Observo la noche oscura con inusitado recelo, sintiéndome cada vez más aprehensivo.
A pesar de haber vuelto a California hacía unos días, no abandonaba de mi cuerpo esa sensación de estar vigilado todo el tiempo, causándome un enorme desazón.
Mi hermano no había vuelto de hacer una cirugía y sospecho que también esa tardanza tenía que ver en que estaba en búsqueda de su amante de turno, la que me parecía que ya era hora de despachar.
Pero claro, comentarle al respecto a Evan era como una ofensa imperdonable, una blasfemia que siempre terminaba por ponerlo de mal humor.
Creo que hubiese sido más fácil confesarle que soy gay, a que debe terminar ese absurdo acuerdo s****l con su alumna. Estoy seguro que a Evan le tendría sin cuidado mis preferencias sexuales, a que le dijera nuevamente las desventajas de seguir embarcado en esa relación tan peligrosa con Leilah Ferguson.
Parecía hacerse el ciego una y otra vez, mintiendo al respecto sobre su estado de ánimo, sus estúpidas sonrisas embobadas y lo reacio que estaba a darse cuenta que esa mujer estaba cambiando su vida.
¿Para bien o para mal? Para mí realmente era la segunda opción.
Ruedo los ojos y me dirijo al interior de la casa, sintiéndome cada vez más nervioso al recordar una y otra vez las palabras del malnacido de Miles.
Las calles están silenciosas y solitarias, dándoles un aspecto aún más lúgubre al escenario, uno quizás dispuesto para una noche trágica o la llegada de malas noticias.
Estoy consciente de que no tengo porqué sentirme así, ya que tenía días que no recibía alguna amenaza, o bien, noticia de Miles o alguno de sus secuaces, véase Jazmín o Roger.
Aunque con la última, no me habían quedado ganas de recibir alguna otra.
Las cosas habían estado tan en calma, que ya me parecía extraño. O quizás es que me había acostumbrado a tener sus pasos detrás de mí todo el tiempo.
Meso mis cabellos con frustración, vivir de esta manera está por acabar con mis nervios.
A pesar de la calma, vivía tenso, a la espera de que algún acontecimiento me sacara de mi zona de confort y que los problemas comenzaran a asfixiarme cual si fueran una espesa bruma.
Me encuentro de peor humor que nunca.
Miles no era de los que se quedaran quietos cuando pensaban que alguien le debía algo y estaba consciente de que me odiaba ahora más que nunca, sobre todo por lo que había pasado la última vez.
Me dirijo a la cocina decidido a preparar una receta, una cualquiera, que me ayudara a sacar esos oscuros pensamientos de mi sistema.
Me pongo mi mandil blanco y pongo manos a la obra, decantándome por hacer una tarta Plávlola, una exquisitez de origen Neozelandés y Australiano, una de mis favoritas.
No era tan fácil, pero realmente estaba disfrutando de hacer lo que más amo en la vida. Estoy concentrado en mi tarea, cuando el sonido de la puerta llama mi atención, seguramente anunciando llegada de mi hermano.
Apenas pongo un pie fuera de mi espacio favorito, me pasma en mi sitio ver a la mujercita esa, mirarme entre la vergüenza y la satisfacción. Siento el gesto de mi rostro endurecerse y aprieto los dientes para no decir algo mordaz, de seguro a Evan no le haría ni pizca de gracia.
Ella no dice nada, enfilando directamente hacia las escaleras, sin una palabra de por medio y con un sonrojo evidente en el rostro, aunque tampoco era que quisiera intercambiar nada con ella, sólo quería que se largara de una vez.
Evan me mira con rostro inexpresivo, aunque noto que su mirada se rehúsa apartarse de donde su amante acaba de pasar, directamente hacia su habitación.
—Hola, Peter –saluda en tono monocorde, sacándose la corbata. Apenas sus ojos se han posado en mí.
Sin decir nada más, se dirige hacias las escaleras y decido que no quiero escuchar hoy gemidos ni jadeos de la mujer esa, por lo que enciendo el reproductor de música y coloco a todo volumen la canción más estridente que se me ocurre.
—Hola, extraño –refunfuño de manera irónica, en voz baja.
Me vuelvo a mi refugio para terminar la receta, agradeciendo que la fecha para viajar esté próxima. El mes de noviembre se había esfumado y en pocos días tendría que viajar de nuevo para volver hasta enero, cosa que me quedaba como anillo al dedo.
Ya no soporto la idea de estar en esa casa, no sólo por las constantes visitas de la tal Leilah, sino porque estar cerca de mi hermano me tiene aprehensivo, por la loca idea de que alguno de los secuaces de Miles pueda hacerle daño.
Resoplo, porque quizás debería decirle a Evan todo lo que había pasado, total, todo eso ya no formaba parte de mi presente y no esperaba tampoco involucrarme de nuevo, como había aclarado en España con Miles.
Estaba seguro que buscaría la manera de vengarse, la sola idea de lo que podría hacer me causaba escalofríos. Trato con todas mis fuerzas de sacar esos lúgubres pensamientos de mi sistema, diciéndome que de nada serviría elucubrar al respecto.
Me concentro en terminar mi postre, sin pensar en nada más que en lo que estoy haciendo en estos momentos.
***
El clima de California está cambiando, la temperatura comienza a bajar pese a que aún no llegamos a final de mes. Sin embargo, no es ni la mitad de frío del que hace en Canadá.
Me estremezco ante los recuerdos que había tenido y ni siquiera entiendo el nudo que se forma de pronto en mi estómago, al pensar en la venganza de Miles de acabar sin más, con la vida de la mejor amiga de su hermana y con dos de sus secuaces.
El que Jazmín ni siquiera se haya rehusado a tal atrocidad, me revela que es tan peligrosa como su hermano, quizás más.
Me estremezco esta vez de desagrado, porque haya sido capaz de querer involucrarme nuevamente en toda esa mierda de vida, de la que no conseguía escapar aún del todo.
Por un segundo, pienso cómo harían esos malditos para desaparecer sus huellas del siniestro, para escapar como si nada. Si las autoridades estarían al menos tras la pista de ellos, incluso pienso que con mi testimonio estaría haciendo un bien a la sociedad, aunque corría el riesgo de terminar encerrado también.
O quizás muerto.
¿Sería buena idea delatarlos? ¿Hasta qué punto podría afectarme a mí o a las personas que me rodean?
Sacudo la cabeza de manera reprobatoria, porque sé que todo eso también llegaría a salpicar a Evan y por ende, a todos a nuestro alrededor. Involucrar a más personas y que estas pagaran por algo que era sólo mi culpa me causaba espasmos de arrepentimiento, me hacía sentir enfermo.
Camino de manera rápida por la explanada de cemento, con rumbo a mi trabajo en el restaurante de la quinta avenida, ése en el que me toca estar mientras salen los viajes en los cruceros.
Miro la hora, sintiendo que se me hace tarde y de pronto, un extraño movimiento a mi izquierda me hace detenerme con recelo, sintiendo nuevamente que me están vigilando.
Frunzo el ceño y camino casi con normalidad, pero me cuesta hacerlo, ya que los mismos nervios que me habían asaltado la otra noche vuelven con más fuerza, como un mal presentimiento de que está por ocurrir algo realmente malo.
Tomo una bocanada de aire y me preparo para correr, la calle está algo concurrida y estoy seguro que no querrán un escándalo que los involucre de lleno, a Miles le gusta la discreción en cada uno de sus sucios planes.
—Si te mueves o corres te apuñalo por la espalda –escucho una voz detrás de mí, ronca y desagradable. Me freno de inmediato, sopesando mis posibilidades de escapar: ninguna–. Seguro no querrás eso, ¿verdad?
Me recorre una amarga sensación que sube por mi espalda y baja hasta mi estómago. La boca se me seca y las manos me tiemblan, no sé si es por miedo o rabia.
—¿Quién eres? ¿Qué diablos quieres? –aprieto los dientes y mis manos entorno al bolso que cuelga de mi hombro–. No tengo nada que darte, será mejor que te vayas por donde llegaste, o...
—¿Por qué mejor no dejas de hacerte el valiente y te callas de una puta vez, Peter Roberts? –amenaza cerca de mí, incluso puedo sentir el cuchillo a mi costado. Trago saliva, mirando rápidamente a mi alrededor–. Un movimiento en falso y te dejo como flotis desinflado, cabrón.
—No me has dicho lo que quieres, o quién eres –trato de moderar mi tono de voz, consciente que podría sufrir una herida grave y quién sabe lo que le ocurriría a Evan. El aire se me escapa de sólo pensarlo–. Termina de hablar de una vez, maldito.
—Esta es una advertencia de parte de Miles ríe de manera seca, aprieto los puños tratando de no cometer una estupidez–. De que no se te ocurra ser un bocazas, o... tus allegados sufrirán las consecuencias.
Vuelve a reír y siento que la ira comienza a invadir mi sistema. ¿Amenazarme porque teme que vaya a decir algo? ¿Desde cuándo Miles andaba con esas pendejadas? Él sabía que no tenía por qué mandar a uno de sus matones a vigilarme, era completamente absurdo.
—¿Por qué carajos habría de decir algo? –lucho por no insultarlo, aunque siento que las palabras se atoran en la garganta que me escuece–. Miles sabe que no soy un delator, no soy tan estúpido como para poner en riesgo mi vida o la de mis seres queridos.
—Tú sólo preocúpate por seguir calladito como hasta ahora –siento la punta afilada clavarse en mi piel con ahínco, ahogo un gemido de dolor en mi garganta y lucho por no moverme–. Hazlo, o te pesará.
Lo siguiente que ocurre es tan rápido, que apenas tengo tiempo de medir mis reacciones. De un momento a otro, el filo se clava en mi cuerpo aún más y doy un paso hacia adelante, deshaciendo el agarre del tipo, dando la vuelta sobre mi propio eje y tomando la mano que empuña el arma.
—Pero... ¿qué? –espeta al darse cuenta de lo que pasa. Lo tengo asido de tal forma, que no puede mover su brazo ni cuenta con la posibilidad de escapar–. ¡Suéltame, malnacido!
Su feo rostro se desencaja y me mira furioso. Lo miro fijamente, notando la horrible cicatriz que atraviesa su mejilla derecha, sus ojos oscuros chispean de ira.
—¿Ahora qué harás, bazofia? –es imposible no sentirme increíblemente poderoso, con la adrenalina corriendo a la par de mi envalentonado corazón–. ¿Crees que puedes venir a amenazarme, amenazar a mis seres queridos y salirte con la tuya?
—No sabes con quién te metes, no sabes lo que haces –habla molesto, mirando a su alrededor con avidez y temblando como una rata cobarde. Ignoro si alguien se fija en nosotros, sólo quiero parar esta mierda–. ¿Quieres que Miles acabe contigo de una vez?
—¿De una vez? –repito entre dientes, sintiendo la ira bullir por mi sistema como lava–. ¿Por qué no me sorprende? Esperaría cualquier cosa de esa maldita basura.
Trato de pasar por alto la sensación que me recorre al darle forma a sus palabras. Miles realmente es un sucio rufián sin escrúpulos, seguramente Jazmín estaba bastante mal y apenas muriera, él maldito tendría el camino libre para hacer lo que siempre ha querido: deshacerse de mí.
—Ten mucho cuidado, Peter –el sujeto desagradable comienza a reír entre dientes, provocando que desee golpearlo, borrar esa maldita sonrisa sardónica de su rostro–. Hacerte el valiente no servirá de nada, mejor cuida tus espaldas a partir de ahora.
—¡Cállate, hijo de puta! –vocifero entre dientes, tratando de arrebatar el arma de sus manos.
Jalonea frenéticamente de mi brazo y doy la pelea, imponiendo toda la fuerza de la que soy capaz, tratando de soltar el cuchillo nuevamente, ya que parece decidido a apuñalarme esta vez.
Miro a mi alrededor unos segundos, por si encuentro un policía o alguien que me ayude, pero la calle parece casi desierta. Vuelvo a la tarea de no dejarme apuñalar por este malnacido, sintiendo que sus fuerzas van mermando ante mi acérrima determinación.
El tipo de repente comienza a reír como poseso, decidido a herirme o algo peor. Siento el corazón palpitar en mi garganta y el sudor bajar por mi nuca, el maldito parece divertido al principio, pero luego su rostro se transforma en una máscara de ira e incredulidad.
Tiro con fuerza y él hace lo mismo, forcejeando para tratar de soltarse y conseguir su cometido. De pronto, en un impulso de adrenalina; empujo con más fuerza y él se queda quieto, mirándome con ojos muy abiertos, boqueando como pez fuera del agua.
Trago saliva y bajo la vista al sentir algo húmedo, mis manos están empapadas de sangre. El estómago me da un vuelco y la respiración se me acelera.
Esa visión me hace sentir náuseas y jadeo incrédulo, soltando por fin mi agarre y sosteniendo el cuchillo entre mis manos.
El hombre se desploma en el sitio y doy un paso atrás, sintiendo el pulso atronar mis oídos. Las manos me tiemblan y la cabeza me da vueltas. Alguien suelta un grito desde algún punto y de pronto oigo murmullos a mi alrededor, la sensación es apabullante y me siento enfermo, asustado.
Siento todo como en una película, miro incrédulo la escena delante de mí y mi respiración se agita al punto de la hiperventilación. ¿Qué diablos he hecho?
Mis pies se mueven casi por voluntad propia y salgo corriendo de allí, sintiendo sudor frío bajar por mi frente y unas poderosas ganas de devolver el estómago que casi logran su objetivo.
No me detengo hasta que mis pulmones reclaman la falta de aire, miro a mi alrededor, rogando porque nadie me haya seguido. Miro mis manos, que aún tienen el arma y saco un pañuelo, limpiando la sangre y envolviendo el cuchillo, que va a parar al fondo de mi bolso.
«Piensa, Peter, piensa» me conmino a pesar del miedo y mi mente revuelta, para tratar de salir de este atolladero.
Tiemblo de la cabeza a los pies y por un momento me dejo caer sobre un banco del parque, sin creerme del todo lo que acaba de pasar. Me siento terrible, sucio y aún peor que los secuaces de Miles.
Tomo mi celular para llamar al trabajo para decir que no voy a ir, alegando haberme puesto enfermo de repente.
No estoy mintiendo del todo, nunca había apuñalado a nadie y el recuerdo resulta perturbador. Aunque el tipo se lo merecía y yo sólo buscaba defenderme, no puedo evitar pensar que no debí haberme echado a correr, eso había sido demasiado sospechoso.
Meso mis cabellos con frustración, sintiendo mis ojos irritados y la garganta anudada. El aire parece no alcanzarme en éstos momentos y mi cuerpo no ha parado de temblar, supongo que es la adrenalina.
Ahora mismo no sé qué hacer, pero imagino que los transeúntes llamarán a la policía y darían declaraciones, seguramente era cuestión de tiempo para que dieran con mi paradero.
La perspectiva es desalentadora por donde sea que la mire.
Movido por un impulso, saco mi celular y tecleo el número de Miles, para informarle lo que había pasado y encima decirle hasta del mal que se iba a morir. Siento rabia y temor a la vez; la sensación me sofoca, me hace sentir terriblemente mareado.
Al segundo repique, suena su desagradable voz.
—¡Peter, pero qué sorpresa! –exclama en tono alegre, como si fuésemos amigos de toda la vida–. ¿A qué se debe el honor? Dime que lo has pensado mejor y finalmente has decidido aceptar mi trato.
Aprieto los puños a mis costados, tratando de calmar el temor y la rabia latentes.
—Ni en un millón de años, cabrón malnacido –espeto furioso, queriendo estar cerca de él para al menos torcerle el cuello–. ¿Por qué mejor no me dices por qué mierdas mandaste a uno de tus hombres a amenazarme?
Del otro lado de la línea se hace un corto silencio y ruedo los ojos al escuchar murmullos, que no hacen más que exacerbar mi frustración.
—Me confundes, Peter –se oye nuevamente su voz, esta vez en tono incrédulo·. Yo no he mandado a nadie a amenazarte, estás equivocado.
—¡No te hagas el inocente, carajo! –alzo la voz y la gente a mi alrededor se me queda viendo. Trato de controlarme, bajando el tono–. ¡El maldito dijo que tú lo enviaste, para advertirme que no me fuera de la lengua y te delatara! ¿A qué juegas, sucio cabrón?
—Peter, Peter... –ríe Miles de pronto, de seguro está sacudiendo la cabeza–. Hay mucha gente que te odia y que usará ese argumento de ser enviado por mí, pero yo sé que tú no serías capaz de delatarme. Además, ¿para qué molestarme en enviar a alguien hasta allá, si puedo hacerlo por mi cuenta?
Aprieto los dientes con frustración.
—¡No pues, qué considerado el hombre! –espeto entre dientes, rodando los ojos. Miles vuelve a reír–. Si no lo enviaste tú, ¿entonces de dónde salió ese maldito, que se atrevió a amenazarme con lastimar a mis seres queridos?
Se oye un silbido del otro lado.
—Alguien con bastantes cojones para atreverse a decir mi nombre, Peter –Miles chasquea la lengua, descontento–. ¿Y... qué ocurrió con él?
Toma una bocanada de aire antes de hablar, no sabiendo si es buena idea decirle la verdad. A lo mejor sólo se trata de un ardid y yo estoy haciendo el papel de idiota.
—Forcejeamos y lo apuñalé... de manera accidental, claro –decirlo, trae nuevamente una sensación amarga a mi estómago. Miles suelta una exclamación de asombro–. Estaba molesto y el muy maldito estaba decidido a lastimarme.
—Sabía que tenías las agallas, chico –suena bastante complacido, lo que me hace fruncir el ceño de inmediato–. Yo también hubiese hecho lo mismo, de todos modos fue en defensa propia, así que no te preocupes.
—Salí corriendo –recordar la estupidez cometida no me hace sentir precisamente orgulloso, de hecho, siento que metí aún más la pata–. Sé que no debí hacerlo, pero me sentía demasiado confundido y ahora...
—Oh, ya veo –alarga las palabras, chasqueando de nuevo la lengua–. Entonces, necesitas protección...
—¿Te he pedido tal cosa? –espeto de mal humor al sospechar sus intenciones–. No te llamé para pedir ayuda, sólo para decirte que no te permito más amenazas, no te debo nada y parece que no entiendes eso, maldición.
—Pero es que el que no ha entendido eres tú, Peter –su tono de voz suena demasiado condescendiente para mi gusto–. Yo no he mandado a nadie a amenazarte, ya te lo dije. No tengo por qué negar algo que haya hecho, no tiene sentido, ¿cierto?
—¡Oh, pues discúlpame si no te creo, ser inocente que no quiebra un plato! –me burlo con implícita ironía. Del otro lado, él resopla con molestia–. No sé qué cosa te traes entre manos, maldito, pero no me dejaré amedrentar por ti ni por nadie, ¿me entiendes?
—Te equivocas de cabo a rabo si crees que quiero hacerte daño, Peter –su voz suena estoica por primera vez, por lo que me envaro en mi sitio–. De ti sólo quiero ayuda, que te conviertas en mi socio –hace una larga pausa y ruedo los ojos–, si tú quieres, puedo mandar a por ti mientras las aguas se calman. Tómalo como un favor personal.
—No necesito de tus favores, tuyos ni de nadie –espeto seco, sintiendo mis manos temblar–. Sólo espero que me digas la verdad, o sabrás de una vez por todas de lo que realmente soy capaz.
Cuelgo rápidamente sin esperar una respuesta, consciente de que he sido bastante osado al dirigirme a él de esa forma.
Quizás mi valentía se deba a mi estado de ánimo, mi estómago salta con potentes náuseas y mi cuerpo se encuentra aprensivo de lo que pueda pasar ahora.
Suelto un hondo suspiro y las manos me pican con las ganas de llamar a Evan y pedir su ayuda. Tengo un nudo en la garganta y las piernas me tiemblan todavía.
Por un lado sé que no dudaría en apoyarme, a pesar del reproche y los reclamos que se seguro me daría, y con razón. Pero seguro contaría con su ayuda sin dudar.
Pero por otro lado, involucrarlo también en toda esta situación sería contraproducente para su carrera y no quiero eso por nada del mundo, además del peligro que implicaría para él y los que le rodean.
Trato de respirar de manera acompasada, pensando en que lo mejor es alejarme aún más del sitio. Total, tengo el arma en mi bolso y las personas en medio del caos y la confusión tienden a no recordar facciones y mucho menos detalles de las personas.
Además, en pocos días partiría en un crucero y desaparecer me serviría para armar un plan que no implicara caer preso, ni mucho menos recibir algún favor de ese malnacido de Miles.
—Tengo que pensar bien qué hacer, no puedo complicarme más la vida, maldición –me digo una y otra vez, dirigiendo mis pasos hasta mi hogar con el estómago encogido, esperando estar haciendo lo correcto.
***
Tomo el arma entre mis manos, envuelta aún en el pañuelo y la lanzo con todas mis fuerzas al vasto mar.
Suelto el aire y el vaho del frío se hace presente de inmediato. Las bajas temperaturas están calando mis huesos de manera imposible, obligándome a estrechar los brazos a mi alrededor.
La brisa marina despeina mis cabellos y el frío resiente en mi piel, mis mejillas están tensas. Un fuerte escalofrío recorre mi espina dorsal y mis hombros tiemblan por enésima vez.
Estoy consciente de que debería estar dentro en mi camarote y que este clima sólo conseguirá enfermarme, pero no sale de mi cabeza lo que había pasado en California y me tenía aprehensivo y preocupado aún. Ver el mar siempre consigue relajarme un poco, a pesar del frío del momento.
—Deberías entrar, Peter –oigo a Carlson a mi lado, da una calada a su cigarrillo y me mira con una mueca–. No harás más que enfermarte con este frío.
«¡No me digas! ¡Qué descubrimiento!» pienso irónico.
—En ese caso, ¿qué haces aquí, Carl? –ruedo los ojos, estrechando aún más los brazos a mi alrededor–. Pareces mi maldita cola, siempre detrás de mí.
—De nada por preocuparme por ti, tarado –ironiza, poniendo los ojos en blanco–. Aunque no lo creas, te considero mi amigo, Peter.
—¿A quien llamas tarado, bastardo sin sesos? ·espeto amenazante y él alza las manos, rindiéndose–. Yo sé lo que se esconde detrás de esa preocupación, no te hagas el pendejo.
—¿De qué hablas? –frunce el ceño con esa maldita pantomima de ignorancia. Aprieto los dientes para aguantarme y no romper su jodida nariz.
—Tú sólo me sigues los pasos, porque el maldito de tu jefe quiere mantenerme vigilado –resoplo de mal humor, mirándolo de reojo. Su gesto se ensombrece y suelta un suspiro–. Y no lo niegues, maldita sea. Sé lo que pretende y no lo va a conseguir de mí.
—No confías en mí –no es una pregunta. Ruedo los ojos, apretando los dientes ante su gesto compungido–. Tienes que dejar de ser tan desconfiado, Peter, yo nunca te traicionaría. Además, Miles no es tan malo como piensas.
—Lamento destrozar tus ilusiones de cuentos de hadas, Carl –me burlo con sorna y él resopla–. Miles es una mierda y tú lo sabes. El hecho que quiera actuar como la madre Teresa de Calcuta no significa que lo sea, no seas imbécil.
—¿Por qué de tan mal humor, para variar? –dice con ironía, cambiando rápidamente de tema. Alzo una ceja en su dirección–. Ya, ya sé que no te gusta que me meta en tus asuntos, pero en verdad me inquieta verte tan pensativo y taciturno, Pete.
—Estoy hasta el cuello de fango, no entiendo cómo debo sentirme, Carlson –hablo de mal talante, recordando su actitud animada como si no estuviese involucrado en tanta mierda–. No entiendo cómo puedes dormir por las noches, tal parece que además de sesos, careces de sentido común.
—No siempre es tan malo, ¿sabes? –musita casi sin voz, tuerzo los labios con desdén–. Sé que no lo entenderías, pero gracias a esto he tenido para las quimioterapias de Lía. Si no fuera por esto, ya la habría perdido hacía mucho tiempo –su voz se quiebra y desvío la mirada, incómodo.
—Yo no tengo una razón para seguir allí, no soy como tú –comento de manera distraída, pensando nuevamente en el tipo apuñalado y las consecuencias que acarrearía–. Sólo quiero trabajar en lo que amo y ya, no necesito más complicaciones y lo sabes, Carl.
—Lo sé, amigo –da una palmada en mi espalda y suelta un hondo suspiro–. Iré a descansar, hoy fue un día agotador. ¿Vienes?
Asiento sin mirarlo y extiendo mi mano en su dirección. Lo comprende al vuelo y luego de sonreír como bobalicón, me extiende un cigarrillo y un encendedor.
—Gracias, perdedor –ruedo los ojos.
—Te amo –lanza un beso con la mano y estoy a punto de darle una patada pero se escabulle, alejándose entre risas.
—Marica –espeto entre dientes.
Enciendo el cigarrillo y cierro los ojos, inspirando profundamente y sintiendo como uno a uno mis músculos comienzan a relajarse. Empero, por los pensamientos no puedo hacer nada y eso me frustra cada vez más.
No es sino hasta que anuncian que vamos a desembarcar por unas horas en puerto Bridgetown, Barbados, cuando un muy agitado Carlson entra a mi camarote con el rostro desencajado. Estoy a punto de gritarle que toque antes de entrar, pero me pasma en mi sitio ver lo pálido que luce.
—¿Qué carajos, Carl?
—La... La policía, miembros de la Interpol te buscan –titubea. Frunzo el ceño de inmediato, y mi estómago da un vuelco–. Están esperándote en el muelle.
—¿No dijeron para qué? –termino de ponerme la camisa y me apresuro a tener listas mis cosas. Era lo que me faltaba.
¿Tendría algo que ver con el tipo apuñalado en California? ¿O habría alguna otra razón para que esa gente me buscara precisamente a mí?
Carlson niega con la cabeza y me mira asustado, como si acabara de ver un espanto. Ruedo los ojos ante sus gestos exagerados y me dirijo hacia la puerta de desembarque, tratando de relajarme.
Quizás se trate de algo malo, pero tampoco voy a andar como Carlson, esa actitud sólo me haría más sospechoso. Estoy consciente que estar solicitado por la policía internacional no es buen augurio, pero trato de alzar el mentón y mantener mi rostro impertérrito.
Camino como si nada y apenas llego a la salida, logro divisar a unos uniformados, la cosa no pinta nada bien y apenas puedo pasar saliva. Inspiro profundamente para controlar mis nervios.
—Señor Peter Roberts –habla uno, con cara alargada como un caballo–. Somos de la Interpol.
—Sí, dígame qué necesita –siento mi estómago encogerse y la pulsación atronar en mis oídos, me aferro a la baranda, sintiendo mis piernas flaquear.
—Tenemos una orden de aprehensión en su contra por parte del inspector Louis Darmond, de la policía federal de Canadá. Quiere hacerle algunas preguntas respecto al asesinato de Roxanne Dwan –ante la mención del nombre, el aire se me escapa–. Han emitido una alerta amarilla, donde su nombre ha quedado involucrado.
Me quedo estático, preguntándome cómo me habían asociado con ella, no quiero ni imaginar las razones o las sospechas que podrían recaer sobre mí.
—Sólo he viajado a Canadá unas pocas veces, no he tenido mucho trato con ella –la boca se me ha secado y siento mis manos temblar–. No entiendo cómo podría ayudarles.
—Eso lo sabrá muy pronto, señor –afila la mirada, señalando el final del muelle–. Necesitamos que venga con nosotros, viajará de inmediato a Canadá con los organismos competentes de ese país.
Asiento una sola vez y de inmediato llamo a mi jefe, quien de seguro no estaría para nada contento, pero nada se podía hacer. Siento que mi estómago está encogido como una pasa y la cabeza me da vueltas, elucubrando a cómo habrían podido involucrarme con esa mujer.
De inmediato pienso en Miles y aprieto los dientes con frustración.
Estoy a punto de lanzar un grito de contrariedad, sin embargo, inspiro profundamente por la boca, decantándome en seguir a los policías y pensar en lo que les voy a decir.
De todos modos el periodo de tiempo en que habíamos estado juntos y los indicios de su muerte tenían varias semanas de diferencia y en esos momentos del siniestro me encontraba en España, era algo que podía probar fácilmente.
Pero lo que sabía respecto a Roxanne y Miles daba vueltas por mi cabeza y me pregunté unos segundos, si no sería mejor decir toda la verdad y afrontar las consecuencias de mis errores, de involucrarme nuevamente con esa basura.
El sonido de mi celular me distrae y boqueo incrédulo al notar que es de Evan. No me esperaba un mensaje suyo, no luego de la discusión que habíamos tenido la última vez.
¿Estaría ya enterado de la alerta? ¿Alguien le habría dicho que la policía internacional estaba buscándome? ¿Sería tiempo de que todas mis mentiras se descubrieran?
Aspiro hondo y las manos me tiemblan antes de abrir el mensaje de mi hermano.