3 | Cereza explosiva

3789 Words
Después de encontrar la dirección del bar Nórdico, robaron dos motocicletas del hangar del Volk y con mentiras lograron salir de las inmediaciones. Ellos estaban tan enfocados en vengarse, que por sus pequeñas mentes de adultos jóvenes no cruzó la idea de que alguien notaría que se escaparon. Imaginaron que Adkik estaba tan ocupado, que nadie lo interrumpiría para decirle que sus sobrinos cruzaron el perímetro y que conducían hacia su posible muerte. Ignati no estaba decepcionado de su hijo. Lo conocía, así como lo que podía hacer, al contrario de Viktor, quien educó a su hijo para ser inteligente y no caer ante las tentaciones. De tal padre, tal hijo, y por más que los quisieran a salvo, llevaban la sangre de Hedeon en las venas. Ellos forjarían su propio camino, sin importar la sangre derramada. Dante siguió el camino, siendo el que mejor conocía las carreteras. Su padre lo hizo estudiar todas las carreteras por las que podrían escapar si algo sucedía en su visita a Rusia. Lionetta era una madre amorosa, pero un poco renuente a creer que la vida que formaron podía destruirse. Viktor por su parte sí creía que después de la calma arreciaba la tormenta, y en el caso de una familia criminal, la tormenta estuvo allí quince años después de la liberación. Su tormenta esperaba plácidamente que bajaran un centímetro la guardia para destruir con sangre, dolor y pena, cada fibra de los Antonov. Darko siguió a su primo por las carreteras llenas de nieve hasta un bar que no se lograba atisbar desde la carretera. Para cualquiera, un bar era sinónimo de dinero andante con cada viajero que se estacionara a beber una cerveza, palmearle el trasero a una mesera ardiente o batirse un duelo con un motorizado, pero para Asha, su bar era un resguardo, no una invitación para los turistas. El bar solo lo conocían los miembros de su pequeña banda criminal, por lo que su ubicación era remota, cercana a una de las montañas del sur. Estaba tan camuflado, que solo después de adentrarse lo suficiente, lograban ver el letrero de neón con la o de los Nórdicos apagada. Estaba lleno de maleza pequeña, sus ventanas empañadas y rotas, y una música estruendosa que llamaba a los motorizados a coger a las meseras. Los dos enormes hombres fornidos que se encontraban en la puerta atisbaron las motocicletas acercarse. Conocían a cada m*****o de su banda, y era evidente que un turista no llegaría en una motocicleta de dos millones de dólares. Las ducati reformadas, creadas especialmente para los hombres del Volk, contaban con un rugido que podía distinguirse a más de un kilómetro, además de contar con la corona de los Antonov tatuada a un lado del tanque de gasolina. Eran negras, brillantes, el deseo de más de uno de los hombres dentro del bar. Dante y Darko estacionaron sobre la nieve que crujía cuando la aplastaron con las ruedas, se quitaron los cascos y los dejaron sobre el asiento. El hombre de mayor edad en la puerta los vio tan limpios, acicalados y jóvenes, que pensó en jugarles una broma a los neófitos Antonov. Todos conocían a la impetuosa, violenta, sádica y mercenaria familia de los Antonov, así que llegar como un incógnito no era posible. —El bar homosexual esta al otro lado de la carretera —dijo uno de los hombres con ese grotesco acento entre ruso y americano. —¿Y por qué no estás ahí? —preguntó Darko sonriendo. Dante miró al otro hombre, el que llevaba la escopeta en la mano. —No vinimos a buscar problemas —le dijo con la mirada en los ojos, tal como le enseñó su padre—. Queremos hablar con Asha. —Nadie habla con Asha —dijo el que hablaba con Darko. —¿Eres su mono? —indagó Darko jocoso—. Con razón el olor. El hombre recargó el rifle que reposaba junto a sus piernas y lo apuntó. Darko sonrió. Él no le temía a la muerte. A diferencia de sus primos, él si se tomaba en serio las clases de la tía Shaindel. Darko pensó en más de una manera de quitarle el arma y apuntar su frente. El gorila en la puerta, a diferencia de su compañero, era más músculo que cerebro, y ese músculo, aunque asustaba a los turistas perdidos, no fue suficiente para que Darko doblara las rodillas y suplicara por su vida. Dante mantuvo la mirada en el hombre con el rifle, mientras por el rabillo veía al de la escopeta. Dante no era experto desarmando, así que no sería una pelea justa y uno moriría. —¿Qué sucede, mono? —indagó Darko—. ¿No puedes apretar el gatillo? El hombre rozó el gatillo con el índice y lo apuntó por la mirilla. —¡Darko! —interrumpió Dante—. ¡Basta! Darko alzó una ceja y rio. La vida del chico era un circo andante. Al hombre le molestó que se burlara de su incapacidad para dañarlo. Sus órdenes eran mantenerlos con vida si pisaban el bar, y como su prima era inteligente, sabía que irían por ella en pocas horas. El bar estaba advertido sobre ellos, lo que podían hacer y parte de su comportamiento. Nada era una novedad, sin embargo, eso no impidió que el hombre se molestara por el pésimo comportamiento del chico que no tenía ni la mitad de su edad. —Somos primos de Asha —agregó Dante—. Somos los Antonov. —Sé quiénes mierda son —dijo el del rifle—. Ella sabía que vendrían. Darko frotó sus manos para alejar el frío que entumecía sus dedos. —Dile que su profecía se cumplió —dijo él—. Queremos hablar con ella. El del rifle lo mantuvo alzado hacia Darko, quien con un movimiento de manos lo voló en los aires y lo sujetó, apuntando la frente del guardia fornido. Dante agrandó los ojos al ver el limpio movimiento de Darko. Realmente aprendía con la mujer que a Dante no le agradaba. Darko le sonrió justo cuando el de la escopeta le apuntó la cien. Darko lo miró de reojo. —Baja el arma —ordenó. Darko sonrió más amplio, con la mirada furiosa del desarmado. Darko no quería problemas, solo buscaba divertirse, así que, en lugar de descargar el cartucho en el hombre, lo sacó y arrojó a un lado. Impactó el pecho del hombre con su rifle y lo miró de arriba a abajo. ¿Qué ganaba teniendo esa barba poblada, los brazos fornidos y tatuados y un rifle en la mano, si no podía dispararles a los invasores? Dante pensó exactamente igual, lo que los llevó a la conclusión de que Asha no quería que los asesinaran. Ella sabía el valor que tenían para sus tíos, y la guerra que sucedería si los asesinaban. —Una ducha, mono —farfulló Darko al empujarlo por los hombros para entrar al bar—. Dile a Asha que los Antonov están aquí. La razón por la que Dante le contaba sus planes a Darko, era porque por sí solo no lograría lo que su primo hacía. Darko no le temía a la muerte, era divertido, se defendía y encontraba la manera de que ganasen. Dante cavilaba demasiado las cosas antes de hacerlas, lo que era negativo para él. Y siguiendo a Darko, Dante se abrió paso entre los hombres que se miraron. De ser otra clase de familia, sus cadáveres estarían en la puerta. Eran chiquillos, personas sin experiencia, creyendo que realmente le ganarían a uno de ellos. Darko recorrió el lugar con la mirada. Sus ojos azules conocieron las mesas de madera, a los hombres fornidos y tatuados de dudosa procedencia, y a un par de meseras que usaban pantaloncillos tan cortos, que la mitad del trasero quedaba al descubierto. Los muslos de las mujeres estaban tatuados, al igual que su trasero redondeado y firme. Llevaban corpiños cortos y bandejas con bebidas. Dentro del bar olía a cigarrillo, había filas de cocaína en las mesas y los hombres apresaban las cinturas de las baristas para sentarlas sobre sus erecciones. Era un bar de morbo, con un ácido aroma a sudor rancio y sangre. Dante, quien observaba todo como un lugar de depravación en su máximo esplendor, tocó la costilla de Darko con su codo. —¿Por qué te gusta complicarlo todo? —Me conoces. —Darko le robó el vodka a un hombre de una mesa y le sacó el dedo medio antes de arrojar el trago en su boca—. No me gusta lo fácil. Darko dejó el vaso vacío en una de las bandejas de una de las chicas que llevaba un corpiño con la bandera rusa creada con lentejuelas. Darko le sonrió y la chica bajó la mirada. Más que las putas del lugar, parecían chicas sometidas. Darko frunció el ceño, mientras Dante caminaba entre las mesas hasta llegar a la barra alta, donde estaba el maní rancio, las botellas vacías, el licor derramándose sobre la madera y las copas vacías. Era un lugar insalubre, depravado, con chicas hermosas, pero sometidas por alguien. —Esto parece el extracto de una película de gánster. —Las putas son lindas —comentó Darko. Dante miró a las mujeres que se contoneaban. Había aproximadamente siete, con diferente ropa, pero sin el comportamiento sublimado que esperaban. Ahí no existía el empoderamiento, o no a la que Darko le sonrió. —No son putas —refutó Dante después de su estudio—. Son algo más. Dante contaba con el poder de ver más allá. Un comportamiento de ese tipo en un bar como ese, no era normal. Las mujeres estaban tan acostumbradas a ser humilladas, que no bajaban la cabeza, al contrario, aprendían a defenderse. Una de las teorías de Dante era que realmente no eran así, y que ese comportamiento era una máscara, mientras la siguiente teoría era que, para evitar los golpes, los maltratos e incluso el odio que la mayoría de los hombres en esos lugares sentían por el empoderamiento femenino, actuaban como sumisas para que en lugar de golpearlas, las tratasen con fuerza, pero sin llegar a la sumisión dolorosa y sangrienta. Darko las veía como pedazos de carne que podía penetrar por todas partes, pero considerando que la mayoría de esos hombres eran animales salvajes, la probabilidad de que alguno tuviese una obsesión por una de ellas, al punto de asesinar a quien se le acercase, no lo hacía retroceder, lo volvía más interesante. Darko amaba el peligro, y lo que conllevase derramar sangre. Su padre no quería que cometiera sus mismos errores, y que su conteo de asesinatos no fuese en vano, sino por una razón mayor. Darko estaba aburrido, y por eso estaba dispuesto a volarle los sesos al guardia en la puerta. Eso sería lo más interesante que sucedió desde que Asha apareció. —En un bar, luciendo como un maldito ángel. ¿Qué eres si no puta? —preguntó Darko al mirar detrás, donde se encontraba un hombre deslizando su enorme mano velluda entre las piernas de una de las chicas. —Mesera —respondió una pelirroja que sujetó cuatro bocas de cerveza entre sus dedos—, pero gracias por lo de puta. No lo escucho demasiado. Ambos chicos miraron a la chica. Su cabellera era del color del fuego, con enormes ojos azules que proyectaban la luz del bar. Llevaba una franela sin mangas rasgada en el pecho, con la bandera americana y un maldito bastardo timbrado en rojo sobre las estrellas. Era bastante ofensiva, pero su lengua era aun más afilada que las protestas de sus franelas anti americanos. —Dudo que seas mesera —replicó Darko señalando su franela. La chica deslizó el paño sobre la madera y señaló a una de las chicas. —¿Porque luzco como una puta? —le preguntó a Darko. —Exacto. La pelirroja volvió a limpiar la barra, mientras la rubia que la acompañaba en la barra salía con una caja de vodka del depósito. Dante la miró, lucía igual que la pelirroja, sin ropa extravagante ni semen seco en su ropa. —Prefiero servir tragos a que se vengan en mi boca —agregó la pelirroja. —¿Es una propuesta? —indagó Darko—. Estaría encantado. La chica se inclinó sobre la barra y los ojos de Darko fueron a sus pezones. La rubia sirvió dos tragos de vodka y los colocó sobre la barra. —Si alguna vez llegamos a eso, te lo arrancaré con los dientes. —Le deslizó un vaso con dos dedos de vodka en el fondo—. El primero lo paga la casa. La rubia deslizó uno hacia Dante y él lo sujetó en el camino. La rubia, a diferencia de la pelirroja, no comentó nada, y se dispuso a colocar las botellas en la repisa trasera. La pelirroja dejó a la rubia encargada mientras salía un momento a fumar un cigarrillo. Darko la siguió con la mirada, viéndola patear la puerta lateral que daba al exterior. Darko arrojó el trago en su boca e intentó colocarse de pie, cuando Dante le apretó el codo para detenerlo. —Maldición, Darko —gruñó entre dientes—. No. Darko frunció el ceño. —Me retó —replicó—. Esa puta vishnya (cereza) será mía. Dante apretó más la mano en su codo. —Estamos aquí por Koç, no para que te cojas a una mesera. Darko movió el brazo para que Dante lo soltara y le robó el trago de cortesía que no se bebió. Fue difícil que permaneciera sentado. Darko estaba convencido de que la mujer le dijo algo entre líneas, cuando estaba alejado de la verdad. En todos sus años, una mujer jamás le respondió mal, ni se negó a sus encantos. Que ella fuese la primera, era como droga en su sistema. —Qué aburrido eres. Por eso tuve que meter a esa mujer en tu cama hace un año —dijo tan alto que la rubia escuchó—. No puedes siquiera hablar con una. En eso no te pareces a nuestros padres, que sí sabían controlarlas. La rubia estaba de espaldas a ellos, con las manos en las botellas. Realmente no era algo que le importase, pero tenía órdenes que seguir. Y mientras ella escuchaba, los hombres llegaron al despacho de Asha. La mujer regía el lugar con su mano derecha y compañero de cama. El hombre estaba masajeando sus hombros cuando los guardias arribaron para informarle que los rusos estaban en el bar. Asha supo de inmediato que no eran los viejos. Ellos tenían otras maneras de hacerse notar, y no querrían que alguien más los presentara. Si Ignati Antonov estuviese allí, habría derribado la puerta arrojando al guardia apuñalado sobre su mesa. Esa era la reputación de los viejos Antonov; una reputación que los precedería hasta que llegase alguien más cruel, o que el destino confabulara en su contra como veinte años atrás. —¿Así que los Antonov quieren verme? —Están afuera —dijo el hombre de la escopeta—. ¿Los dejo entrar? —No. Iré con ellos. Son mis invitados. Asha movió la mano y el hombre dejó de masajearle los hombros. Yakov era el dueño del bar Nórdicos, y el líder de esa pequeña organización, pero no fue hasta que Asha llegó con su ambición, que Yakov salió de su burbuja de hombre poco ambicioso y aspiró parte del poder de los rusos. Asha llegó en el momento idóneo, no solo para satisfacer sus deseos sexuales y calentar su cama por las noches, sino porque era la juventud y la chispa que Yakov necesitaba. Asha se elevó de la silla, palmeó el pecho de Yakov y los guardias le abrieron la puerta. Asha caminó hacia el bar en la parte delantera del lugar. Cruzó las habitaciones donde se quedaban sus hombres de confianza y apareció en el bar, donde se encontraban los chicos en la barra. —Hola, chicos —saludó Asha con una sonrisa. Dante se elevó y Darko se mantuvo sentado. —¿Así que aquí te escondes? —preguntó Darko. —Por ahora. —Miró a Dante—. ¿A qué debo su agradable visita? Dante miró los guardias en su espalda, al igual que un enorme hombre tatuado de cabello largo y las manos apuñadas. Su prima estaba custodiada. —Queremos saber qué pides para irte —dijo Dante. Asha se acercó a ellos y Dante retrocedió. —¿Vienen a negociar? —indagó Asha. Darko bebió otro trago robado y se levantó, enfrentándola. —Así es. Asha le dio una mirada al chico de cabello azabache y ojos azules. No estaba fornido, ni tenía mirada de asesino, pero sí que era ardiente. —No hay nada que ustedes posean que me interese, o quizá sí. —Asha se acercó un poco más, solo para sentir el calor salir de su cuerpo—. Eres sexi. Darko alzó una ceja. —¿No se supone que somos familia? Asha soltó un suspiro. —Es una lástima —le dijo en tono seductor—. Eres mi tipo. Darko era casi cualquier cosa, menos un incestuoso. Ese era su límite. —¿A qué juegas? —preguntó Dante atrás. —No juego. Quiero lo que me corresponde. —¿Te irás cuando lo obtengas? —preguntó Darko. Asha le miró los labios. —No dije eso —susurró como gatita ronroneando. Darko, a diferencia de Dante, sí iba protegido. —¿Entonces que me impide volarte los sesos ahora mismo? Darko sacó la glock que robó y mantuvo en la cintura de sus pantalones. Apuntó la frente de Asha. No dispararía. Solo quería remarcar que, así como sus padres, ellos también eran poderosos. Asha elevó un poco las manos y todos en el bar sacaron sus armas y los apuntaron a los dos. Dante tragó y miró alrededor. La valentía que lo acompañó cuando buscó la ayuda de Darko, terminó cuando más de veinte personas los apuntaron. —Mis hombres volarán la cabeza de tu primo, y te dejarán con vida para que le digas a tu familia que tu insolencia de niño caprichoso llevó a ese chico a la muerte. —Asha se acercó más al arma—. ¿Quieres eso, niño bonito? Darko miró a Asha. Ella acercó su frente a la boca del arma y sintió el metal frío en su piel. Había más en común entre ellos, de lo que ambos pensaban. El ambiente se tornó tenso, hostil. La pelirroja regresó después de fumarse el cigarrillo y encontró al muchacho apuntando a su jefa. Ella permaneció en la puerta, con la mirada en el chico. Era osado, pero muy estúpido. Los ojos de la pelirroja se hubieran quedado en el chico, de no ser por el estruendo que resonó en la puerta cuando la empujaron hasta derribarla. El polvo de la madera voló, al igual que las astillas, justo cuando dos hombres de traje n***o caminaron sobre los trozos de madera, con pistolas en sus manos. —No apuntes a mi hijo —ordenó Ignati con un rifle en la mano. Asha soltó otro suspiro. Eso se pondría mejor. —Oh. Los viejos Antonov cuidando la espalda de sus hijos —comentó Asha mirando a Adkik, quien llevaba su glock en la mano derecha—. Me recuerdan a mi madre. Era tan buena, que a veces lamento su muerte. Adkik mantuvo la mirada en la chica. —Te di una orden —repitió Ignati. Asha movió la cabeza para que los hombres bajaran las armas. —No coloqué la alfombra roja para recibir al puto Volk de Rusia —comentó jocosa al golpear la mano de su hijo para que bajara el arma—. ¿Alguien me dice por qué tengo a la familia Antonov en mi bar? Adkik, al ver que las armas dejaban de apuntar a sus hijos, bajó la suya. —Necesito tu sangre —comentó al otro lado. —¿De verdad? —Asha miró a Darko—. Tus hijos necesitaban otra cosa. Darko mantuvo el arma en su mano. —Ellos desconocen nuestro negocio —dijo Adkik. Asha dejó a los chicos y se acercó a los viejos. —Amo hablar con un adulto. Es tan excitante. —Asha hizo un ademán con las manos—. Sus hijos sacaron su fuego. Adkik apretó la culata del arma. —Dame la puta sangre, o te la sacaré a puñaladas. —Tranquilo, hombre grande. —Estiró el brazo—. Tómala. Adkik movió la cabeza para que el doctor tomara la muestra. El doctor se mantuvo alejado de la pelea. No era su guerra. Su trabajo solo era la sangre. Dante miró a Ignati y a Adkik. Su padre no estaba con ellos, y eso tampoco era una buena señal. El doctor sacó una jeringa de sangre, y tras guardarla en un tubo de ensayo, Adkik retrocedió dos pasos a la salida. —Nos vamos —dijo Ignati enojado. —Otets (papá) —llamó Darko. —No digas una puta palabra —gruñó Ignati—. Hablaremos en casa. Asha no necesitaba dramas familiares, así que agradeció que se llevasen a sus hijos. Tenían asuntos familiares que resolver, y ella solo era partidaria de que le mostraran los resultados de la prueba. Por esa razón Adkik no compartió la dirección de Asha con nadie, y aun así, sus hijos eran tan obstinados, que pensaban que podrían negociar con una asesina como Asha. —Fue un placer hacer negocios con ustedes —dijo Asha mientras ellos se alejaban—. Cuando regresen, no derriben mi puerta. Solo deben tocar. Ninguno de los mayores miró atrás. El único que miró a un lado fue Darko. Se encontró con los ojos de la pelirroja que veía todo de brazos cruzados. Asha desvió su mirada hacia la pelirroja y movió un dedo hacia el despacho. La pelirroja giró los ojos y la siguió. Ese simple gesto de Darko bastó para que Asha ideara un plan donde no solo se apoderaría de lo que le pertenecía por derecho, sino que quebraría a su familia desde el interior. No todas las mujeres que entraban en su vida eran buenas, ni dispuestas a cambiar por ellos. Algunas solo querían ver el mundo arder y caminar sobre las cenizas de sus enemigos. Darko cometió un error, pero eso no se comparaba en nada con lo que una sola mujer, seducida por el dinero, lo haría hacer por ella.
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