CAPÍTULO IXXAmanda, permaneció sentada, en un estado de aturdimiento total, durante toda la cena. Miró sin ver los grandes adornos de oro macizo que cubrían la mesa, las orquídeas que rodeaban los candelabros cargados de velas. Comió, sin sentir sabores y bebió los vinos servidos en copas de cristal con los monogramas grabados. No tuvo ni siquiera idea de quién se sentaba a su derecha o a su izquierda. Debe haber sonreído y fingido que participaba en la conversación, porque los caballeros parecían muy satisfechos con ella. Tenía una idea vaga de que le habían dirigido diversos cumplidos. Pero todo lo que ella podía ver en realidad era una figura inmóvil, en el piso, con un balazo en la espalda, y un caballo galopando sin jinete. «¡Peter! ¡Peter!» le gritaba en una agonía de desolación y