El silencio en el auto era abrumador, casi doloroso. Podía sentir la tensión en el aire, pero no me atreví a romperla. Nicolás mantenía su mirada fija en la carretera, sus manos apretando el volante con tal fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos.
Cada tanto, lo miraba de reojo, notando las marcas que le había dejado el otro chico. Eran heridas leves, pero aun así, no podía evitar sentirme culpable.
¿Cómo había llegado Nicolás hasta allí? ¿Acaso sabía que estaba en la feria? ¿Me había seguido? Las dudas se agolpaban en mi mente, pero no tenía el valor para preguntarle directamente.
Finalmente, llegamos a mi casa. Nicolás detuvo el auto en la entrada y se quedó inmóvil por unos segundos, como si estuviera luchando con algo en su interior. Me giré hacia él, buscando sus ojos,
