ED-II

821 Words
Kreves se encontraba anonadado, estaba pálido, su cabeza le daba vueltas. No podía creer lo que había escuchado, toda su vida había sido una mentira, sus padres no eran sus verdaderos padres. Había olvidado a su madre, a su padre, a su ciudad natal, a su vida de niño, había olvidado a Ucrania, el país que lo vio nacer. Miró a sus “padres”, y aunque entendió que necesitaban traerlo a Londres para salvarlo, lo que no lograba perdonar era la decisión de borrar una parte de su memoria. Eso no les correspondía a ellos, eso debió ser decisión de Kreves. - Necesito saber el nombre de la clínica a la que me llevaron Alexa – dijo Kreves sumamente molesto. Sus puños estaban entrecerrados, estaba intentando controlar la ira que le causaba enterarse de todos los engaños que había vivido. Miraba hacia el suelo para evitar que ellos vieran la furia en su mirada. - Claro que si Kreves, aunque el médico que te atendió murió hace unos años… no sé si la clínica siga teniendo esta práctica tras su fallecimiento – respondió Alexa, y para sorpresa de Kreves estaba bastante serena, no parecía sentir remordimiento tras haberle revelado que le había robado una parte de su vida. - Solo… espero que nos entiendas Kreves, no lo hicimos para lastimarte. Te llegamos a querer como a un hijo a pesar de que no éramos tus padres – dijo Benjamin, quien si mostraba tristeza al hablar. A diferencia de Alexa, Benjamin había llegado a querer a Kreves. Solo bajaba la mirada y hacia movimientos con las manos, posiblemente para ocultar su tristeza y vergüenza por lo que habían hecho hace tantos años. - La clínica, este caso es de urgencia, y si lo que dicen ustedes es verdad, necesito averiguar cuanto antes cuales fueron los recuerdos suprimidos. Solo así lograré entender la conexión que tengo como este asesino. - Se llama … - dijo Alexa, pero antes de continuar suspiró, bajó la mirada y continuó – London Psychiatric Clinic, estaba en las calles Marylebone y 7 Harley. Por favor, ten cuidado, si lo que dicen es cierto puedes estar en grande peligro. Kreves miró fijamente a sus supuestos padres, a aquellas personas que se habían encargado de su crianza después de sus trece años. Los miro, recordó los buenos y malos momentos, y a pesar de haber vivido con ellos, no podía perdonarlos en este momento. No lograba concebir que por su culpa él no recordaba nada de su niñez, nada de sus verdaderos padres o de su verdadero hogar. Eran recuerdos que solo a él le pertenecían y ellos no tenían el derecho de meterse y eliminarlos porque así les parecía. Al verlos solo podía sentir ira, sus ojos azules que suelen estar apagados, por toda la maldad que había visto en su trabajo, ahora brillaban por el enojo que hacía hervir su sangre. Este sentimiento de odio era nuevo en Kreves, nunca había odiado a alguien con todo el corazón, y ahora, al ver a aquellas dos figuras en su sala, eso era lo único que sentía. Alexa y Benjamin vieron la mirada de su “hijo”, vieron el odio claramente reflejado en sus ojos y no pudieron hacer nada más que agachar la cabeza y mirar hacia el suelo arrepentidos. Después de todo, no tenían más que decir. Por su lado, Kreves sabía que Alexa y Benjamin estaban arrepentidos, bueno, Bejamin más que Alexa, pero de igual manera no podía perdonarlos, al menos no en ese instante. Tomaría años para que Kreves piense en volver a cruzar palabra con ellos. Los miró una última vez, los inspeccionó por completo y sin decir una sola palabra, ni una despedida, se dirigió a su cuarto para alistarse. Se colocó un traje n***o, una camisa blanca y una gabardina negra. Se colocó su sombrero, tomó un paraguas y salió nuevamente a la sala. Tal y como él pensaba, sus “padres” ya no se encontraban ahí, solo había una nota con la letra de Benjamin en la mesa de la sala, la recogió y guardó en el bolsillo interno de la gabardina. Se fijó que nadie había tocado las tazas de té, las recogió y las dejó en la cocina. Se despidió de su gato, tomó las llaves de su coche y salió de su departamento. Al llegar a su carro se dio cuenta que la clínica no estaría abierta, tenía que hacer tiempo. Si su pasado estaba conectado de alguna forma con el asesino, entonces su mejor opción sería revisar la evidencia para ver si algo le resultaba familiar. Después de todo, él pudo reconocer la frase de “átomo pacífico” en el suelo, y eso había impulsado a que recuerde un fragmento de su infancia, que supiera quienes eran sus verdaderos padres, y que por fin pudiera darle nombre al lugar que recordaba, Prípiat.
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