Apreté mi frente contra el frío material de mi casillero. Mis ojos se cerraron conteniendo el aún presente dolor que palpitaba en mis nudillos. Las lágrimas picaban por querer salir, un nudo presionaba mi pecho, mientras aún trataba de comprender qué fue eso tan malo que había hecho para que él me pagara de esa manera. Me dolía aún más que mis nudillos, saber que a pesar de haber dado todo de mí -maldición, inclusive le había entregado mi virginidad- él me había visto la cara de idiota. Anoche, después de haber comido una pizza con Zac -mientras me dedicaba a maldecir a Cooper- al pelinegro se le ocurrió la brillante idea de llevarme a un gimnasio. Disfruté mucho descargar mi furia contra ese saco de boxeo, imaginando que golpeaba el impecable rostro del capitán del equipo de fútbol am