De camino a la hacienda no nos dirigimos la palabra, así es todos los días cuando me lleva y me trae del colegio. Muchas veces he intentado irme a pie, pero él se obstina y me obliga a subir. Estoy cansada de que siempre esté haciendo su voluntad. Una vez que parquea el auto, bajo y corro en dirección a la hacienda. En la sala me encuentro al señor Mohamed y Dominga; ambos se emocionan al verme y me llenan de abrazos. Por ellos me siento querida y soporto el infierno de esta casa. En la noche ayudo a Dominga a servir la mesa. Al parecer tendremos invitados, puesto que Dominga coloca tres platos de más. Una vez lista la mesa, Dominga se dirige a llamarles. Yo me quedo sentada, ya que el señor Mohamed me exigió, por así decirlo me obligó, a que compartamos la mesa. Cuando escucho pasos, d