Levanto la copa para darle un sorbo a mi bebida. Me siento satisfecha con tan exquisita comida. Me siento complacida con lo preparado por el chef y porque el hombre frente a mí no ha dejado de explicarme cada platillo, su origen y como suelen comerlo en su país.
Acabamos de terminar de almorzar, apenas el mesero ha llegado para retirar los platos de la mesa, prometiendo traer -cuando Zaid de la orden-, el postre.
Todo ha transcurrido muy bien, el Emir es un hombre con quien se puede tener una agradable conversación y con quien se puede pasar un momento interesante. Todo bien, sí, pero la mirada de un águila detrás de él, que se mantuvo disfrutando su filete muy tranquilo mientras conversaba de manera amena -o eso quería dar a demostrar-, con dos colegas suyos, me ha tenido ansiosa y obstinada.
Actué con naturalidad. He actuado así durante todo este tiempo para no llamar la atención de Zaid y para no demostrarle al ñoño de Dexter lo mal que me pone. Pero solo Dios sabe lo que le espera si nos volvemos a encontrar a solas.
—¿Entonces, Hera? —inquiere, sosteniendo su copa al ver que el mesero se aleja de la mesa—. ¿Te ha gustado lo que ordené para los dos?
—No soy fan de la comida oriental debido a la cantidad de especias y condimentos, pero puedo decir con total sinceridad que lo que acaba de probar, es exquisito, Zaid.
Su sonrisa se ensancha.
—Eso me hace muy feliz.
—Me alegra darte un poco de felicidad —declaro, en tono divertido—. Y cuéntame, ¿te ha gustado Nueva York?
—Me ha gustado, aunque hay ciertas cosas de las cuales no soy partidario.
Lo miro con interés.
—¿Cómo cuáles?
—¿Quieres hablar de eso?
—Somos amigos, ¿no? —pregunto, con un atisbo de sonrisa en mis labios—. Los amigos pueden hablar de muchas cosas.
—Tienes razón… —su mirada está firme en la mía—. La libertad inmoral no es algo que me agrade, pero que puedo respetar. Considero que la mujer puede mostrar su sensualidad sin necesidad de exponerse demasiado y mientras estoy en mi camioneta, paseando por las calles, me doy cuenta de que hay mujeres muy hermosas, exhibiéndose demasiado. Tú no lo haces y, aun así, no dejas de verte… —su mirada me escudriña, yo trago grueso—. De verte bien y elegante, Hera.
—Hay una delgada línea entre lo vulgar y corriente, a lo elegante y sensual, tienes razón —me inclino un poco sobre la mesa—. Pero en ambos casos, las personas son felices así, ¿por qué privarlos de esa felicidad?
—Y es por la misma razón que te digo que lo respecto —replica, inclinándose también—. Mis intenciones no son privar a nadie de esa felicidad, pero si me lo preguntas, soy de los que prefiere ser el único que mire, toque y que pruebe.
«Vaya, señor Zaid»
—Si me lo preguntas, creo que estamos entrando en un terreno bastante minado.
—Y si me lo preguntas a mí, te respondería que no deseo recular con el tema.
—¿Por qué? —inquiero tajante, sin borrar mi sonrisa—. Me dices que no puedes tocar a una mujer que nos sea tu esposa, pero deseas hablar conmigo un tema bastante personal. Yo no tengo problema en seguir por ese camino, pero necesito saber si lo tuyo es por curiosidad o porque quieres asegurarte de que no soy una de esas mujeres que mencionas para considerar, basándonos en tu crianza, una mujer que vale o no la pena respetar. Puede que lo aparente, pero sé muy bien cómo son tratadas en ese lado del mundo basándonos en sus decretos y si me lo preguntas tú a mí, créeme que estoy en contra —sentencio con calma—. Independientemente de que nos exhibamos o no, somos libres, Zaid. Por muy elegante que me veas, yo soy libre, y créeme que disfruto muchísimo de esa libertad.
Muy arriesgado de mi parte ser directa con respecto a este tema, pero prefiero dejar las cosas claras desde ya. Me veo elegante, me comporto como tal porque fui educada muy bien, pero hay momentos donde soy una perra bien desgraciada, descarada e inmoral. Lo que me diferencia de esas mujeres que él ha mencionado, es que lo soy a puerta cerrada, pero eso no cambia el hecho que lo disfruto tanto como ellas y si eso Zaid quería saber para poder dar el siguiente paso, es mejor que lo haya sabido de mi propia boca y no analizarme en mis actos para saber lo que puede esperar de mí, aunque yo no tenga que demostrarle nada a él.
No sé cómo llegamos a este tema, pero sí deseaba saber mi pensar con respecto a su cultura, pues ya lo sabe. El silencio permanece, la lucha de miradas también, pero ninguno baja la mirada y yo no pretenso ser la primera en hacerlo. Crecí con tres hermanos totalmente dominantes y con un padre rey de la misma categoría, así qué pequeña e intimidada no me hará sentir el Emir frente a mí.
—Nací en Abu Dabi, Hera —habla, rompiendo el silencio en medio de los dos—. Fui criado para ser siempre la cabeza. Se me enseñó que por encima de mí, nadie más. Siempre me han dicho que la mujer debe ir detrás de mí, jamás al lado, jamás adelante. Detrás. También se me enseñó que la mujer debe ser culta y guardarse para su esposo. Todo eso es verdad, pero yo soy un ser pensante, con intelecto y criterio propio. Además, estamos en otros tiempos y aunque cumplo con algunas de mis creencias, rompo alguna que otra y descarto en su totalidad otras un tanto arcaicas —proclama, como si lo que yo sé, le desagrada tanto como a mí—. Soy un Emir en mi país, soy un hombre con ciertos límites, también soy un hombre que disfrutar de su libertad tanto como tú, Hera West.
Ensancho mi sonrisa al oír sus palabras.
—Qué bueno que en algo estemos de acuerdo, Zaid. Y qué bueno que como adultos, podamos conversar estos temas sin tomarlo personal.
—Y como un hombre adulto, hay algo que quiero dejarte en claro.
Me yergo lentamente, evitando que mi lenguaje corporal llame su atención o le de alguna señal equivocada. Zaid no me intimida, pero que sea tan directo como yo, es algo que me pone en estado de alerta.
—Tú dirás.
—Me gustas, Hera. Me gustaste desde que te conocí y mis intenciones, además de los negocios, los cuales pretendo separar porque soy un hombre totalmente profesional, es conocerte.
—Ya me conoces.
Se ríe bajo, de una manera tan atractiva que por mucho que otro me traiga loca, no significa que su sonrisa me resulte interesante.
—Pretenderte —aclara con total seguridad—. Cortejarte, invitarte a citas y quizás, si me das la oportunidad, avanzar.
«Carajo»
Mis ojos van al águila detrás que se ha levantado de su lugar. Es una mirada rápida, fugaz, pero suficiente para que mi corazón se altere y mi cuerpo reaccione ante él. Solo a él. Vuelvo a ver a Zaid. Sexi, hermoso, caballeroso. Toda una caja de sorpresa porque esto sí que no me lo esperaba de su parte. Al menos no en nuestra primera salida, pero ¿Qué puedo esperar de un hombre de mi edad? No estamos para tantos rodeos y eso él lo sabe.
Y el ñoño demente, tóxico, totalmente un hijo de puta, que acaba de pasar por mi lado, lo sabe también y, aun así, tuvo el descaro de romper lo que teníamos y ser demasiado directo conmigo al punto de romperme el corazón.
Quiero hacerlo pagar, quiero que sufra, pero no quiero arrastrar a alguien más a mi venganza. Y solo por esa razón, elijo ser sensata en vez de jugar sucio. Suficiente he jugado ya.
—Eres libre de invitarme a citas, Zaid. Somos amigos —digo, con toda la sinceridad que puedo mostrar en este momento—. Pero quiero que sepas que mi corazón y mi orgullo es otro tema y aunque no ando llorando por los rincones de mi casa, reconozco que ambos están en ese proceso de sanación y solo por eso, soy demasiado recelosa con los dos.
Asiente, se toma su tiempo para darme una réplica. Yo soy Hera West, soy una nieta de puta, pero tengo sentimientos y también inteligencia emocional. Por el hecho de que esté en una pésima situación con Stephan, no significa que deba arrastrar a este hombre a ella.
—Para mí sería un honor ser parte del proceso, porque la mujer, frente a mí, lo vale. Tú lo vales, Hera.
«Carajo. Yo lo rechazo con elegante sinceridad y él viene y se lanza sin paracaídas, ¿en serio?»
—No necesitas decirme que valgo porque eso es algo que lo sé desde qué nací.
—Y es esa misma seguridad que me insta a querer saber más de ti —replica, con una sonrisa ladina—. Te vi dulce, tierna, moldeable, cuando te conocí, pero derrumbaste todo eso al abrir tu boca y desde ahí, quedé fascinado contigo.
«Wow, que bueno oír decirte que me considerabas moldeable, Zaid»
—Mi apariencia tiende a confundir a las personas.
—Eres un enigma. Uno qué deseo descubrir. Si me lo permites, claro.
«¿Cómo llegamos a este punto de la conversación?»
—Eres libre de invitarme a citas, ¿no? —me rio—. Y eres mi amigo.
—Gracias por el honor, Hera.
Entro a la cafetería para comprarle a mi bella Doja lo que me ha pedido. Le sonrío al chico que siempre me ha atendido y como de costumbre, ordeno lo mismo. Siento la mano en mi espalda baja, no me muevo porque sé perfectamente de quién se trata. El aroma de su perfume me lo confirma y el beso que el muy desgraciado deja en mi hombro, también.
—Dame una razón para no darte una bofetada por tu atrevimiento.
—Tranquila mi Darling, solo ha sido un casto beso —murmura, cerca de mi oído—. ¿Ya no te gustan?
«Dios, dame paciencia»
—Hablo de tu presencia en el restaurante, Stephan.
—Ah, eso —dice tan relajado, que en serio quiero golpearlo. No me responde, él ordena a la otra chica mi postre favorito y más la sangre me hierve—. ¿Acaso no puedo almorzar en el mismo lugar que tú? No sabía que tenía prohibida la entrada, Hera.
—Sabes perfectamente a lo que me refiero, no me tomes por idiota —siseo, tratando de verme relajada, calmada—. Fuiste solo para joder mi almuerzo con Zaid.
Se ríe bajo. El muy ñoño se ríe de mí y juro por Dios que si no estuviéramos aquí, lo empujo.
Seguimos de pie frente al mostrador, esperando lo que ambos hemos ordenado, fingiendo que estamos bien, que no deseamos gritarnos las cosas. Que no somos dos personas que tienen cuentas de años atrás por saldar.
El chico deja mi orden frente a mí dentro de la de la caja. La chica, al mismo tiempo la de Stephan y ambos a la par, la tomamos sin voltear a vernos la cara.
—Cóbrate lo mío y lo de mi esposa —dice el hijo de puta dejando mucho efectivo sobre el mostrador y es ahí cuando volteo a verlo. Estamos tan cerca, que de verdad parece que nos toleramos, que andamos juntos, que nos amamos. Y ambos chicos están tan
ocupados trabajando que ni cuenta se dan de las miradas que nos estamos dando en este momento—. Entrégale a Doja lo que te ha pedido, vuelve a casa que yo te estaré esperando para hablar.
Un beso en la comisura de mis labios y sin esperar réplica de mi parte, Stephan Campbell se aleja de mí, dejándome taciturna, ardida, colérica y con ganas de darle pelea.
«¿A qué está jugando? Dexter ¿porque ahora si actúa como debió de hacerlo años atrás»
—Señora, ¿desea algo más? —inquiere el chico con amabilidad.
«¡¿Señora?! ¡¿En serio creyó que Dexter y yo…?! Mierda, es obvio que lo haya creído»
—Es todo, muchas gracias.
Con una sonrisa me despido saliendo de la cafetería yendo directo hacia mi auto. No me vuelvo loca viendo a ambos lados para asegurarme si Stephan sigue aquí. Él ya dio una orden, él me estará esperando en casa y yo no puedo negarme y es lo que más me hace hervir la sangre en este instante porque de hacerlo, perdería el mismo beneficio que él me ha otorgado.
Pase lo que pase, estemos como estemos, ambos debemos acatar al llamado del otro y ese ha sido el único acuerdo que jamás romperemos por mucho que estemos en guerra en este momento.
Mientras conduzco, llamo a Doja y me encanta como me responde de inmediato.
—¿Te vas a ir por el postre?
Oigo su risita burlesca.
—Iré con Stephan —respondo de mala gana—. Me estará esperando en casa.
—Vaya…
—Si… —suspiro—. Estuvo durante todo el almuerzo con su mirada de águila sobre mí. Se fue, yo al poco tiempo después y luego vine a la cafetería para comparte lo que me has pedido. Se apareció, pagó, y ordenó vernos en casa.
—No puedes negarte.
—¡¿Y crees que no lo sé? ¡Mierda!
El silencio se hace presente en la línea. Conozco a Doja y en este momento está buscando la manera de ser lo más neutral posible y todo porque ella aprecia demasiado a Stephan.
—Creo que ya es tiempo de que hables con él con la verdad por delante, Hera. Llevan años en esto, ¿no crees que es tiempo de avanzar? —guardo silencio—. O cierran el ciclo o buscan la manera de enmendar las cosas, pero ya basta de perder el tiempo por a causa del orgullo…
—Lo sé…
—Quédate esta vez con el capuchino y las galletas. Pruébalo, cómelas, mientras meditas sobre todo eso, ¿sí?
Gimoteo ante su dulzura y comprensión.
—Eres la mejor.
—Lo sé —se ríe—. Me llamas cuando quieras hablar conmigo y si te apareces por mi casa, más te vale llevarme lo que ya sabes.
—Tu capuchino y galletas con chispas de chocolate.
—Así es, Herita —canturrea y ahora soy yo quien ríe—. Ve tranquila, tu padre llegó hace un momento. Le informé que estabas en un almuerzo con el Emir y él y me ha pedido unas cosas, así que todo queda en buenas manos por acá.
Tan bello mi padre. Me despido de Doja y tomo el camino que va hacia mi casa haciendo lo que me ha aconsejado. Tiro mi móvil y siendo prudente, saco una galleta para comer y meditar en todo esto.
Siento cómo mis sienes palpitan y como la rabia se adueña de cada parte de mi sistema mientras corre por mi sangre.
Enfrentar esto es algo a lo que he huido por años, desde aquella noche de graduación. Creí que podía vivir con el peso de sus palabras, con el peso del secreto y que seguir con ese acuerdo de solo follar a escondidas no me afectaría, pero sí lo hizo y no me di cuenta hasta esa noche que todo acabó en los dos.
“O cierran el ciclo o buscan la manera de enmendar las cosas”
Sus palabras hacen eco en mí, calan en lo más profundo de mi ser, porque yo sí quiero enmendar todo, también quiero que pague por lo que me hizo.
«¿Quién me mandó a enamorarme de un ser con un alto coeficiente intelectual, pero con poca inteligencia emocional? Todo un cerebrito para la lógica, pero un completo sonso para el amor»