Capítulo 4

3681 Words
Apenas doy un paso lejos del pesado de Steven, me doy cuenta que la chica ha desaparecido por completo de mi campo de visión.  Algo turdido; doy un vistazo alrededor, cerciorándome que no se trata solamente de una aparición. Busco en todos los rincones y no se encuentra por ningún lado.  Es como si se hubiese vuelto de humo o hubiese sufrido un lapsus mental donde había imaginado a esa chica fascinante.  Frunzo el ceño, sin prestar nada de atención a la fastidiosa perorata de mi compañero de trabajo, y más pronto que tarde; nos acercamos al grupo de chicos que ríen a carcajadas, quizás por la cantidad de alcohol que se maneja entre ellos.  Es un amplio grupo donde predominan los hombres, solo hay tres o cuatro chicas; eso sin contar a la pelinegra que había visto antes y ahora milagrosamente no estaba por ningún maldito lugar. Resoplo de mal humor. La culpa de todo la tiene Steven. El idiota ése casi tiene que arrastrarme y empujarme para hacer las presentaciones, no me interesaba conocer a ninguno de esos tontos risueños, pero me esforcé en serio en ser “amable” aunque tenía más ganas de largarme del lugar que socializar con ellos. Le presto atención a mi compañero de trabajo, (o al menos eso intento), aunque mi rostro sigue impertérrito y mis ganas de seguir esa conversación son tantas; como las que tengo de lanzarme de un edificio sin paracaídas. Resulta que su amigo; el tal Kendall, ni siquiera vive en Canadá, sólo estaba de visita en el país junto con sus primos y pronto tendría que irse, ya que volvería junto a su hermana para pasar allí las navidades. A punto estoy de comentar algo de manera mordaz, cuando la voz del tal Kendall se oye por encima del bullicio. —Steve me dijo que vives en California –una enorme sonrisa se forma en su rostro y me da un empujón en el hombro que me hace fulminarlo con la mirada–. ¿Puedes creer que yo también? ¡El mundo sí que es pequeño, ¿no?  —No te imaginas cuánto –ironizo con dientes apretados–, seguramente atesoraré este momento hasta mi muerte –agrego en tono irónico, que ninguno logra notar.  El aludido y molesto amigo de Steven, suelta una carcajada que para nada me contagia. Decido poner una excusa y alejarme de ellos para no torcerle el pescuezo a mi compañero de trabajo y a su fastidioso amigo. Aún no puedo controlar el temblor de mis manos, ya que los recuerdos del desembarco llegan a mi una y otra vez. El “trabajo” que debía ejecutar era en las costas de Estados Unidos, específicamente en Long Beach. Había tenido que viajar en avión para llegar más rápido a ese sitio y luego alquilar un auto hasta llegar a mi destino, con la brisa marina golpeándome el rostro; sintiéndola como filosos piquetes que se adherían a mi piel. Resoplo por lo bajo y un perfume se cuela por mis fosas nasales, una mujer de cabello rubio está a mi izquierda; mirándome con una sonrisa tan libidinosa, que llama mi atención de inmediato. Esta puede ser la distracción que estoy necesitando en estos momentos. —Hola, muñeco –su tono insinuante y la pequeña mano yendo a parar a mi abdomen, me ponen en claro manifiesto que se trata de una prostituta; o bien, una mujer facilona–. ¿Por qué tan solo y malhumorado?  Quiero rechistar el comentario de “malhumorado”, pero al final me digo que tiene razón y esbozo media sonrisa sardónica, dándole luz verde para que siga con sus insinuaciones e intenciones.  —Eres tan guapo, ¿no te lo habían dicho? –sonríe ampliamente, batiendo sus pestañas–. No es algo que los de aquí tengan, por cierto. Hago una mueca, tratando de no pensar en la ironía, pero me resulta imposible. Tan falso como un billete de tres dólares. —¿Eres de por aquí? –siento su mano moverse más abajo y mi respiración se torna pesada, un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies y de pronto me siento urgente–. Porque no parece, más bien... —¿Quieres ir ya al grano, mujer? –espeto en tono casi grosero, provocando que me mire desconcertada. Resoplo–. Dime cuál es tu precio y déjate de tanta palabrería innecesaria. Ella parpadea rápidamente y lo comprende al vuelvo. Frunce los labios en un evidente gesto enfadado y de pronto me siento perdido. ¿Qué demonios le ocurre ahora? —¿Mi precio? –parece escupir las palabras con frustración, entorno los ojos–. ¿Por quién me tomas, acaso crees que soy una prostituta?  Estoy a punto de rodar los ojos, pero la verdad la rubia delante de mí no está nada mal. Tomo una bocanada de aire y ladeo la cabeza con curiosidad. Ella se ha apartado un poco de mí y sus brazos están cruzados, mirándome desafiante. —Lamento la confusión –en estos momentos, siento que el papel de “don amable” no me calza en lo absoluto–, no es que tengas pinta de prostituta, es que yo soy un idiota con algunas copas de más. Lo siento, muñeca.  Su sonrisa se hace presente de nuevo y me mira esperanzada, como si temiera esta vez mostrar sus claras intenciones de tener un revolcón conmigo. En estos momentos, francamente no me importa si quiere eso de mí, tenemos la misma idea en mente. —Cielos, en serio eres adorable –estoy a punto de echarme a reír. ¿Yo, adorable? Já–. Puedes invitarme un trago y luego... bueno, ya veremos, ¿cierto? Vuelve a usar su tono insinuante y sonrió por automático, diciéndome que quizás no era prostituta sino peor; ya que ella no cobraba por sus servicios, simplemente era una zorra con pinta de niña decente. Mejor para mí, era lo que buscaba: sexo sin compromiso.  Le invito un martini y más pronto que tarde, se lanza a mis brazos, encendiendo cada fibra de mi ser. Hago un enorme esfuerzo y luego de pagar la cuenta, nos dirigimos a un sitio más privado, una de ésas zonas llamadas ”vip” del lugar, donde podría tocarla como quisiera. Ni siquiera busco a Steven o alguno de sus amigos, francamente me importan un soberano cacahuate. Apenas puedo mantener las manos de la chica lejos de mí y eso me fastidia un poco; sin embargo, me decanto en disfrutar de sus caricias impúdicas y sus besos con lengua que ya estan causando estragos en mi. El sitio es elegante y amplio, espacioso y solo. Ideal para un encuentro como este, donde podía hacer y deshacer a mi antojo de esa rubia de lindos pechos.  La empotro rápidamente contra la pared mientras devoro cada espacio y recoveco de su boca, siento mi entrepierna palpitar de deseo. Sus manos vuelan hasta mi trasero y me embarrunan contra su entrepierna, gimo contra su boca, sintiendo el fuego subir por mi espalda. La distracción está funcionando y eso me tiene casi eufórico. La mujer comienza a sacar mi camisa con premura y yo muerdo suavemente su labio inferior, atravesando su boca con mi lengua y arrancándole un gemido de placer. —Eres tan... apasionado –logra decir entre jadeos, cuando comienzo a subir su falda–. Y además besas delicioso... —Cállate –ordeno de manera seca, acariciando sus nalgas y apretándola contra mí–. Menos palabras y más acción, muñeca. En respuesta, recibo un jadeo cuando saco uno de sus pechos y lo llevo a mi boca, succionándolo con avidez. Ella arquea sus caderas contra mi apretujada erección y siento que estoy al máximo. Se me escapa un gruñido de satisfacción. Su mano se cuela entre nosotros y suelta el botón de mi pantalón; bajando rápidamente el cierre del mismo. Siento sus cálidos dedos deslizarse por mi m*****o, al tiempo que besa mi lóbulo y el hueco detrás de mi oreja.  Gruñidos roncos de satisfacción salen de mi boca, su mano experta se mueve sin titubeos por mi sexo y pronto se arrodilla frente a mi, pegando sus gruesos labios a mi excitada hombría.  Da un respingo cuando la tomo del cabello y echo su cabeza hacia atrás. Sus ojos oscurecidos por el deseo y su lengua relamiendo sus labios me excitan sobremanera, asiento una sola vez y ella sonríe de manera traviesa, dando un lengüetazo que me provoca un escalofrío.  —¿Te gusta, guapo? –murmura de manera sensual, antes de introducirlo en su boca por completo. Asiento y cierro los ojos cuando eso ocurre. Jadeos roncos se unen a mis gruñidos de satisfacción, mientras sus tersos labios se mueven con maestría por mi largo y excitado falo. Una de sus manos se afianza a mi trasero y comienza a chupar y lamer con avidez, siento que llegaré de un momento a otro. Ella de pronto se separa y me mira a los ojos, limpiando la comisura de sus labios con sensualidad. Me cuesta hilar un pensamiento coherente, pero lo primero que pasa por mi cabeza es que realmente parece una prostituta. Sacudo mi cabeza y la levanto del suelo para ponerla a mi altura, devorando su boca con un demandante beso. Ella me corresponde de inmediato, rodeando mi cuello con sus brazos y apegándose más a mí.  Con una de mis manos, busco la parte cálida y húmeda de su cuerpo, haciendo a un lado su bikini e introduciendo dos dedos en su sexo. Siento cómo se contrae contra ellos y suelta un fuerte gemido contra mi oído, haciéndome sonreír de satisfacción. —Sigue... así –jadea desesperada cuando muevo el par de dígitos en movimientos circulares, que provocan espasmos en su cuerpo. La siento estremecerse–. Oh, Dios... Ella me empuja suavemente y de su pequeño bolso saca un pequeño paquete plateado que reconozco de inmediato. Sonrío de medio lado, satisfecho y ella procede a colocarlo sobre mi m*****o. Cuando acaba de hacerlo, subo una de sus piernas y la enrosco entorno a mi cadera; sintiendo que no puedo más, la empotro nuevamente contra la pared y la penetro de una sola estocada, arrancando un jadeo de su boca.  La sensación es satisfactoria, pero se intensifica cuando ella comienza a balancear sus caderas, buscando exacerbar mi autocontrol. Me apresuro a cumplir sus demandantes deseos, tomándola de las caderas y afianzándola aún más contra la pared. Sus gemidos dejan de ser comedidos y la escucho jadear fuertemente contra mi oído, suplicando por más en voz alta. Gruño de placer, cediendo a sus deseos, la música se oye al fondo y estoy completamente seguro que nadie puede oír la faena que aquí se desarrolla. Cardenales de placer se extienden por mi cuerpo debajo de mi dermis, sus gemidos están volviéndome loco y embisto con más fuerza, el sudor comienza a resbalar por mi cuello, perdiéndose en algún punto de mi camisa. Inhalo hondo al sentirme muy excitado. Ella acaricia mi espalda y echa hacia atrás la cabeza, soltando gemidos y jadeos sin control, más tarde que temprano de tensa entre mis brazos al llegar a su orgasmo. Respiro ronco y siento la proximidad del mío. Golpeo aún más fuertemente entre la pared y su anatomía, acelerando las embestidas; gruñendo al sentir espasmos de placer recorrerme la espalda, haciéndose cada vez más constantes. Un hormigueo se concentra en un solo punto a lo largo de mi sexo, ramalazos de placer se intensifican en ese punto y pronto un espasmo más fuerte me hace sentir como si estallara, la cabeza me da vueltas y tras un último golpeteo; alcanzo mi orgasmo, soltando un quejido. Mi respiración es errática al igual que la suya. Ella deposita un suave beso en mi mejilla y deshago la unión de nuestros cuerpos, suelta un suave gemido y una corta risita que de pronto me causa irritación. Trato de acompasar el aire que sale de mi boca, el sudor de nuestros cuerpos se han unido y siento su aliento chocar contra la base de mi cuello. Me deshago del condón y subo mis pantalones, ella me mira mordiendo sus labios; atenta a cada uno de sus movimientos. —Eso estuvo bien, ¿verdad? –dice en tono meloso y mimado que me provoca una mueca. Nuevamente se pega a mi sudoroso y agitado cuerpo, rozando el lóbulo de mi oreja–. Mucho mejor que ella, seguramente te lo hice más rico que esa perra. Me separo de golpe, viendo como una enorme sonrisa se dibuja en su rostro. Mis manos se aferran a sus hombros, mientras trato de encontrarle sentido a sus palabras. ¿Acaso se había equivocado de persona? ¿Me estaría confundiendo con alguien más?  —¿Qué ocurre, Peter? –mi gesto se descompone cuando escucho mi nombre, aprieto aún más su delgado cuerpo–. ¿Aún no sabes quién soy?  ¿Qué carajos?  —¿Cómo diantres sabes quién soy? –prácticamente escupo las palabras en su cara. Ella hace una mueca de dolor cuando cierno mi agarre, sintiendo la frustración calar en mi mente y cuerpo–. ¿Quién te envió? –la noto tensarse en su lugar–. ¡Responde, maldita sea! —¡Ay, suéltame! –trata de zafarse de mi agarre, pero no se lo permito. Suelta un quejido de dolor–. ¡Eres un bruto!  —No tienes idea de lo bruto que puedo ser, si no me dices de una puta vez la verdad –hablo entre dientes, no cediendo a mi agarre ni un poco. Ella vuelve a quejarse–. Habla ya, o sabrás lo que es el infierno. —¿Así también tratabas a Jazmín? –me mira resentida, sus labios tiemblan sin parar. De pronto me paralizo en mi lugar–. ¿Qué ocurre, cariño? ¿Aún no sabes quién soy?  Doy un paso atrás, anonadado por sus palabras. ¿Qué diantres? ¿Jazmín? ¡Debía ser una maldita broma!  —¿Jazmín? –mi voz se oye contenida, ronca. Apenas puedo controlar el temblor en mis manos–. ¿Qué tiene que ver ella en todo esto? Tú... De pronto la comprensión se abre paso por mi mente y boqueo desconcertado al recordar su rostro, aunque parecido al de ahora; su cabello era diferente, al igual que la nariz y sus ojos.  Frunzo el ceño y ella sonríe nuevamente, seguramente adivinando que he recordado al fin quien es. —¿Roxanne? –mis palabras parecen ácido, no puedo creer que esa maldita mujer esté allí. Ella asiente una sola vez, divertida por  su treta–. ¿Jazmín sabe que estás aquí? ¡Te matará si se entera! —¿Qué cosa? –me mira burlona, acariciando suavemente mi pecho–. ¿Que al fin me pude follar a su “amorcito”? –endurece su gesto, añadiendo con desdén–: Me importa un cuerno lo que ella diga, te dije que un día me saldría con la mía.  —Es tu mejor amiga, Roxanne –ruedo los ojos, chasqueando la lengua. Ella ensombrece su gesto. —Era, querido Peter –alza un dedo, recalcando duramente la palabra. Alzo una ceja con acritud–. Todavía no entiendo cómo pudiste involucrarte con ella. —Yo tampoco –admito en medio de un resoplido, Roxanne suelta una risita–. Eso no significa que lo que hayas hecho ahora esté bien.  —Ahora es que te quejas, Peter –una sonrisita sardónica se forma lentamente en sus labios. Resoplo frustrado. —No digo que no me gustó, tonta –meso mis cabellos, sopesando las palabras–, trato de apartarme de este mundo y todo lo que tenga que ver con eso. Entenderás que esto no puede volver a pasar.  —Dudo mucho de esas palabras, queridito –habla juguetona, intentando asirme. Me suelto de sopetón, poniendo una distancia prudente entre nosotros–, luego de esto, Jaz ya nunca te dejará en paz.  Aprieto mis dientes con unas enormes ganas de golpearla o al menos zarandearla, pero sabía que eso sería peor. Cierro los ojos contando hasta mil, maldiciendo mi mala suerte y mis hormonas a millón.  —¿Ahora eres rubia? –alzo una ceja, sintiéndome asqueado por la situación, a pesar de los estragos de su cuerpo en mí–. Sí, lograste tu cometido, pero esto jamás hará que te vea con otros ojos, Roxanne. Su gesto se descompone y sé que he dado en el clavo, hiriendo su susceptibilidad. Aprieta los labios en una fina línea, y me mira con resentimiento. Francamente me importa una mierda, así que me quedo impertérrito en el lugar. —Nunca podrás salir de esto, Peter –sus palabras son ácido puro, siento que mi estómago se encoge–. ¿Crees que ella te dejará así como así? –me mira burlona esta vez–. Cariño, con este último trabajo, has firmado tu sentencia final. La tomo nuevamente por los hombros sintiendo la sangre hervir, pero de inmediato aparecen dos tipos enormes que me llevan de ese sitio, Roxanne ríe a carcajadas ante ese hecho y mis ganas de hacerle daño se intensifican.  Había caído como un imbécil, ahora no sabía cómo podría escapar a las consecuencias de toda esta mierda. Logro ver a duras penas, el grupo de Steven y sus amigos, la pelinegra de bellísimos ojos esta vez se encuentra allí; pero está hablando y riendo despreocupada, ajena a toda la mierda que estaba a escasos metros de su persona. «Ni siquiera pude conocerte, preciosa. Definitivamente no era mi destino». Esos pensamientos causan desazón en mi estómago y ni siquiera entiendo la razón. Soy llevado a la salida del lugar y apenas llegamos afuera, los dos matones del maldito de Miles me echan a la calle sin dilación, haciendo que caiga de bruces contra mi trasero. Ahogo un quejido y las ganas de devolverles el golpe. Maldigo internamente mi mala suerte, mientras trato de ponerme de pie y me digo que ir allí y estar con esa mujer, había sido la peor idea que se me pudo haber ocurrido.  *** Llegar a California nuevamente, supone un enorme alivio para mi.  No tendría algún crucero por estas fechas y además me daría tiempo para pensar en qué hacer para salir del embrollo de Roxanne y su maldita treta para enredarme y ponerme aún peor con Jazmín. Refunfuño por lo bajo, sintiéndome un completo idiota por hacer las cosas sin pensar. Nunca había sido alguien que se dejara llevar por sus impulsos y pasiones, de hecho me vanagloriaba de ser bastante sensato; en el sentido de contener mis emociones y acciones. Excepto por la vez en que me enredé con Jazmín y me involucré en toda esa basura que cada vez me asqueaba más. Había probado también de la “mercancía”, perdiéndome en ese mundo y esa oscuridad que engullía con demasiada rapidez. Habían sido meses donde había perdido mi anterior empleo y me había entregado a esos desenfrenos para ir más y más en decadencia. En esos momentos, tuve que mentirle a Evan con un viaje extendido por unos meses, solo para que no supiera de mi estado, pero aún así lo notó. Mi hermano no es idiota y además es médico. ¿Cómo no se iba a dar cuenta?  Me obligó a ir a un centro de rehabilitación y estuve desintoxicado por mucho, pero seguí en ese mundo, que otros consumieran sin yo poder hacerlo se había convertido en un calvario, en un verdadero infierno para mí. Jazmín me ayudó en eso, me dió su apoyo y no dejó que me hundiera de ese modo, al menos no del todo. Por eso también me había involucrado, hubiera sido más duro sin ella, pero admito que fue peor la cura que la enfermedad.  Involucrarme de esa manera fue solamente contraproducente, nunca debí entrar de todos modos. Sacudo mis cabellos, tratando de enfocarme en mi receta y en lo que estoy haciendo ahora. Me encuentro entusiasmado con esto, ya que mi jefe había prometido un aumento de sueldo y ascender en mi puesto como chef jefe. Sonrió con satisfacción, pendiente de la cocción de mi carne marinada. Escucho los pasos de Evan bajar por las escaleras y cómo tararea una alegre canción, mientras revisa su teléfono celular. Francamente espero que se tropiece y se le caiga el maldito aparato, que últimamente no parece soltar de sus manos. —¡Muy buen día! –saluda animado, mucho más de lo habitual. De inmediato frunzo el ceño, mirándolo con acritud–. ¿Y esa cara de burro regañado? –ríe de su propio chiste, dirigiéndose al refrigerador. —¿Qué te tiene tan contento, hermano? –alzo una ceja, frunciendo los labios con aprehensión–. ¿Acaso tienes que abrirle la cabeza a alguien, o es que tu querida alumna te ha dado esta vez una buena sesión de sexo oral? El tono irónico que usé a lo último no le causó gracia alguna a Evan, quien se vuelve hacia donde estoy y me echa una de esas miradas cargadas de arrogancia y soberbia que para nada hacen mella en mí. De hecho, esperaba esa actitud en él. Pero de pronto esboza una amplia sonrisa y comienza a reír de nuevo, realmente me cuestiono si no se habrá vuelto loco ya. —¿Celoso? –suelta una irritante risita que sólo consigue enfurruñarme–. Si no te conociera, diría que te gusta Leilah, hermano. Ruedo los ojos, porque no se le ha ocurrido decir algo más estúpido. ¿Gustarme esa niñata tonta? No entendía los gustos de Evan, aunque no voy a negar que Leilah es hermosa, pero sus actitudes idiotas siempre me sacan de quicio. Simplemente no la soporto y menos al ver como tiene a mi hermano, tan tarado.  —Tengo mejores gustos –respondo seco, a lo que él se carcajea–. ¿Por qué tan contento, mirando el celular? ¡No me digas que viene hoy!  —Pues sí, de hecho... —Sólo avisa a qué hora, para poner mi música y no escuchar sus patéticos gemidos –corto seco, volviéndome a mi comida. Evan suelta una carcajada que me hace resoplar. ¿Ahora va a reírse de todo lo que dijera o mi nivel de amargura había subido unas cuantas rayitas? —Para la próxima, le diré que baje el volumen a sus gemidos –comenta con sorna, tomando un vaso de jugo de naranja–. Aunque francamente me gusta escucharla gemir y jadear cuando estamos en plena faena, así que tendrás que subirle más al volumen de tus parlantes. Ríe nuevamente y no puedo evitar rodar los ojos, aunque ya se ha alejado de mí con rumbo a la salida.  No podía parar de dar vueltas a la cabeza de la alegre y despreocupada actitud de mi hermano, quien últimamente hacía más bromas de lo habitual. Frunzo los labios porque sospecho de qué se trata y me digo a mí mismo que tendría que hablar con él de esa situación.  Apenas vuelvo a concentrarme en lo que más amo hacer, suena mi teléfono con el tono de mensaje. Mi ceño se acentúa porque no espero aviso de nadie, a menos que se trate de Evan, aunque no entiendo para qué. Tomo el celular luego de limpiar mis manos y mi boca se abre en toda su extensión, al ver el mensaje en la pantalla.  «Te metiste con la persona equivocada. Ahora tendrás que pagar las consecuencias. Tienes que venir cuanto antes o lo vas a lamentar»  No tengo agendado al remitente, pero sospecho que se trata de esa persona que siempre ha querido joder mi vida desde que la conozco, manipulando; haciendo y deshaciendo a su antojo. Alguien peligroso y real. Aprieto los dientes con frustración, sabía que no me había librado de esa mierda del todo. Maldición.
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