CAPÍTULO XXPor un momento Amanda no pudo moverse y tuvo la impresión de que su corazón también se paralizaba. Cuando se disponía a lanzar un grito de intenso placer, ante la alegría de verlo, Peter se llevó los dedos a los labios. Con toda rapidez, cruzó la habitación, se quitó la chaqueta y la colgó sobre el dintel de la entrada, a modo de cortina, para evitar que alguien pudiera espiarlos por el ojo de la cerradura o por alguna otra perforación de espionaje de la puerta. Entonces se volvió y extendió los brazos. Ella corrió hacia él y ocultó el rostro sobre su hombro. No podía formular ni una palabra. Sólo reconocía el alivio y el asombro de saber que él estaba vivo ahí, en ese lugar donde ella esperaba padecer una situación horrible. No la besó, sólo la estrechó contra su pecho. Y cu