Prefacio
La noche era cálida, al igual que las anteriores, el cielo estaba completamente despejado y una pequeña brisa movía mi pelo, he pasado tantas noches mirando este cielo y rogando por una salvación, he vivido tantas lunas en la oscuridad, que cuando sale el sol pareciese que nada cambia.
Los pasos a mi espalda me hicieron temblar, otra vez comenzaría mi tortura, otra vez sus asquerosas manos tocarían mi cuerpo, su olor a cigarrillo se colaría por mis fosas nasales y el alcohol aliviaría mi dolor cuando me dejara rota en el piso, siendo solo un saco de mugre y sangre.
Su mano acaricio mi pelo y me estremecí, a eso nos resumíamos, él dominando y yo sumisa, rogando por piedad o en el mejor de los casos la muerte.
- Mírame – gire mi rostro para encontrarme con el suyo.
Sus ojos oscuros estaban rojos gracias a la droga y el alcohol, tenía rastro de barba en su mandíbula cuadrada y su pecho desnudo dejaba ver su trabajado cuerpo, quizás para algunas mujeres podría llegar a ser un hombre irresistible, pero para mí no lo era.
En sus músculos solo podía ver maldad y perversión, porque era los mismos lo que me golpeaban a diario.
- ¿En que le puedo servir señor? – respondí lo más duce posible.
- Está lista la cena – sonrió de lado – Vamos a comer y luego te quiero en mi recamara.
- Está bien – me levante entre quejas.
La piel aun me ardía gracias a los azotes de hace dos días, sentía mi dermis cortada en la espalda y los músculos tensarse en respuesta, él me había roto de más de una forma, siempre lo hacía en más de una forma.
Las empleadas se encontraban alrededor de la mesa, el olor de la carne asada ocupaba todo el lugar, este lugar era ostentoso y desagradable, una casa antigua de grandes paredes blancas y pisos de diseños desgastados en blanco, n***o y café ¿Cuántas veces el rojo tiño este lugar? Puedo asegurar que son más de la que una chica de mi edad puede procesar.
Observó la enorme mesa rectangular donde ya varios miembros de la organización se encuentran.
- Iré a lavarme las manos – susurre con la cabeza a gachas.
- No te demores – comentó cortante – Acompáñala Agatha – la muchacha asintió.
Caminamos por los pasillos de la tenebrosa mansión, la sirvienta que estaba a mi lado era una de las que siempre curaba mis heridas, también la que me daba anticonceptivos para que no me quedara embarazada, claramente eso era a escondidas.
- No comas nada que no te demos nosotras – susurro apenas entramos.
- ¿Qué? – no comprendía sus palabras.
- Estas mal del estomago y por eso solo comerás verduras y sopa, no toques nada de la otra comida.
- De acuerdo – la mire confundida.
- Esta misma noche te vas de aquí – abrí los ojos emocionada.
- ¿Es broma? – escuchamos los pasos en el pasillo.
- Haz que vomitas – hice lo que pidió y me tire junto al retrete.
- ¿Por qué…? – las palabras del hombre que me arrebato mi libertad se cortaron - ¿Qué ocurre?
- La señora lleva todo el día con náuseas y vómitos – dijo Agatha – Le preparamos sopa y algo de verduras.
- Esta bien, puede que este embarazada – sonrió satisfecho – Mejor que coma liviano hoy, mañana iremos al médico.
Tomo mi brazo y ayudo a lavarme mi rostro, era la primera vez desde que llegue aquí, que era cariñoso conmigo y todo se debía a que creía que estaba embarazada.
- Vamos cariño, debes alimentarte un poco y luego descansaras – beso mi frente – En mi pieza, claro está, quiero asegurarme de estar cuando te descompenses.
- Gracias – susurre haciéndome la débil.
Tal y como me pidieron, no comí, solo me senté y me hice la enferma mientras él acariciaba mi mano y me incentivaba con mi sopa, los demás nos observaban estupefactos, era la primera vez que me habla bien, me concebía cariño en público y no me golpeaba.
La cena termino y subimos a la recamara, antes de ayer cumplí mi mayoría de edad y recibí como regalo una tortura, hoy que finjo estar embarazada, tengo un abrazo y caricias ¿Por qué no me embarace antes? ¿Por qué no fingí amor? Tal vez si hubiera mentido me trataría mejor y cuidaría.
Los minutos pasaron y sus ronquidos llenaron el lugar, la puerta se abrió mostrando a Agatha con un bolso, camino hasta el armario y abrió la caja fuerte, saco mis documentos y todo el dinero, me entrego el bolso y me guio hasta el aeropuerto.
Con pasaje en mano y mis pocas pertenencia abandone Brasil, me fui para no volver, me fui rota y sin saber que pasaría con las mujeres de esa casa que tanto me ayudaron, pero me fui y no volvería, jamás volvería.