Mi mañana transcurre con mucho trabajo como siempre. Amo el mundo de la moda, pero me exaspera estar dentro de una oficina leyendo documentos, viendo gráficas y números. Lo hago bien, pero cuando acabe mi estadía aquí, sin duda alguna saldré de acá con una gran sonrisa en mis labios. Eros me aseguró que iba a encontrar el punto medio con ambas empresas y yo sé que sí lo hará. Seguiré siendo paciente y agradeceré cada vez que mi amado padre venga a ser del quién se siente durante un día entero aquí mientras yo cumplo con mis demás asuntos.
Miro la hora, ya casi son las doce y mi cita es a las doce y media. Decido levantarme, tomar mis cosas y salir para ir a mi encuentro con el Emir. Las calles del centro suelen abarrotarse a hora pico y lo menos que deseo es ser impuntual con un príncipe árabe.
Con mi cartera en mano y caminar seguro, salgo de la oficina, directo hacia la de Doja. Doy dos toques en el cristal de manera innecesaria porque desde que abrí la puerta me ha visto, pero me sigue resultando divertido verla rodar los ojos.
Abro la puerta más no entro.
—Me iré —anuncio, con una gran sonrisa en mis labios—. ¿Nos vemos aquí a las tres?
—Ve tranquila, nos vemos aquí a las tres —me dice, dejando a un lado la carpeta que tiene sus manos—. Te llamaré si se requiere de tu presencia. Mientras, seguiré respondo tus correos. También te enviaré los contratos de las próximas campañas publicitarias para que los leas.
—Eres la mejor, ¿lo sabes?
—Lo sé.
La sonrisa en sus labios me causa a mi gracia y diversión.
—Pretenciosa.
—Gracias a mi linda y dulce jefa, es que soy así.
—Siempre aprendiendo de la mejor —replico con altanería, ensancho mi sonrisa y ella suelta una gran carcajada retomando lo que estaba haciendo antes de interrumpirla—. Nos vemos en un par de horas.
—No olvides traerme…
—Un capuchino y galletas, lo sé… —murmuro, cerrado la puerta.
Puede que Doja sea mi asistente personal de toda mi larga carrera, pero cuando se trata de salir por mi cuenta, soy yo quien tiene que acatar a su petición, que durante años ha sido la misma. Un capuchino y galletas con chispas de chocolate. Siempre lo mismo sea a lo hora que sea y en el lugar que sea. Según ella, ese es el p**o por sus servicios, cando desde siempre la señora es renumerada muy bien. Hasta de vacaciones se va con su esposo y dos hijos cuando quiere y, aun así, tengo que obedecer a su única orden.
Una orden que me place cumplir porque Doja es todo lo que está bien a pesar de su carácter de mamá gallina. Hay días donde me trata como a una hija más y no como a su amiga. Tenemos la misma edad y no duda en aplicar su sabiduría maternal conmigo como si yo fuese una bebé frágil en sus manos.
«Tan bella, por eso la amo»
Llego a mi auto, me despido del guardia de seguridad y entro dispuesta a conducir hacia el restaurante donde Zaid Salman, me ha citado para vernos con intenciones que sabe controlar muy bien.
Con una sonrisa y tono amable, le agradezco al hombre trajeado en la puerta por abrirla para mí y con la misma actitud, saludo, presentándome ante el maître. He llegado justo a tiempo, ni más ni menos. Oír que el señor Zaid ya está esperando por mí desde hace un par de minutos me lleva a pensar que es muy caballeroso o está muy ansioso por este almuerzo.
No debería, él es un príncipe y aunque yo no me considero menos, solo que me resulta interesante como un príncipe con tanto poder y presencia, sea quien esté esperando cuando debería ser al contrario.
«Claro, no conmigo, yo jamás llegaré antes de lo estipulado mucho menos tarde. Justo a tiempo. Siempre justo a tiempo»
No me resulta extraño que haya escogido tener nuestra cita en este restaurante tan lujoso y exclusivo, siendo él una figura pública tan importante. Ya he venido aquí antes, así que no es algo que me deslumbre, teniéndome de lado a lado observando cada detalle, pero no puedo evitar sonreír ante tan exquisita decoración. El interior se mantiene con esa luz tenue que siempre me ha gustado de este lugar. Las mesas, con mantelería fina y la mejor vajilla, mantienen una distancia muy prudente de cada una, brindarles a sus comensales entera exclusividad y privacidad.
En cada paso que doy con el maître guiándome hacia la mesa, me doy cuenta de su personal de seguridad. Están en lugares específicos y todos tienen sus ojos como halcones mirando sin ninguna expresión en sus rostros. Los reconozco, porque todos tienen esas facciones que los caracterizan. Y ahí, en una de las mesas en medio de todo el lugar, está él. Imponente, con una gran sonrisa. Barba perfecta, rasgos demasiado perfectos y apuesto. Muy apuesto el príncipe árabe. Mantengo mi caminar seguro, mi sonrisa, no cayendo ante la mirada oscura que me escudriña y cuando estamos a pocos metros de la mesa, se levanta para recibirme.
—Bienvenida, una vez más, señorita —proclama el maître con una leve reverencia.
Se despide, prometiendo que pronto seremos atendidos.
Tal cual, como la primera vez que lo conocí, Zaid Salman me recibe con una leve reverencia, evitando -al menos por ahora-, el contacto físico conmigo.
—Luces preciosa este día, Hera —me dice en tono caballeroso—. Gracias por no haberme dejado plantado.
Se ríe en modo; príncipe encantador.
—¿Y perderme compartir la mesa con un futuro amigo? —inquiero, mirando cómo aparta la silla para que tome asiento—. Nunca.
—Y fue la misma razón por la cual llegué antes —declara, tomando asiento nuevamente—. No quiero perder la oportunidad de ser tu amigo, Hera West.
Ese tono, esa mirada. Imposible no sonreír como lo estoy haciendo, pero mi sonrisa se tambalea cuando veo a un rubio, de ojos azules y sonrisa socarrona, tomar asiento en la mesa detrás de nosotros. Tan elegante como siempre se presenta cuando no anda con sus batas blancas de ñoño cerebrito. Tan imponente y al mismo tiempo descarado y engreído.
Y sí, tan jodidamente apetecible para mí y al mismo tiempo nocivo y opuesto a lo que soy. Y ahí sentado está Stephan Campbell, el hombre que deseo enterrar vivo y que ha cumplido con su pasiva amenaza. Él está aquí y ahora yo me siento acorralada y obstinada por su no desapercibida presencia.
«No le des el gusto, Hera. No se lo des»
—Me he tomado la molestia de haber ordenado para ambos. El chef es un buen amigo y le he pedido que nos deleite con un plato típico de Abu Dabi para que lo degustes. Espero que no sea un problema.
«No me gusta que elijan por mí, pero lo dejaré pasar esta vez»
— Tranquilo, no hay problema —sonrío, me inclino un poco—. ¿Puedo hacerte una pregunta un tanto personal?
—Por supuesto.
—¿Por qué evitas el contacto físico? No me malinterpretes, pero me resulta curioso que desde que nos conocimos, me haces una leve reverencia, ¿es propio de tu cultura?
Su sonrisa se ensancha y con elegancia desajusta su saco, inclinándose también un poco hacia mí.
—Si baso mi respuesta de acorde a mi cultura, por mi posición, no debería de hacerte una reverencia, Hera. Quizás un leve asentamiento de cabeza y ni eso es aceptable. Así como tampoco es aceptable tocar a una dama que no sea mi esposa.
—Algo así consideré. En tu cultura eso se ve mucho.
—Pero estamos en tu país —me dice en tono amable—. Y tú eres una dama muy hermosa que merece un buen trato. Además, quiero ser tu amigo independientemente del contacto físico.
—Y además de querer ser mi amigo, estás interesado en ingresar al mercado americano.
Directa y sin rodeos. Así me enseñaron. Zaid asiente, se yergue sin dejar de verme y yo en serio me estoy esforzando en no mirar detrás de su hombro al águila de mirada filosa que tiene sus ojos fijos en mí.
—Aunque no es un secreto para ti mis intenciones como empresario, me gustaría que este almuerzo se base más en nosotros dos y no en temas de trabajo. No te cité aquí para hablar sobre negocios. Para eso, pauto una cita contigo en la empresa, Hera.
—Muy bien, nada de trabajo, me parece razonable lo que propones.
—¿Ahora yo puedo hacerte una pregunta un tanto personal?
—Por supuesto —respondo con sus propias palabras, viendo en su mirada que le ha causado gracia.
—¿Viniste sola hasta aquí? —inquiere y yo de inmediato frunzo mi frente un poco sin dejar de sonreírle, aunque también asiento a su pregunta—. No me malinterpretes, pero no me parece que una dama como tú, con todo lo que manejas, andes conduciendo sola por las calles de Nueva York.
«Suelo tener mi guardia personal que casualmente está detrás de ti, pero eso no necesitas saberlo, mi querido Emir»
—¿Te preocupa que no tenga un equipo de seguridad detrás de mí como tú lo tienes?
—Me preocupa que algo le pueda suceder a mi amiga. En mi país, las damas, con tu belleza y elegancia, no andan solas. Jamás. El hombre que la pretenda, debe cuidarla y protegerla.
—Tu amiga sabe cuidarse muy bien, Zaid.
Nos miramos a los ojos fijamente. Comprendo su posición porque sé que ha sido criado con otros estatutos que no juzgo, pero que tampoco aplaudo y que no me voy a poner aquí en este momento a debatir con él. Es cierto lo que le he dicho; yo me sé cuidar muy bien sola. Así como he cierto que jamás, en más de diez años, he estado sola, pero eso es otra información que él no necesita saber.
—Si mi amiga asegura tal cosa, yo no tengo derecho a contradecirla —declara con elegancia y yo asiento sin romper el contacto visual—. Aclarado eso, disfrutemos lo que el chef ha preparado para los dos, Hera West.