La luz del inclemente sol lastimaba mis ojos y estos me ardían, a pesar de usar mi mano como visera para taparlos del resplandor.
El sudor que corría por mi acalorada piel, hacía que la tela de mi gastada camisa, se adhiriera de manera molesta a mi cuerpo.
Mis pies corrían lo más rápido que podía, pero sabía que no era suficiente, aunado al hecho de que no había mucho sitio hacia dónde correr; me sentía atrapado, acorralado y mortalmente asustado.
Tragué saliva, mirando hacia atrás y divisando al mismo grupo de siempre, con sus ínfulas de reyes caminando por todo el lugar, como si fuesen los dueños de medio mundo.
Los odiaba, sentía la ira bullir por mi sistema como un torrente burbujeante y sin control; sin embargo, más rabia sentía de no poder defenderme de sus constantes abusos.
Traté de escabullirme de ellos sin que lo notaran pero fue imposible, sentí un tirón de mi camisa que me hizo trastabillar y caer hacia atrás.
Me removí adolorido, con el corazón latiéndome en la garganta; las manos temblando a más no poder, su asqueroso aliento rozaba mi nuca, provocando un espasmo de puro asco.
Quería tener la fuerza necesaria para librarme, para acabar con ellos de una puta vez. Tener las agallas y la entereza para apretar sus cuellos sin dilación, arrancando el aire y la vida de sus cuerpos lentamente.
Pero mis deseos quedaban allí y me sentía débil, impotente y totalmente frustrado; esas ataduras sólo existían en mi mente, pero eran aún peores que las físicas.
—¿Quieres saber quién es patético, perdedor y una completa basura? –susurró el mayor de todos en mi oído, tomándome con fuerza del brazo–. Tú, maldito huérfano de mierda.
Apreté los dientes y traté con fuerzas de soltarme de su poderoso agarre.
Sentí los ojos arder y mi mandíbula temblaba sin parar, lo que me frustraba enormemente. Todos los días era lo mismo y no había modo de escapar de sus burlas e insultos. ¿Qué había hecho para merecerlo?
—Déjame en paz –siseé molesto, mirándole desafiante. Él soltó una sonara carcajada y los otros le siguieron. Me estremecí de miedo, de rabia–. ¡No te he hecho nada!
—¡Quiere llorar, Johnny! –se burló uno que se llamaba Aitor–. Mira sus ojos, están aguados. ¿La nena quiere llorar? No seas marica, Peterina.
Sus risotadas no se hacen esperar, entre dos me tienen sujeto por los brazos y el maldito de Johnny está cerca, dirigiendo miradas burlonas a donde estoy, sintiéndose envalentonado seguramente por su bola de tarados amigos.
—Si eres una niña, tendré que ver si tienes una v****a entre esos sucios pantalones –su tono de voz, provoca un nudo en mi garganta y trago saliva con dificultad. ¿Acaso hablaba en serio?–. ¿Qué me dices, Peter? ¿Vas a mostrarme si tienes un par de bolas allí adentro?
Señaló mi entrepierna y de pronto lo tenía encima, tratando de abrir mi bragueta. Forcejeé lo más que pude, mientras las lágrimas acumuladas en mis ojos comenzaban a desparramarse por mis mejillas.
—¡Suel...ta...me! –logré decir con voz entrecortada, entre el miedo y la ira–. ¡No, no, no! ¡NO!
El sonoro grito que sale de mi garganta taladra la cabeza y me siento desorientado por unos instantes. Me muevo agitado entre las sábanas, sintiendo el sudor correr a chorros por mi frente.
El corazón late tan agitado que lo siento atronar mis oídos, haciéndome sentir mareado y con náuseas. Aunque quizás el recuerdo de esa pesadilla, sea más adjudicado a esa sensación.
Me siento sobre la cama y meso mis cabellos con frustración, agradeciendo en silencio que en ese momento llegara la señora Mariel, líder de la casa de acogida, anunciando que mi hermano Evan había llegado de visita.
Menos mal en ese momento no lograron su objetivo, aunque sí que lo intentaron varias veces más. Me estremezco de asco con sólo pensarlo.
Mis tíos habían fallecido también y mi hermano no contaba aún con los recursos para mantenerme, por lo que estaba en ese maldito sitio mientras se buscaba mejorar mi situación.
Yo los odiaba a todos.
Evan no sabía nada de lo mucho que sufría allí y tampoco me atrevía a decirle al respecto. No quería llenarlo de más preocupaciones de las que ya tenía.
Me sentía avergonzado, molesto y frustrado por tener que pasar por eso solo, pero nada podía hacer y Evan tampoco, él había cumplido la mayoría de edad y yo ya era un adolescente de trece años. Era imposible que alguien me adoptara y sabía lo difícil que era para mi hermano ganarse el pan de cada día.
Mi única esperanza era contar los días que faltaban para salir de allí, librarme prontamente de toda esa mierda era lo que me mantenía en verdad cuerdo.
Los rostros de mis padres ni siquiera los recordaba; los tenía en fotos, pero era demasiado pequeño para recordar el fatídico día o tener algún recuerdo de ellos. Aunque siempre tuve cierto temor de viajar en carro en la época de invierno, supongo que mi subconsciente sí lograba recordar claramente lo que había pasado.
Siento las lágrimas irse acumulando en mis ojos y resoplo molesto, agradeciendo estar lejos de casa y que Evan no tuviese que ser testigo de mis pesadillas, que habían reaparecido cuando volví a ver a Jazmín.
Toda esa vida de mierda y mi pasado estaban ligados de cierta forma, de una que no quería recordar y que francamente me avergonzaba. No quería ni imaginar lo que diría Evan si se enteraba de los malos pasos que había tenido y que desesperadamente trataba de ocultar.
Pero no podía hacerlo, por más que quisiera. Los recuerdos horribles del edificio en llamas, los gritos desesperantes por querer salir de ese infierno real, tantas personas involucradas, otras inocentes...
Aprieto los ojos y un sollozo sale de mi boca sin poderlo evitar.
«Mi culpa».
Había sido mi culpa y eso muchas noches no me dejaba dormir. No conseguía dar con el sosiego que se suponía que sentiría, como ellos habían asegurado; lo menos que sentía era paz, no quería que las cosas resultaran de esa forma.
—Peter… –la voz de Jazmín me saca de mis atormentados pensamientos–. ¿Estás bien? ¿Qué fue todo eso?
—No fue nada, déjame en paz. –consigo decir con voz más o menos firme, limpio mi rostro con celeridad–. Ya vete a dormir.
Estaba seguro que había escuchado mis gritos. Se hace un silencio durante unos segundos y luego la oigo susurrar un: «de acuerdo», mientras arrastra sus pasos de vuelta a su cama.
Faltaban sólo unas horas y pronto estaría en puerto de Baleares, para encontrarme con el imbécil de Miles para según él: ajustar cuentas.
Había ido sólo por el hecho de no involucrar a Evan en todo eso, pero le había aclarado a Jazmín que no estaba dispuesto a hacer otro de sus “trabajitos” por haberme metido con una de sus chicas, el Peter servil se había muerto hacía rato.
Jazmín al enterarse de mi “encuentro” con su ex mejor amiga Roxanne, se había limitado a fruncir los labios molesta y luego me había mirado con preocupación, una que me puso los nervios de punta.
Cuando le pregunté la razón, me había dicho que todo eso no le iba a gustar a Miles.
No entendía muy bien eso de las jerarquías en el mundo de las pandillas, pero sabía que Jazmín era una pieza esencial para Miles, así que lo de la tal Roxanne se debía tratar de una vil excusa para hacerme ir otra vez.
Nuevamente había tenido que mentirle a Evan sobre un trabajo en un crucero y éste; aunque me había mirado extrañado, al final me había deseado suerte, alegando que esperaba verme pronto ya que para diciembre tendría el crucero de fin de año.
“Suerte” era lo que realmente necesitaba, aunque no por las razones que él pensaba.
Aunque esta vez sí vería al imbécil ése de Miles, para decirle en su maldita cara que me dejara en paz de una buena vez.
No pude volver a dormir y estuve en el camarote como pájaro enjaulado, tratando de no volverme loco por los recuerdos que volvían a mi mente una y otra vez sin cesar.
Al rato somos avisados que el barco desembarcaría, así que sin ganas de nada y sintiendo mi cuerpo totalmente tenso; tomo mis cosas y me dirijo a la puerta de salida, encontrándome con el idiota de Carlson, quien seguramente se acaba de levantar.
Ahoga un bostezo y me sonríe como si nada, como si estuviéramos en un día normal de trabajo y no a punto de ver a los narcos más importantes de todo norteamérica. A veces no entiendo cómo puede actuar de esa forma, como si se tratara sólo de un trabajo “extra” que tuviera que hacer.
La verdad era buena la paga, pero todo lo que había hecho yo, todas las mentiras que cargaba a mis espaldas y las vidas arruinadas y perdidas de tanta gente... no era algo digno de admirar ni tampoco para sentirme orgulloso.
A pesar de las circunstancias de mi vida, había sido enseñado con buenos valores morales, todo ese mundo me parecía de lo más detestable, oscuro y ruin.
Bajamos hacia el muelle y nos adentramos en un auto, junto a dos de los guardaespaldas del maldito ése y me subo en la parte de atrás, junto a Carlson y Jazmín.
Trato de acompasar mi respiración al reconocer las calles y avenidas de la pintoresca ciudad Palma de Mallorca, las manos me tiemblan y me siento sumamente nervioso, elucubrando sobre el motivo que tuvieron para hacerme venir a España.
—No te pongas nervioso, Pete. –escucho a Jazmín a mi lado, toma mi mano y me dejo hacer, soltando el aire lentamente por la boca–. Miles sólo quiere hablar contigo.
—Para eso existen los teléfonos celulares –espeto de mal humor, sintiendo ácido bajar por mi garganta–. No tenía por qué amenazarme ni mucho menos hacerme venir hasta aquí, teniendo que evadir mi realidad con más mentiras.
Ella se queda silenciosa a mi lado y la miro de hito en hito. Su rostro está bastante pálido y más ojeroso de lo normal, también noto que ha adelgazado mucho desde la última vez y los huesos de su clavícula se marcan mucho, incluso a través de la blusa que carga puesta.
—¿Vas a seguir mirándome o puedes decirme qué te tiene tan pensativo? –su voz me hace sobresaltar, no sabía que me había quedado mirándola tanto tiempo–. ¿Tan fea me veo, Pete?
—Has perdido peso –desvío la mirada, haciendo una mueca de incomodidad–. Mucho desde la última vez.
—Han sido días difíciles –musita con la vista al frente, evitando deliberadamente la mía. Ciño mis dedos entorno a los suyos y ella sonríe un poco–. Apenas he tenido días de paz, Peter.
—¿Paz? –cuestiono incrédulo, frunciendo el ceño–. ¿Acaso hablas en serio? Paz es lo que menos vas a encontrar entre toda esta mierda, Jazmín. Ni siquiera tener tu condición te hace abrir los ojos a la sensatez.
—Sabes que no puedo dejarlo aunque quisiera –suelta un enorme suspiro y yo resoplo de malhumor–. De todos modos, ya estoy perdida. De nada serviría salir de esto, si tengo que pagar las consecuencias de esta manera...
—Podrías entregarte, decir lo que sabes y acabar con toda esta basura –la interrumpo abruptamente y me vuelvo hacia ella. Sus ojos se han llenado nuevamente de lágrimas–. Sabes que todo esto que hacen no está bien, sabes que puedes enfrentar las consecuencias de tus actos de otra manera, no así. Siempre hay una mejor solución, Jaz.
Apenas puedo notar que el auto se ha detenido y que los otros han salido del mismo.
—¿Quieres lo mejor para mí, a pesar de todo lo que te hice, Pete? –me mira esperanzada, una chispa de luz se refleja en sus ojos verdes–. Sabes que yo te quiero, haría lo que fuera por ti y...
—No, no quiero que lo hagas por mí –sacudo la cabeza con reprobación y ella asiente, algo apesadumbrada–. Jazmín, sé que es difícil, pero...
—Tú no entiendes, no sólo me hará daño a mí, sino a tus amigos, a todos tus allegados –habla con voz trémula, negándose en redondo a mirarme.
Mi respiración se ha vuelto errática y siento un ligero nudo en la garganta. Jazmín suelta un suspiro y una sonrisa triste se forma en su rostro. El nudo en mi garganta se intensifica.
—Quizás él me mate con sus propias manos si me atrevo a traicionarlo, quién sabe –dice en medio de un suspiro. Hago una mueca porque sé que es completamente factible–. Pero ya hablaremos de esto, Peter. Ahora...
—Miles se pregunta por qué tardan tanto –la voz del imbécil de Roger nos interrumpe y su maldita cara se asoma, mirándome con sorna. Le saco el dedo del medio y su gesto se ensombrece–. Muévete ya, chef de quinta, que el jefe te está esperando.
—Cállate, Roger –Jazmín le dirige una mirada severa y la rata inmunda agacha el rostro–. Dile a Miles que ya vamos, sabe que no puedo andar muy deprisa.
—Sí, señorita Clark –el grandote me lanza una mirada torva y se aleja nuevamente de nuestra vista. Frunzo el ceño y me vuelvo hacia Jazmín, quien me mira con una sonrisa más animada.
—No va a pasar nada, siempre puedes negarte, Peter.
Frunzo el ceño por la connotación de sus palabras y bajamos del auto. Por cortesía le extiendo mi brazo para ayudarla a bajar, siendo recompensado con una enorme sonrisa que no puedo corresponder.
Cruzamos la puerta que da hacia la sala de estar de la enorme mansión, divisando de pronto toda la parafernalia de Miles con sus estúpidos gorilas y sirvientes a su alrededor. Carlson me sonríe desde su posición y sólo atino a repetir mi gesto con el dedo.
—¡Vaya, vaya! ¡Pero qué tenemos aquí! –el estómago se me encoge y estoy a punto de devolver la cena, al escuchar la voz chillona y desagradable de ése maldito demente–. ¡El mismo Peter Roberts en persona, el famoso chef!
Aprieto los puños a mis costados y me quedo sin decir ni una palabra. Todos a su alrededor ríen como si les hubieran contado un buen chiste. Frunzo los labios en un gesto de desdén, pensando si empezarán a aplaudir como focas retrasadas ante toda palabra que salga de su sucia boca.
—¿Qué diantres quieres? –espeto con voz dura, aguantándome las ganas de saltarle encima. Miles sonríe ampliamente, sin inmutarse–. Habla de una jodida vez, antes que pierda la paciencia.
—Vas a esperar lo que tengas que esperar, Peter –ladea la cabeza y junta los dedos de sus manos, entornando los ojos con aprehensión–. Te dije que me pagarías...
—No te debo nada, maldito malnacido –interrumpo con tono hosco, Miles alza ambas cejas, luciendo algo contrariado–. Me importa una mierda si me acusas de haberme acostado con medio harén de tu pertenencia, no volverá a pasar y de todos modos no fue del todo mi culpa.
—Ahh, no te preocupes por eso, Peter –sonríe de manera felina, provocando una sensación desagradable en mi estómago–. El resto de los implicados y bastante culpables, cabe añadir; ya tienen su merecido. ¿Es lo que querías saber?
Le dirijo una mirada de soslayo a Jazmín y ésta agacha la cabeza, luciendo nuevamente apesadumbrada. ¿Qué carajos? ¿Acaso no había hecho absolutamente nada?
Boqueo incrédulo, imaginando todo tipo de escenarios escabrosos para aquélla mujer y el par de matones a su cargo. Me siento enfermo de sólo pensarlo, me entran unas imperiosas ganas de salir corriendo de este lugar.
—Ya ves que hablo en serio, querido Peter –su tono de voz afable no puede menos que saberme mal, tanto trato gentil me está dando mala espina–. Ahora, sólo queda tratar cómo vas a pagarme ese... pequeño incidente.
—¡¿Pequeño incidente?! –cuestiono incrédulo, dando unos cuantos pasos hacia él–. ¡Maldito bastardo! –de inmediato soy aprehendido por dos de sus hombres–. ¡¿A eso le llamas pequeño incidente?! ¡De seguro fuiste tú quien mandó a Roxanne a involucrarse conmigo y ahora te haces el desentendido! ¡Alimaña del demo...!
—¡Silencio! –grita Miles, alzándose de su asiento. Su rostro está completamente airado–. ¡Me pagas lo que debes o lo harán tus seres queridos, Peter! ¡Tú decides!
—¡No, Miles! –la voz escandalizada de Jazmín inunda el lugar. Trato en vano de debatirme, sintiendo su mirada aterrada sobre mí–. ¡No era este el trato y lo sabes!
El interpelado la lanza una mirada torva, pero la suaviza de inmediato, rodando los ojos y esbozando una sonrisa sardónica. El cuerpo entero me tiembla con las ganas de tomar un arma y acabar con su miserable vida.
—Ya sé que es tu consentido, Jaz, pero... –rasca su nuca.
—¡Pero nada! –ella hace un mohín y se cruza de brazos en actitud desafiante–. ¡Te dije que con Peter o sus seres queridos no debías meterte! ¡Dile ya el trato y salgamos de esto!
—No necesito de tus malditos favores, Jazmín –logro decir entre dientes, tratando de zafarme.
—Peter, déjame manejar esto, por favor –suplica con una mueca. Ruedo los ojos, sintiendo el malestar en mi estómago acrecentarse.
—No abuses de tu poder, Jazmín. –amenaza Miles en tono tosco, ella alza una ceja y su gesto se endurece–. Podrás ser mi hermana, pero...
—Y la más fiel de tus secuaces, cabe añadir –su rostro no ha perdido un ápice de su dureza; luciendo curiosamente más enferma, aunque despiadada y cruel–. Sabes que no debes abusar del tuyo tampoco, te pedí no lastimar a Peter o a sus allegados, no puedes romper tu promesa.
—Bien, de acuerdo –rueda los ojos, alzando los brazos al cielo–. ¡Hermanas! Tienes suerte de que te quiera, porque si no...
—No te pongas cursi y termina de decir lo que quieres de mí. –intervengo con hastío, ganándome otra mirada enojada de Miles–. Apúrate ya, que tengo cosas que hacer.
—El asunto es simple, Pete –el tipo vuelve a hablar con tono gentil y afable, como si nada. Desconfío de inmediato, frunciendo el ceño–. Te ofrezco el mejor trato de tu vida, sólo debes ser objetivo y pensar a futuro; uno mejor, por supuesto.
—¿De qué cuernos hablas? –mi ceño se acentúa.
—Quiero que vuelvas, pero esta vez como mi socio –sonríe altanero y mi rostro se descompone ante lo absurdo de sus palabras. Recompongo mi gesto mediante un enorme esfuerzo–. Tendrás una parte del capital absoluto y... podrás ser jefe del sector que a ti se te venga en gana, ¿eh? ¿Qué dices? –asiente una y otra vez y las ganas de romperle la cara son latentes.
—Yo pienso que estás malditamente loco, bastardo malnacido –espeto seco, ganándome una carcajada de su parte–. ¿Estás en tus cabales acaso? ¡Socio tuyo! Definitivamente estás de manicomio...
—El trato es en serio, Peter –Jazmín se acerca a mí, luciendo nuevamente esperanzada–. Podrías... tener todo lo que quisieras, no tendrías que pagar nada más, ni vivir aprehensivo de que algo te pase; tendrías poder, serías intocable...
—¡¿A qué precio, maldita sea?! –siento arcadas de miedo y asco, pero trato de controlarme ante todo esa situación que me parece un jodido circo. Ella se tensa en su lugar–. ¿Esto es en serio, Jazmín? ¿Ser tan monstruo y basura como tú? ¿Como tu maldito hermano? ¡Tiene que ser una jodida broma!
—¿Acaso te ha invadido un espíritu moralista, Peter? –se burla Miles con desparpajo. En estos momentos quiero golpearlo hasta que mis brazos no den más–. ¡No olvido tu cara de satisfacción cuando tenías éxito en tus encargos! ¡O la mirada cargada de poder cuando te supiste vengado de los malditos ésos!
—¡Ya no quiero esto, maldición! –rujo desesperado, sintiendo mi cuerpo totalmente tenso. No quiero recordar esas sensaciones, las manos me tiemblan–. ¿Por qué creen que me salí de toda esta mierda? Si ustedes no tienen conciencia pues es su maldito problema, yo no entro y punto.
—Tranquilo, Peter –el cabrón de Miles arrastra las palabras, su tono de voz es juguetón–, como dijo tu protectora: puedes negarte, nadie te obliga.
—¿Por qué carajos lo hiciste, maldita? –me vuelvo hacia Jazmín, que boquea incrédula ante mi tosco tono de voz–. ¡Sabes que no quiero nada de esta mierda en la jerarquía que sea! ¿Por qué, carajo? ¡¿Por qué?!
—¡Porque yo...! –titubea con lágrimas en los ojos–. ¡Porque quería tenerte cerca los últimos días de mi vida, maldición! –su voz se quiebra y siento que la ira que me envuelve, también va dirigida hacia ella–. Peter, entiende...
—Al parecer la que no entiende aquí eres tú, Jazmín –poco a poco logro controlar el temblor de mis manos. Ella me mira abatida, pero no logro sentir más que rabia; frustración–. No quiero nada de esta vida y tampoco te quiero a ti.
—Peter...
—No entiendo qué cosa le ves al mequetrefe éste –Miles chasquea la lengua con fastidio, mirándome ahora con odio–, pero es obvio que no le interesas. Si fuese por mí, le haría pagar cada maldita lágrima derramada de tus preciosos ojos.
—¿Por no quererla? –escupo las palabras con rabia, dejándome llevar por el momento–. ¡¿Acaso ahora es obligación estar con alguien, o simplemente debo aceptarla por ser la hermana de un jefe del narcotráfico?!
—Ten cuidado con tus palabras, Peter –espeta Miles entre dientes, sus manos están aferradas al cinto de tu pantalón–. Quizás deberías considerar el trato, puede que algún día lo necesites, por si...
—Mi...Miles...
—Jaz... –el maldito se detiene, mirando con preocupación hacia donde ella se encuentra–. ¿Estás bien? ¿Q- qué tienes?
Jazmín ha tomado su estómago con ambas manos y su rostro se ha tornado pálido como el de un muerto. Tose repetidas veces y de pronto hace arcadas, vomitando un líquido amarillo que se esparce por todo el suelo del lugar.
—¡Rápido, Carl! ¡El médico! –la voz imperiosa y ronca de Miles se pierde entre la conmoción de las personas a mi alrededor. Éste me mira como si quisiera tomarme del cuello y romperme en dos; sin embargo, sacude la cabeza y se acerca lentamente a mí.
—Maldición –murmuro entre dientes, queriendo estar armado en estos momentos.
—Deberías tratar de entender cuál es tu lugar, Peter. No te servirá de nada hacerte el valiente, ¿sabes? –su voz parece destilar puro veneno.
Me quedo parado en el sitio, tratando de no lanzarme encima de él, sólo sería contraproducente para mí.
—Hablo en serio con lo del trato, y te repito: puede que un día lo necesites. No siempre vas a tener quien te defienda –su mirada va a parar hacia donde está Jazmín, siendo auxiliada por sus secuaces y el doctor–. Ahora vete, serás escoltado hasta el aeropuerto, pero... estaremos en contacto.
Sonríe de medio lado y luego se pierde entre el bullicio a unos cuantos pasos de mí, dejándome estático y aprehensivo en mi lugar.
Apenas soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor, mis pies se mueven por inercia hasta la salida, mientras soy escoltado por dos de los gorilas sirvientes de Miles.
Sus palabras rondan en mi cabeza y siento una poderosa angustia que se transforma en una roca amarga, bajando hasta mi estómago.
¿Había sido una advertencia? ¿Una amenaza? No estaba seguro, pero de lo que sí estaba, era de que los días de Jazmín estaban contados y que eso sólo significaba algo para mí: más complicaciones.