Salí del lugar dando tumbos. Si buscaba a Eirik, no sabría a ciencia cierta lo que me pasaría. Yo había matado a uno de sus hombres, y aunque fue en defensa propia, no estaba segura de cómo iban a reaccionar. Mis pasos eran torpes y vacilantes, pero entre más caminaba, más me acercaba al enorme bosque que se extendía ante mí.
Mientras avanzaba entre la maleza, las lágrimas salían de mis ojos nublando mi vista. Yo había asesinado a un hombre. Me tiré al suelo y lloré.
—Perdón —le dije a la nada.
Sorbiendo mi nariz, volví a levantarme. Tenía que aprovechar la ventaja que tenía. Si alguien lo veía allí, irían a por mí de inmediato. Corrí al oscuro bosque; tenía que perderme en él lo antes posible. La adrenalina recorría mi cuerpo dándome fuerza para continuar.
Me detuve en seco cuando escuché el crujir de una rama. Tragué en seco, esperando lo peor. Ellos estaban buscándome y iban a matarme. Corrí, corrí lo más que pude. Sentía cómo mis pies se lastimaban, pero eso me hacía querer correr mucho más. Ahora la única que podía cuidar de mí era yo. Corrí por un sendero apenas visible entre los árboles, confiando en que me llevaría lejos de aquel lugar.
Después de lo que pareció una eternidad de correr entre la maleza y las rocas, encontré un pequeño claro donde el suelo estaba cubierto de musgo. Me dejé caer exhausta, sintiendo cada músculo tenso y dolorido. Miré hacia arriba, observando los primeros destellos de estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo nocturno.
—No puedes morir —me dije a mí misma.
El frío de la noche era devastador; podía sentirlo hasta en mis huesos. La piel que tenía se había perdido en algún lugar mientras huía. Ahora estaba en medio de la nada, muerta de frío.
Sentí el sonido de pasos y me levanté de inmediato. Una anciana me observaba. Iba a huir, pero ella me gritó que me quedara donde estaba. La anciana se acercó a mí lentamente.
—¿Estás bien, pequeña? —me preguntó.
Yo negué con la cabeza de inmediato. Ella me tomó de las manos y las acarició un poco.
—Ven conmigo, no puedes estar aquí así; morirás de frío —me dijo.
Yo negué con la cabeza y me di la vuelta para irme.
—Te matarán si te encuentran. Muchos lobos te están buscando —me dijo.
Me detuve en seco y me di la vuelta. Ella me miraba con una expresión de seriedad.
—¿Por qué confiaría en usted? —le pregunté.
Ella sonrió.
—Sé lo que eres, porque yo también lo soy —me dijo.
Yo me acerqué a ella y lloré.
—Él quiso abusar de mí —le dije.
La anciana asintió con la cabeza. Agarró mi mano y me arrastró con ella.
—No tienes que darme ninguna explicación; ellos, ninguno, deberían estar con vida —me dijo.
Caminé con ella por el espeso bosque. Caminamos por algunas horas hasta que llegamos a una pequeña aldea. Algunas mujeres allí se acercaron a mí.
—¿Es ella? —preguntó una de las mujeres.
La anciana asintió con la cabeza. Yo me solté de su agarre y la quedé mirando. ¿Acaso me había tendido una trampa?
—¿De qué está hablando? —pregunté con nerviosismo.
La anciana me miró y me entregó un amuleto parecido al que el hermano de Eirik me había quitado.
—¿Cómo lo conseguiste? —le pregunté.
Ella sonrió.
—Sé lo que eres, sé por qué fuiste elegida, y te juro que te protegeré; todas lo haremos —me dijo.
Yo estaba sin palabras. No sabía muy bien a lo que ella se refería, pero algo sí tenía claro: aquí estaba segura.
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Freidys y su hermano me exigieron la cabeza de Tiana. Todos en el consejo la querían viva o muerta, y aunque yo era el líder, sabía que algo como esto no iba a pasar desapercibido. Ella había asesinado a uno de los altos mandos del consejo, y yo tenía que poner el ejemplo. Tenía que matarla.
—Si la asesinamos, no podremos conseguir el amuleto —les dije.
Knut se acercó a mí y me empujó. Iba a golpearlo, pero me detuve; su padre había muerto y eso tenía que respetarlo.
—Me importa una mierda el amuleto. Podemos con Ivar, y lo vamos a asesinar, pero a ella la quiero viva. Voy a despedazarla y beberé su sangre como recompensa por lo que me ha hecho —dijo él con rabia.
Sabía por el dolor que había pasado, pero yo no permitiría que nadie le hiciera daño, así quedara como un traidor delante de todos ellos.
—La buscaré y la traeré de vuelta —les dije.
Knut volvió a empujarme. Yo le gruñí y este retrocedió.
—Entiendo por lo que estás pasando, pero vuelve a tocarme y perderás el brazo —le advertí.
Él bajó la cabeza y fue a sentarse a su puesto.
—Yo me encargaré de ella —les dije.
Salí de la habitación. Leif estaba allí esperándome; se acercó a mí.
—Tengo que encontrarla y esconderla —le dije.
Leif puso mala cara de inmediato.
—Ella ha matado a Bjorn. ¿Cómo puedes pensar en eso? —me dijo con molestia.
Si ella lo había asesinado, estaba seguro de que fue por una muy buena razón.
—Bjorn era un cerdo, tal vez merecía morir —le contesté.
Leif negó con la cabeza.
—Es mi luna, no puedo dejarla a su suerte. Búscala y, cuando la encuentres, quiero que me avises. Obtendré lo que quiero, ganaré esta guerra y la muerte de Bjorn pasará a segundo plano —le dije.
Leif pareció poco convencido, pero asintió con la cabeza.
—Solo espero que no te metas en problemas por ella —me dijo y se fue.
Yo me detuve y miré a mis hombres, que me observaban con curiosidad. Respiré profundo y volví a andar. Yo también esperaba no meterme en problemas.