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Mire a mi madrastra que llegaba al tribunal donde me darían una sentencia. Había sido detenida por la policía por conducir en estado de ebriedad y, no contenta con eso, le di un puñetazo a uno de los oficiales. Fue bastante malo lo que hice, pero siendo sincera no me arrepiento.
— Pudiste morir, ¿acaso estás loca? — me regañó ella.
Aparté la mirada, consciente de la gravedad de lo que había hecho, pero me daba igual. Ya no tenía a nadie. Mi padre había muerto hace un mes y mi madre el día en que nací. Así que, nada me importaba.
— Tiana, por favor, sé que puedes tener una buena vida, solo debes dejar que te ayude — me dijo ella con voz suave.
— Déjame en paz, es mi vida y tú solo estorbas en ella — le respondí, con frialdad.
Pero en realidad la quería; ella había sido como una madre para mí, o al menos lo había intentado durante años. Tenía un lugar especial en mi corazón.
El juez dictó la sentencia. Por no tener antecedentes, me sentenció a ochenta horas de servicio comunitario. ana, mi madrastra, agarró mi mano y yo la miré.
— Déjame ayudarte, Tiana. Sé que podemos salir de esto — me dijo con ternura.
Respiré profundamente y empecé a llorar. Me sentía mal por todo lo que había pasado y sabía que era una mierda con ella. No merecía su compasión.
— Tranquila, cariño. Saldremos de esta juntas — me consoló.
Salimos del juzgado y el chofer nos estaba esperando. Ambas nos subimos al coche. Flora me consoló todo el camino a casa. No la miraba porque si lo hacía, sabía que terminaría llorando otra vez.
— Mañana, apenas llegues de la universidad, te cambias y te vas al albergue. Estarás a cargo de las hermanas y harás todo lo que te pidan. Sé que si ellas hablan bien de ti, podrían hasta reducir las horas que te han pedido — me dijo ella con calma en su voz.
La miré y ella me sonrió.
— ¿No lo extrañas? — le pregunté.
Ella asintió con la cabeza, y una lágrima rodó por su mejilla.
— Con el alma, pero sé que a él no le gustaría vernos así. Por favor, cariño, déjame ayudarte. Le prometí a tu padre que siempre estaría contigo — me pidió con voz quebrada.
Aparté la mirada de golpe. Yo también lo extrañaba. Cada vez que lo recordaba, un enorme nudo se me hacía en la garganta, pero de nada servía llorar. Él no volvería jamás.
— ¿Estás bien? — preguntó ella.
Asentí con la cabeza.
— Estoy bien. No te preocupes, no volveré a conducir ebria — le contesté.
Flora agarró un mechón de mi cabello.
— Tiana, eres tan hermosa y tan parecida a tu padre, terca, pero con un enorme corazón — me dijo.
La miré y le sonreí un poco.
— Gracias por aguantarme — le dije con una sonrisa.
Ella me abrazó con mucha fuerza y yo le devolví el abrazo. Tal vez la única solución para mí sea cambiar de vida. Ojalá logre hacerlo.
...
Al día siguiente llegué al refugio alrededor de las dos de la tarde. Una de las monjas me explicó un poco lo que tenía que hacer, o más bien, me dijo en qué lugar tenía que limpiar. Literalmente, mi trabajo era ser la esclava de las monjas. Era una mierda.
Empecé a trabajar, quería hacerlo rápidamente para poder irme a casa cuanto antes. Hacía mucho calor y me dolían las manos de tanto barrer el patio.
— ¿Quieres algo de ayuda? — me preguntó un chico acercándose.
Lo miré y negué de inmediato. Si alguien lo veía ayudándome, me podría meter en un gran problema.
— No. Puedo sola, gracias — le contesté y le sonreí.
— Hace calor, déjame ayudarte — insistió.
Intentó quitarme el cepillo de barrer de la mano, pero no lo dejé.
— He dicho que no —l e dije con algo de mal humor.
— Las mujeres como tú se creen la gran cosa solo por tener dinero, pero aquí estás limpiando mi suciedad — me dijo con una sonrisa.
Me di la vuelta y fui a otro lugar, ya que, si seguía frente a él, iba a decirle algunas cuantas cosas, y la verdad yo no quería terminar en la cárcel por alguien como él. Seguí caminando hasta que estuve en el segundo piso del lugar. Aquí no había nadie, y lo mejor era que estaba más fresco. Mire por el barandal del balcón, y respire profundo.
— Qué niña tan bonita — dijo una siniestra voz detrás de mí.
Mi corazón se detuvo por un momento, y me volteé con rapidez; una anciana, de aspecto descuidado y con dientes dañados, me sonreía.
— Tu pelo es muy bonito — me dijo ella acercándose a mí.
Yo di unos pasos atrás. y la mujer se detuvo.
— ¿Me tienes miedo? — me preguntó ella mientras se tocaba un raro amuleto que tenía en el cuello.
— No, pero si le soy sincera, usted es un poco extraña. Y al aparecer así, se hace aun más extraño— le dije.
Ella siguió acercándose a mí, y yo volví a retroceder, hasta que mi espalda chocó con el barandal del balcón.
— Es malo juzgar a las personas por su apariencia — me dijo.
Yo me encogí de hombros, lo que ella me dijera me daba exactamente igual.
— No la juzgo, simplemente es lo que veo, pero disculpe si la molesté, por lo visto las personas de aquí son bastante susceptibles — le dije. Y de inmediato quise golpear mi boca. ¿Acaso no me cansaba de buscarme problemas?
Ella se quitó el amuleto que tenía en el cuello y me lo ofreció. Yo negué con la cabeza de inmediato.
— Deberías aceptarlo, este amuleto te traerá buena suerte, y yo te lo estoy regalando, esto te dará lo que tanto deseas — me dijo.
Yo la tomé con cuidado y la guardé en mi bolsillo. Pues deseo no estar más aquí.
— Gracias — le dije.
Ella sonrió, mostrándome sus muy feos y podridos dientes. Yo me aparté del balcón y bajé, no quería seguir hablando con esa extraña mujer. Cuando iba caminando me tropecé con el chico idiota.
— ¿Ahora te escondes para no hacer el quehacer del lugar? — me preguntó.
Yo puse los ojos en blanco, este tipo de verdad era un idiota.
— Deja de molestarme — le dije.
Yo me saqué el horrible amuleto que tenía guardado en el bolsillo y se lo ofrecí.
— ¿De dónde sacaste eso? — me preguntó.
— De la anciana loca de allá arriba — le respondí.
Él arrugó el entrecejo y después empezó a reír.
— Aquí no hay ninguna anciana loca, creo que te has topado con la bruja, se dice que ella murió aquí, y viene a buscar a quien llevarse al más allá — me dijo.
Yo lo fulminé con la mirada. Yo ya era muy grande como para creer en esos cuentos.
— Vete a la mierda — le dije.
Él empezó a reír.
— Es la verdad. Se dice que aquí quemaron a varias brujas y el alma de esa anciana quedó vagando por el lugar, ahora ella busca venganza — me dijo.
Yo me tragué en seco y miré a otro lado. Hasta que vi a la anciana hablando con una de las monjas. Yo lo miré y le lancé un golpe.
— ¡Eres un idiota! — le grité.
Él empezó a reír a carcajadas. Yo me separé de él y fui al lugar donde estaban la anciana y la monja.
— No me puedo quedar con su amuleto, y la verdad no creo que le dé ningún uso — le dije.
La anciana me miró mal.
— Los regalos no se devuelven. Y menos uno como el que yo te he dado— me dijo ella.
Yo puse los ojos en blanco y le devolví el amuleto. Me di la vuelta y regresé al segundo piso, me acerqué al barandal del balcón. Yo estaba cansada y aburrida, ya quería irme a casa.
— Tu deseas no vivir en esta vida, y eso mi niña, te lo puede dar el amuleto, solo deséalo con más fuerza — me dijo esa voz siniestra.
Yo me di la vuelta y la miré. Ella estaba allí sonriendo con el amuleto en su mano. Ofreciéndomelo.
— Aléjese de mi, yo no sé de lo que usted está hablando, así que por favor no se acerque más — le advertí.
Ella empezó a reír, y de la nada corrió hacia a mí. su empujón fue tan fuerte que yo salí casi volando del balcón. Miré el cielo azul, los rayos del sol cegaron mis ojos. Y en ese momento me di cuenta de que iba a morir.
….
Mis pulmones se inundaron con agua, abrí los ojos de golpe, luchando por orientarme en medio de la oscuridad líquida. Con todas mis fuerzas, nadé hacia la superficie, emergiendo con un jadeo angustiado. La brisa gélida de la playa azotaba mi rostro cuando finalmente alcancé la orilla, pero el frío penetrante me atravesó hasta los huesos, anestesiando mis dedos entumecidos.
"¿Es este el infierno?", me pregunté, confundida, mientras me dejaba caer exhausta sobre la arena helada. Cerré los ojos con fuerza, intentando comprender lo que estaba sucediendo. ¿Si estoy muerta, por qué no estoy en el cielo? Y si este es el cielo, ¿por qué es tan horrible?
— Bruja — gruñó alguien cercano.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al instante. Al abrir los ojos, me encontré con la figura de un hombre enorme y grotesco, su aspecto recordaba a los vikingos de las series de tv, pero este no era para nada lindo. su mirada era tan feroz como la de una bestia salvaje. La punta de su espada amenazaba con perforar la piel de mi cuello.
— ¿Entonces estoy en el infierno? — pregunté con temor, mi voz apenas un susurro.
El hombre apartó la espada, pero su movimiento fue rápido y amenazante. Con un gesto brusco, arrancó algo de mi cuello, y el collar horroroso pendía de su mano, una visión macabra que heló mi sangre. Esto era culpa de ella.