mi vida y el próximo fin de semana nos comprometeríamos. Si había alguien contento por esa noticia, era mi suegro, las razones eran obvias o por lo menos para mí, Harold era un hombre de poder y como tal, solo se sociabilizada con los de su misma clase, al principio no le agrado mi presencia en su vida. Una chica huérfana de procedencia dudosa, piel morena y de clase social baja, no era lo que él consideraba mejor prospecto, pero todo eso cambio cuando de la noche a la mañana, la pequeña mulata se volvió rica, pues como dije él era la tercera persona más rica de la ciudad y yo… pues yo era la segunda. Eso hizo que mágicamente ya no le molestara que su hijo estuviera con una latina. Para la prensa éramos chisme caliente, las portadas de las grandes revistas hablaban de nosotros, los programas en la televisión e incluso algunas radios nos nombraban al pasar cuando algo, por más mínimo que fuese, pasaba a nuestro alrededor, no eran cosas malas, al contrario, siempre hablaban de lo maravilloso que nos veíamos juntos, de cuando nos casaríamos e incluso si tendríamos hijos. Todavía no me inventaban un hijo ficticio porque mi vientre plano no daba lugar a ello, pero como engordara unos gramos, pues seguramente anunciarían el agrandamiento de la familia y sus felicitaciones al respecto. Para ellos nosotros vivíamos un cuento de hadas, algo que no estaba ni cerca de ser cierto.   -    Hoy sí que te esforzaste Ann Contemple mi aspecto por última vez frente al espejo, no sé si soy una mujer bonita, la verdad es que nunca me considere así. Tengo mi pelo n***o, largo y lacio, mis ojos cambia de color con el tiempo, asique podría decirse que no sé qué color tienen la mayoría de las veces, hoy por ejemplo están grises. Cómo herencia familiar tengo bastante busto y caderas, algo muy común de las brasileras. Por lo demás, soy normal, delgada de un metro sesenta y cinco, piel bronceada, gracias a la combinación entre mis padres. Mis padres… hacía mucho no pensaba en ellos y no quería empezar ahora, tal vez pensar en mi papá no me dañaría, pero no podía decir lo mismo de mi madre, los amaba, claro que los amaba, es imposible que un hijo no ame al ser que lo engendro, pero la realidad por ahí era más fuerte que el amor y eso… mataba todo. Termine de mirarme y fui por mi café, amaba el café por las mañana y la forma en que su olor inundaba la sala, era algo que necesitaba para empezar mi día sí o sí, asique no salía de mi casa si no iba con mi café en la mano, era por eso que ahora me encontraba colocándolo en mi vaso de viaje, para luego recoger mi bolso y partir a mi oficina.   -    Buenos días Señorita Frank- Taylor me sonrió y abrió la puerta del coche.   -    Buenos días Taylor- le sonreí- Está tarde cuando terminé en la oficina vamos a casa de Tom y después eres libre, aprovecha y pasa tiempo con tu familia.   -   Muchas gracias señorita- me miró por el espejo retrovisor- Si me necesita no dude en llamarme.   Taylor era mi mano derecha, cuidaba de mi seguridad y la de la empresa, no hacia todo el trabajo solo, pero si se encargaba de controlar que todos hicieran bien su parte, él era el jefe supremo de mi seguridad, si decía que saltasen todo debían hacer caso, porque para mí, su palabra era santa y confiaba plenamente en ella. Esto se debía a que era el único de todo mis guardias que no pertenecía a una empresa. A Tay lo conocí en un evento, en ese entonces solo contaba con los guardias de una empresa de seguridad que mi suegro me recomendó bajo el lema, “son los mejores”, todo marchaba bien, la gente era la misma, el evento era uno al que acudía cada año desde que me codeaba con los poderosos, pero aquella noche algo salió mal y terminaron atentando contra mi vida. Taylor estaba ahí y me ayudo, dio su vida por mí, sin siquiera conocerme. Desde ese día le ofrecí un puesto a mi lado y desde entonces estamos juntos en esto. Observo sus ojos verdes a través del espejo retrovisor, Tay es un ex militar, su cabeza todavía conserva el corto soldadesco en su pelo rubio, tenía al menos unos cincuenta años, pero aun a su edad conservaba todos sus músculos en perfecto estado, es más, si no estuviera casado y amara a su mujer e hija, seguramente me le hubiera declarado. Él era todo lo que una mujer deseaba tener, compresivo, amable, solidario, cálido y cariñoso, en algunas oportunidades se comportaba como un padre conmigo, algo que me producía un corte mental, yo no llevaba bien la parte paternal. Llegamos a la editorial unos cuarenta minutos después, como cada mañana me abre la puerta y le agradezco con un gesto. Frank’s editorial es un lugar sencillo a simple vista, cualquiera diría que no es un lugar con tanto poder adquisitivo, pero la realidad era otra. Mi empresa tenía a más de dos millones de escritores, contábamos con contratos en lecturas digitales y muchísimos manuscritos esperando a ser revisados por mis correctores para luego pasármelos a mí y dar mi visto bueno. En sí, mi empresa no era la gran cosa, la fachada era de ladrillo y contaba con unos veinte pisos, por fuera podía pasar por un edificio viejo, pero por dentro las instalaciones eran de última tecnología.   -    Buenos días Señorita Frank- dijo Sofía apenas baje del ascensor.   -    Buenos días Sofí, vamos a la oficina - mi secretaria entró detrás de mí y cerró la puerta.   -   Ann tengo la lista de todo lo que hay para hoy- se sentó en el sillón - La deje en tu mesa – señalo los papeles - Por otro lado, dos de tus reuniones se cancelaron, asique adelante las demás para que puedas irte más temprano hoy - sonrió mientras terminaba de decir lo último. -   Sofí, te adoro, sos mi amiga- le dije mirándola a los ojos - Pero, como me vuelvas a decir señorita Frank...- bromeé y ella rio.   Sofia se retiró luego de arreglar algunas cosas más, respire profundo y observe mi oficina por un momento, todo aquí me representaba, desde los adornos hasta los muebles. Mi escritorio era de vidrio y los sillones de cuero, eran de color hueso, tenía varios floreros con arreglos florares, que se cambiaban a menudo y algunas fotos mías con mis amigas. Una gran biblioteca se encontraba frente a mis ojos, había toda clase de libros en ella, desde negocios a novelas románticas, una pequeña puerta llevaba a un baño interno que estaba equipado para cualquier cosa, incluso tenía ropa de emergencia por si la situación lo ameritaba. Las horas pasaron y mi día termino antes de lo pensado, después de varias reuniones con los autores y de haber decidido que libros publicar, agarre mis cosas y baje para ir a casa de Tom. Llegaría antes de lo planeado y eso me ponía contenta, desde hace algún tiempo las cosas no funcionaban como espera y quería cambiar eso a como dé lugar, no sé si por amor, tal vez esa no sería la palabra adecuada, pero estaba acostumbrada a su compañía, era una forma de no sentirme tan sola, en un país que era demasiado grande para mí. Me monté en el ascensor y pensé un poco sobre mi vida. Que irónica era, hace unos años no tenía para comer, vivía en condiciones pésimas en mi país y ahora era una de las personas más ricas EEUU, ¿pero a costo? Claramente había un costo, uno demasiado grande y turbio. Los ojos se me aguaron con aquel pensamiento, mi vida no había sido fácil, nada de lo que viví fue lindo, pero ahora estaba aquí, tratando de salir adelante, tratando de formar una familia sin importar la persona, solo quería tener una estabilidad y Tom lo era. Salí del edificio y observé a mi amigo Taylor, nos miramos sin decir nada y me subí para ir a mi destino. Veinte minutos después me dejó en la entrada de la casa de Tom, busqué mi llave para entrar, no se lo veía en todo el lugar… ¿Estará durmiendo? Sonreí ante la idea, si dormía me aseguraría de que se despertara de la mejor forma posible. Camine a la habitación a paso seguro, las cosas tenían que mejorar y haría que así fue, abrí la puerta de su recamara y mi mundo se vino abajo.
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