Umay miró el cuerpo de su amigo. Era una buena piel humana que escondía a un gran demonio. Lo recordaba en batalla: 2.65 metros de altura, una gran hacha, sangre de los enemigos corriendo por su pecho.
Más de una vez se preguntó si era necesario pelear. Le preguntó a Wann, de hecho, varias veces por las noches en el Inframundo: ¿por qué peleamos? ¿Para quién? Wann se encogía de hombros y roía los huesos del animal que estuviera comiendo en ese momento, siempre tenía algún hueso entre sus manos después de las batallas. Umay no comía después de batallar, varios demonios la miraban con desprecio y otros sólo se burlaban de ella abiertamente.
- ¿Para quién peleamos, Adel? – Le preguntó Umay, después de una tarde de batalla por un viejo territorio por el que llevaban luchando 83 noches sin descanso.
- ¿Eh? – Adel se levantó a mirarla, y le sonrió. - ¿Para quién peleamos? – Dejó de afilar el hacha. – Yo… No lo sé. Llevamos tantos años cortando cuellos y desmembrando a otros que en este momento no sé para quién peleamos, Umay. Tal vez para nosotros, tal vez por un territorio, tal vez porque para esto estamos aquí en el Inframundo. Hacemos lo que otros no quieren porque la tarea la debía tomar alguien, y al ver que nadie la tomaba, nos pusieron como fichas de ajedrez a trabajar aquí como esclavos. Puede que tal vez sólo seamos eso y el imbécil que nos maneja, no le importa jugar varias partidas más hasta lograr lo que quiere.
- ¿Qué quiere? – Umay reflejaba tristeza con la espalda encorvada y cabizbaja.
- Jugar, Umay, los demonios poderosos y grandes sólo quieren jugar, porque los altos jefes les permitieron salir al recreo una vez más. – Tomó su hacha, se sentó en la roca gris y siguió afilando el hacha.
Un escalofrío recorrió la espalda de Umay, el recuerdo le pasaba delante de los ojos pero no era difícil adivinar que temblaba de rabia, puede que también un poco de culpa, más no arrepentimiento. Nunca le volvió a preguntar a nadie para quién peleaban, para qué eran los territorios, qué hacían en algunos sitios y porque mataban Rebeldes y Bestias. Pero en ella seguían surgiendo dudas.
- Me imaginé que estarías aquí. – La voz de Seth sobresaltó a Umay, pero logró disimularlo. Volteó a verlo, estaba más calmado que hace unas horas.
- ¿La encontraron?
- No. Siguen buscando, pero también están revisando los al redores por donde vieron a Adel caminar y dicen que había…
- Busquen a Lydie, hay que matarla por lo que hizo. – Interrumpió Umay sin un ápice de piedad en su voz. – Quiero verla en la entrada del infierno muerta. Es una perra con mucho poder, y sí pudo matar a Adel, puede matar a otros demonios. Los Rebeldes no cambian, recuerda que en su sangre corre la traición, Seth. Una vez Rebelde, siempre maldito y asqueroso Rebelde. – Dijo con desdén.
Seth suspiró y asintió, en ese momento Umay podía liderar con más tranquilidad al clan que él, o así lo pensó mientras salía de la casa.