Lo mío nunca había sido madrugar.
Pensándolo bien, tampoco lo era estudiar, ni seguir reglas, ni tratar de caerle bien a la gente. Pero bueno, supongo que entendieron el punto de que no era buena en muchas cosas, lo cual me tenía completamente sin cuidado.
Pero cuando se trataba de fastidiar a mis hermanas siempre que tuviera la oportunidad, valía la pena levantarse a las 5 y 30 de la mañana. Más cuando estaba hecho se estaba acostado hacía apenas hora y media atrás.
Entré sigilosamente a la habitación donde Nora y Nina dormían cada vez que venían de visita. Era la habitación que solía ser de Nora cuando vivíamos todos juntos. Yo compartía la mía con Tara, ya que Tyler necesita su propia habitación.
Pero desde que ambas se han ido a la universidad, Tara se había mudado a la habitación de Nina, dejando solo esta disponible. No es que fuera incómoda después de todo, alcanzaban perfectamente dos camas individuales, más un ropero; además de que contaba con su propio baño personal.
Me detuve frente a la ventana y sonreí al ver que se colocó la cortina más oscura para que la luz no les entrara a su habitación.
Era una verdadera lástima que estas fuesen abiertas.
—¡Thia! —Refunfuñó Nina, cubriéndose el rostro con la cobija cuando la luz le dio directamente a la cara—. ¡Por Dios! ¡Cierra esa maldita cortina!
—¿Maldecir es lo primero que haces cuando abres los ojos? —Abrí mi boca, viéndome falsamente asombrada.
—¡Piedad! —Rogó, Nora—. Solo cierra la jodida cortina. No puedo abrir mis ojos.
—¡Hay que levantarse, abuelas! —Exclamé, acostándome sobre Nina.
—¿Por qué tienes que levantarte tan temprano un primero de enero? —Se quejó, tratando de apartarme—. Ni siquiera tienes que ir a la escuela.
—Lo sé. Pero el mundo necesita ser iluminado con mi belleza.
—Ilumínalo después de las 11 — gruñó Nora, cubriéndose la cabeza con una almohada.
—¡Venga !, par de guedeja s, hay que ir a correr —solía llamarlas así gracias al largo y abundante cabello castaño que ambas poseían. Les costaba mucho trabajo trenzarlo, por lo que por lo general solían andarlo suelto.
—Tú eres la animadora, ¿Por qué debemos de pagar nosotras?
—Vamos, Nina. Hay que ir por un café a la cafetería de Felipe.
—Recuérdame ponerle seguro a la puerta esta noche —gruñó Nora, saliendo de la cama.
Sonreí sintiéndome victoriosa, dándole campo a Nina para que saliera de la cama. Las mellizas mayores entre ofensas y reniegos cambiaron sus ropas por unas deportivas, para luego salir de la casa.
El frío de la mañana nos dio la bienvenida. Una deliciosa corriente de aire helado, atravesó mis poros, logrando que los escasos vellos de mis manos se pongan de punta, aún bajo el abrigo. Cierro los ojos, sintiendo el delicioso aire mañanero con cada paso que daba al correr.
Si había algo que disfrutaba al ser animadora, era la disciplina que debíamos de tener al mantenernos en forma. Acompañadas de largas rutinas de ejercicios, entre ellas correr varios kilómetros al día. Mi padre me mencionó en más de una ocasión, que le recordaba a mamá cuando ella tenía mi edad. Rubia, además de que ella amaba correr.
Su historia me la sabía de memoria. Mi padre era ciego cuando la conoció, y solía ir al parque solo para escucharla correr. Según todas las veces que me lo había contado, él había quedado enganchado con ella desde el primer día que sintió su aroma a cerezas.
Mi padre solía ser algo cursi... y celoso... y por supuesto que no podía dejar de lado la palabra posesivo. Pero mamá lo amaba, yo lo amaba, mis hermanas y hermano lo amaban, y eso era lo único que importaba.
—Mierda, Chaparra. Está helando aquí.
Miré a Nina, quien frotaba sus brazos, tratando de entrar en calor. Me eché a reír, corriendo con más fuerza.
—Deja de quejarte, Nina. Que ya pareces a la tía Alex con tanta quejadera.
—Admite que estás demente —agregó Nora, uniéndosenos—. ¿Sacarnos de la cama para venir a aguantar frío? ¡Parece que nevará en cualquier momento!
Puse los ojos en blanco, concentrándome nuevamente en la carrera. A unos metros más allá, se levantaba el Café de Felipe, el lugar perfecto para tomar un buen cappuccino y comer unas crepas. Era bueno que Felipe abriera su negocio 364 días al año, cerrando únicamente el día del amor y la amistad. Al parecer, odiaba tanto el amor, que no toleraba ver ese día a tantas parejitas enamoradas entrar a su negocio. No me cansaba de decirle que era muy pronto para que se negara a la oportunidad de estar con alguien; tan solo tenía 25 años. Pero su respuesta siempre era la misma: no volveré a amar, al menos que Nina vuelva a aceptarme. Y sí, al parecer, cuando Nina tenía 17 años habían tenido un romance pasajero, a escondidas de mi padre. Pero según Nina, todo fue algo sin importancia.
Nos detuvimos en la entrada, estirando las piernas y las manos antes de entrar. Pero justo cuando me dispuse a abrir la puerta, el castaño estaba frente a nosotras, viéndonos con el ceño fruncido, mientras mantenía unas toallas en sus manos.
—No van a ensuciar mi negocio con su asqueroso sudor, Roberts —nos dijo, viéndonos una a una.
—Hola Felipe, feliz año nuevo; también me da mucho gusto verte —puse los ojos en blanco, tomando una toalla para limpiarme el rostro.
—Tan simpático como siempre, ¿Eh? —refunfuñó Nina, haciendo lo mismo.
—Lo siento —sonrió, más relajado, observando a Nina—. Solo que un idiota entró hace unos minutos completamente empapado en sudor y no quiso salir de mi impecable café.
Felipe era una buena persona. Obsesivo con la limpieza a tal punto que no dejaba entrar a su negocio, a alguien con tierra visible en sus zapatos; sin importar que estaría perdiendo un cliente. Era un castaño de ojos grises, alto y apuesto. Tenía muchas admiradoras, pero él se negaba a salir con alguna de ellas. Había veces que cuando estaba de buen humor, me atrevía a preguntarle si el haber terminado con mi hermana lo había vuelto gay. Ganándome que me echara de su café en más de una ocasión.
Pero como soy tan testaruda, siempre terminaba volviendo.
—¿Ya podemos entrar a su palacio, mi rey? —me eché a reír ante la reverencia que Nora le hacía. Era bueno ver a mis hermanas algunas veces burlarse de las personas.
—No te pases, Nora —dijo el castaño, sosteniendo la puerta abierta para nosotras.
Nos sentamos cerca del ventanal que daba a la calle. Era mi lugar favorito, amaba ver como el viento jugaba con las hojas que caían de los pocos árboles que había en los lotes baldíos. Denver era un hermoso sitio para vivir, el clima frío era lo que más amaba. No me importaba lo roja que se podía poner mi nariz, o pasar resfriada varios días, pero me fascinaba salir a correr cuando los primeros copos de nieve se hacían presentes.
—Imagino que papá casi se desmaya cuando te pusiste ese pirsin en la ceja —dijo Nora, revisando el menú.
—¿Bromeas? Casi llama a un exorcista —bufé, poniendo los ojos en blanco.
Papá solía ser muy exagerado. Me sorprendía que no me haya obligado a dar un voto de castidad, a estas alturas de mi vida.
Mi madre no se cansaba de decirme que lo hacía porque me amaba, y que debía de tenerle paciencia, cada vez que yo renegaba que con Tara no era igual de estricto a como lo era conmigo.
—Me tomó por sorpresa que Zac vaya a quedarse —comentó Nina.
—Lo que haga ese idiota me tiene sin cuidado.
—¿Qué pasó entre ustedes? Solían ser insoportables estando juntos.
De repente mis dos hermanas mayores parecían estar interesadas en Zac.
—Zac es un imbécil, arrogante, cerebrito, presumido y egocéntrico, aun no entiendo la razón que me llevó a ser su amiga durante tanto tiempo —me estremecí al decirlo.
Fruncí el ceño al notar las miradas de Nina y Nora, no estaban dirigidas hacia mí. Si no, que miraban con curiosidad sobre mi hombro. Cerré los ojos, dejando salir lentamente la respiración. No quería ver hacia atrás.
—Y tú eres una enana tonta, odiosa e insoportable —habló cerca de mi oído.
Miré en su dirección, levantando una ceja.
—Pregúntame si me importa lo que tú opines sobre mí.
—Pregúntame si me importa lo que tú opines sobre mí —repitió, haciendo una pésima imitación de mi voz.
—Que maduro —dije, poniendo los ojos en blanco.
—Al menos no soy un resentido que ando hablando a las espaldas de la gente, solo porque no soporté la idea de que mi mejor amigo tuvo una oportunidad de superación.
Abrí mi boca, y la volví a cerrar rápidamente. ¿Resentida? ¿Este idiota me estaba llamando resentida?
Lo miré directamente a los ojos. Su cuerpo estaba inclinado sobre mi silla, por lo que no tenía que hacer gran trabajo para quedar en su campo de visión. Noté como gotas de sudor bajaban por su cuello hasta desaparecer bajo su camiseta deportiva, por lo que llegué a la conclusión, que quizás este sea el idiota del que hablaba Felipe.
Una arrogante sonrisa se dibujó en sus labios mientras elevaba una ceja en señal de victoria.
—Vete a la mierda —bufé, alejando la mirada.
—Tal vez sea un mejor lugar que estar escuchando tus insoportables niñerías —dijo, levantándose para luego caminar hacia la puerta—. ¡Ya estoy saliendo! —Le gritó a Felipe, que lo observaba fijamente desde la puerta de la cocina—. Y no me estoy yendo porque tú me lo pediste —terminó diciéndole antes de azotar la puerta.
—Creo que hace mucho tiempo no miraba algo tan raro como eso —habló Nora.
Desvié mi atención de la puerta recién azotada, a mis hermanas, quienes sonreían y se miraban con una chispa de diversión en su mirada.
—Valió la pena salir con este frío, ¿Eh? —le dijo Nora a Nina.
—¿Por qué carajos no me dijeron que Zac estaba aquí? —crucé los brazos a la altura de mi pecho y fruncí el ceño, hundiéndome en mi asiento. Ambas parecían estar divertidísimas con la situación, dedicándose a ignorarme por completo—. ¡Oigan! —exclamé, chasqueando los dedos.
—Solo pensamos que también lo habías visto al entrar, Chaparra —contestó Nina sonriendo—. Incluso nos saludó con la mano.
—Tal vez necesite ir donde el oculista, después de todo —afirmé, encogiéndome de hombros.
—Eso, o en serio las rubias son tontas —Nina sonrió, levantando las cejas.
—Al menos tengo la excusa de ser rubia. ¿Cuál es la tuya, hermana?
Nora rio, levantando su mano para que chocáramos los cinco, mientras Nina me fulminaba con la mirada.