Salgo del auto ya con las ideas claras. No puedo controlar los latidos de mi corazón que golpean fuerte contra mi pecho, pero sí puedo controlar mi lengua. Al menos hasta cierto punto.
Ingreso a la casa, cierro la puerta detrás de mí y avanzo directo hacia las escaleras.
—Por un momento consideré que no vendrías.
Su voz me hace detener en medio del recibidor. Giro mi rostro y lo veo sentado muy tranquilo en el sofá de la sala frente a mí. No tiene su saco y las mangas de su camisa se las ha remangado hasta los codos, dejándome ver su piel tatuada, la cual me encanta y él lo sabe. Ese desgraciado sabe todo de mí.
—Te he servido un vaso de leche caliente para que disfrutes de tus magdalenas favoritas.
«¿Cuándo entenderá que dándome de comer no cambiará nada?»
—Siempre tan considerado —digo, dejando salir un suspiro. Avanzo hacia la sala y cuando estoy cerca de la mesa, dejo la caja con el resto de las galletas con chispas de chocolate que sobraron—. Gracias.
Tomo asiento y bajo su atenta mirada, agarro una de las magdalenas y por supuesto que le doy un mordisco. Una cosa es que desee matarlo y otra cosa es mi postre favorito. Me mira con cierta diversión en su rostro a pesar de que yo deseo asesinarlo en este momento. Me tomo mi tiempo para saborear el esponjoso bizcocho. El sabor del limón me insta a darle otro mordisco. Amo las magdalenas de limón y más cuando las decoran de esta manera tan coqueta. Y ese ñoño lo sabe muy bien.
Limpio la comisura de mi labio y desviando al fin la mirada, bebo un poco de leche caliente.
—¿Cómo la pasaste en tu almuerzo?
—Tú más que nadie debes de saberlo, estabas ahí y no me quitabas los ojos de encima, ¿lo recuerdas?
—Me gustaría oírlo de ti. La versión corta, si no es mucha molestia, Darling.
—Claro —sonrío—. Bueno, Zaid me dejó en claro que desea cortejarme.
—Y supongo que te negaste.
Ya no sonríe y yo tampoco.
—Dame una razón por la cual debería de negarme a que otro hombre me corteje, Stephan.
—Tú y yo tenemos un acuerdo, Hera.
«Esto es el colmo»
—Tú mandaste ese acuerdo al carajo al follar con ella, ¿o se te olvidó que parte de lo que teníamos era no involucrarse sentimentalmente con otros? —me levanto del sofá, totalmente indignada por sus palabras—. Follábamos entre tú y yo y podíamos hacerlo con alguien más si queríamos, estábamos bien con lo que teníamos y tú… —siento que mi corazón golpea fuerte contra mi pecho—. Y tú lo arruinaste al hacerte su amigo, al acercarla a tu vida, Stephan.
—Yo no me involucré de manera sentimental con Mitchell y lo sabes.
—¡Estuviste follando con ella por un maldito año entero, carajo! —le grito con mi pecho ardiendo—. ¡¿Crees que soy idiota?! ¡Todo un año con ella!
—¡Tú estuviste con Leonardo! —arremete, levantándose también del sofá—. ¡Tres meses con él! ¡¿Y tienes el descaro de reclamarme a mí por conservar a la mujer con quien estuve únicamente dos veces, Hera?! ¡Si aún soy amigo de Mitchell, es solo por no ser un maldito nefasto como ser humano!
Niego. Eso es mentira y él lo sabe.
—¡Eres amigo de una loca que quiere parecerse a mí, Stephan!
—¡Si querías que dejara de ser su amigo, me lo hubieras dicho entonces, carajo! ¡Pero no me reclames cuando tú estuviste con Leonardo follando!
«Esto tiene que ser una puta broma. Una maldita broma»
Lo miro incrédula, totalmente perpleja. Mi cabeza da vuelvas, da muchas vueltas para tratar de entender cómo es que este hombre es tan bruto para esto y con rabia, por lo que ha dicho. Y es la misma rabia la que me impulsa para darle la bofetada que no le pude dar en la cafetería y agradezco que se quede quieto y la reciba.
—¿Cómo puedes ser tan inteligente y bruto al mismo tiempo? —pregunto, mirándolo con odio, sintiendo como mi cuerpo tiembla a causa de la impotencia—. ¿Cómo no puedes darte cuenta, Stephan?
—Mi lógica me dejó en claro que te molestaba verme cerca de ella y por eso la conservé.
—Esto no se trata de lógica, idiota —siseo—. Eres un humano, no un robot. Tu lógica me lastimó, lo hizo desde aquella noche de graduación y la toleré, la acepté porque tenías razón. Y, aun así…, aun así, continué con lo que teníamos, acepté lo que pactamos, creyendo que te darías cuenta, esperando que vieras más allá de la lógica, pero han pasado más de diez años, Stephan. Más de diez… —musito con dolor—. Y tú aún no te das cuenta de lo que hiciste y, aun así, creíste que sería buena idea tener sexo con una mujer que cada día quiere parecerse más a mí…
El silencio se hace presente, mis lágrimas ruedan por mis mejillas y el nudo en mi garganta se vuelve cada vez más fuerte de tragar.
—No consideré que mantener mi amistad con Mitchell te hiciera tanto daño. Tú tampoco consideraste el daño que me causaría verte tres malditos meses tomada de la mano de Leonardo.
Me quedo callada.
—¿Ya no tienes nada que replicar? —no respondo—. Vaya, Hera West se ha quedado sin palabras —su risa me enerva—. Tú me dejaste en claro esa noche que yo no era más que accesorio el cual usabas y dejabas de usar si querías. Me dejaste en claro que no sentías nada por mí y hasta me corriste de la habitación, dejándome en claro que podía follar con quien me diera la maldita gana, porque tú ya tenías con quién divertirte, y cuando lo hago, te enojas conmigo y cuando intento solucionarlo, me mandas al carajo. Decido dejar la fiesta en paz, aceptando que estabas saliendo con alguien más y, aun así, me desprecias a mí. Decido no ser un hijo de puta con Mitchell, cerrar con ella lo que ni siquiera había comenzado y más arremetes en mi contra, ¿y me dices que yo soy el robot? Cuando fuiste tú la que se cerró a mí —acorta la distancia—. Cuando fuiste tú la que actuó como una bruja sin corazón.
—Yo solo quería darte una lección.
Mis palabras lo hacen reír sin ganas.
—¿Y me dirás que te tomó tres meses de sacrificio? —chasquea lengua—. Pobre Hera
—Eso no se compara con los años que han pasado desde aquella noche que me rompiste el corazón, Stephan.
—¡No sé de qué carajos estás hablando, Hera! —estalla, totalmente encolerizado. Su rostro está rojo, sus ojos echan fuego—. ¡No tengo la más mínima idea de lo que quieres decirme! ¡No sé a qué mierda te refieres! ¡Y me enerva que me acuses por algo que no tengo la puta idea, porque no recuerdo un carajo lo sucedido después de que me emborraché y me drogué con esos brownies que Eros me ofreció!
Mi pecho sube y baja, mi respiración se vuelve errática. Las palabras de Doja retumban en mi cabeza y eso basta para que le dé la espalda y camine hacia mi habitación.
—¿A dónde carajos vas? —no me detengo—. ¡Hera! ¡Estamos hablando!
Sigo mi camino oyendo la maldición de tras de mí. Mis manos pican, mi cabeza es un caos. Todo lo que me juró, todo lo que me prometió, ya no vale nada porque el muy idiota estaba drogado. Y yo soy más idiota, una completa idiota por creer que él. de verdad, sentía todo eso por mí, que él de verdad cumpliría sus promesas.
Fui una completa pendeja por haber esperado tantos años para que tocara el tema, para que se atreviera a hablarlo conmigo y cuando al fin sucede, él no recuerda nada. Qué idiota fui. Y yo que creí que el chiste era porque él realmente sabía lo que hicimos.
—Hera, hablemos —me pide, al ingresar a la habitación—. ¿Qué carajos haces?
No le hago caso a Roberto, a su saludo alegre. Yo voy directo a la caja fuerte que está dentro de mi vestidor con Stephan pisándome los talones. Ingreso la clave y saco la carpeta que por más de diez años ha estado oculta aquí.
No necesito verla, eso sería mucha tortura y masoquismo de mi parte. Simplemente, se la pego contra el pecho, siendo consciente de mi arrebato, de mi poca delicadeza, pero es que ya no puedo más. Me mira confundido, no ha sido rápido en sostener bien la carpeta y toda la información ha caído al piso.
Retrocedo, me cruzo de brazos y mirando hacia cualquier lado que no sea el suelo, aguardo a que vea la razón por la cual, me volví una desgraciada con él.
—Me juraste amor. Me dijiste que viviríamos juntos. Me prometiste que jamás iba a llorar y al otro día, me rompes el corazón al verme despertar a tu lado —musito, con el nudo en mi garganta—. Me gritaste que no esperara que después de haber tenido sexo, ocurriría algo sentimental. Me gritaste que nuestro acuerdo era solo follar y que si era tan inocente como para confundir las cosas, nuestro acuerdo acababa esa mañana.
—Her… —dice con dolor, levantándose con las fotos y el acta en sus manos—. Yo no…
—No recuerdas nada, sí. Ya me di cuenta, Stephan —espeto con risa amarga, mirándolo al fin a los ojos—. Más de diez años después, pero ya lo noté.
Mira cada foto que nos tomaron esa noche, donde parecíamos dos locos enamorados dispuestos a pasar una vida juntos. Dispuestos a llegar a casa al día siguiente y gritarles a todos que bajo el amor, terminamos casándonos.
Llegamos a casa, pero cada uno por su lado. Él ocupándose de sus asuntos y yo guardando un secreto que me avergonzaba exponer porque esa noche que volvimos a casa, él actuaba igual que siempre, lo que me dio a entender a mí que omitir lo sucedido, era mejor que enfrentarlo.
—Tantos años crucificándome por algo que no recuerdo…
—Creí que fingías y decidí fingir también.
Se ríe sin ganas, pero puedo ver cómo esto ha sido un golpe duro para él.
—Más de diez años casado contigo, Hera, y nunca te atreviste a decirme algo al respecto… —guarda las fotos de esa disparatada boda y el acta de matrimonio—. ¡¿Por qué?!
Su golpe contra el cristal de la puerta del closet, a su derecha, retumba dentro del vestidor, así como los cristales cayéndose al suelo. No me muevo, y no por miedo, sino porque esperaba esa reacción suya en algún momento.
—No me interesa si fue bajo los efectos del alcohol, de la maldita droga que ese brownie tenía, Hera —sisea, con las venas de su cuello brotadas—. No me interesa si fue un arrebato de los dos, si lo hicimos, porque creímos que sería divertido o porque esa noche creímos que casándonos, nos dejábamos en claro lo que realmente sentíamos y no nos animábamos a decir en voz alta —avanza un paso sin soltar la carpeta——. Tú y yo nos casamos, ¡nos casamos, Hera! ¡Y tú me lo ocultaste!
—Creí que lo sabías.
—¡¿Y no se te ocurrió preguntarme, Darling!? —sus ojos desorbitados demuestran lo herido que está, el desespero en su pregunta me lo deja más que claro—. ¡Más de diez años, Her! ¡Más de diez años casados y nunca me lo dijiste! ¡Mierda!
—Yo…
—¡Tú estuviste con Leonardo hace un año y lo sabías! —acorta la distancia sosteniéndome por los hombros, mirándome como si yo fuera ahora una total decepción—. Estuviste con algunos más antes de él, y lo sabías… lo sabías, Her…
—Yo creí que tú simplemente decidiste ignorar lo que esa anoche en Las Vegas sucedió, Stephan. Yo…
—¿Cómo mierdas crees que iba a ignorar que me había casado con la amargada que me robó el aliento la primera vez que la conocí? ¿Cómo consideraste que iba a destruir a conciencia lo que me había propuesto desde que te conocí? ¿Cómo carajo diste por sentado que iba a faltarte el respeto de esa manera, Hera?
Su dolor, su rabia, me calan. Me calan demasiado y lo único que puedo hacer es llorar.
—Tú me…, tú me gritaste todo eso al amanecer cuando despertaste que yo creí que…
—Teníamos un trato de permanecer en secreto porque de salir mal lo nuestro, mi amistad con tu hermano no se vería afectada, mucho menos tu relación con él, Hera… lo que sea que te haya dicho, fue bajo la cobardía y te pido perdón por eso, pero lo que tú hiciste… —niega, me suelta y retrocede. Intento acercarme, pero me detiene levantando su mano—. Lo que tú hiciste, Hera, fue…
—Eso no cambia el hecho de que estuviste con Mitchell.
—¡Porque tú me mandaste al carajo y te fuiste con Leonardo!
—¡Porque quería ver si con eso volvías a mí! —grito, avanzo un paso y él retrocede dos—. Yo quería ver si con eso tú…, si con eso tú me tomabas en serio, Stephan.
—¡Desde que te conocí estoy contigo, Her! —contraataca, encolerizado, alterado. Maldice, lucha con lo que sea que se le está pasando por la cabeza en este instante—. ¡¿Acaso no consideraste que si nunca tuve algo de verdad con alguien más, era porque te quería a ti?!
—Tú nunca me lo dejaste en claro.
—Creí que mis actos hablaban por sí solos —espeta resentido—. Teníamos un trato; sexo sin sentimientos. Cada uno fingió que eso estaba bien. Yo te veía con otros y lo toleraba, tú me veías con alguien más, y lo aceptabas, pero había confianza entre los dos, Hera. Podíamos tener un juego masoquista de ir y venir, de acatar sin rechistar y de acudir al otro sin preguntar, pero creí que teníamos una complicidad entre tú y yo…
—Stephan…
—Nunca la hubo de tu parte —dice mordaz, haciéndome sentir peor de lo que ya me siento—. Yo quise… —cierra sus ojos unos segundos y vuelve a abrirlos—. Yo quiero enmendar mi error, pero parece que no soy el único aquí que tiene errores que enmendar.
—¿A dónde vas? —lo miro confundida mientras sale de del vestidor—. ¡Stephan! ¡¿A dónde vas?!
Salgo del vestidor y ahora soy yo la que avanza detrás de él. Se detiene, me detengo.
—Por esta noche, lejos de ti.