¿Pero qué era esto? ¿En qué especie de circo me habían contratado sin darme cuenta? Uno en el que mi abuelo Armando desempeña uno de los roles principales sin avergonzarse. Uno tan grande como para semejante propuesta. —¿Te estás escuchando Armando? — digo con mis dientes rozando entre sí. Él me sonríe con calidez. Verlo con toda esa luz en su balcón desde donde me habla, la camisa de turista eterno a pesar de tener como dos villas de lujos por ese estado, y esa cara bonachona, me lo hizo saber, este era un impostor. Un vil impostor. —Lo hago bien, muy bien. Quien parece no escuchar a nuestro señor Jesucristo eres tú Gabriel. Me preocupa tu actitud… — argumenta preocupado — como hombres de familia, nuestra más grande misión es la de extenderla y honrarla. Mi boca se abre en horror. Alg