Adkik estaba tan enojado, que no esperó arribar a la mansión para reprenderlos. Su deber como los menores que eran, era seguir su mandato. Ellos apenas comenzaban a conocer el mundo, y creían que, con unas pocas clases y un arma, ganarían las batallas. Su insolencia debía ser castigada.
—¿Qué mierda pensaban que hacían? —preguntó Adkik.
—Ayudar —respondió Darko—. Queremos vengar la muerte de Koç.
—¿Actuando como malditos inmaduros? —gritó Adkik—. Esa malnacida es una asesina que no dudaría en degollarlos para vengarse de nosotros.
Ignati movía una navaja en su mano, a medida que la camioneta se acercaba a la mansión. Viktor se quedó revisando todas las cámaras de seguridad con Adeline. Fue evidente lo que hicieron con el chico que les brindó la información. Los errores siempre serían castigados en una organización criminal. Era poco importante si eran o no familia. Si no se corregía la insolencia, sería un jodido campo de batalla al finalizar el año. Adkik cerró los ojos y apuñó su mano derecha. Sabía que debía controlarse, no podía imitar las reprimendas de Hedeon con ellos, pero en comparación, ellos no cometían esos errores. Hedeon se encargó de imponer autoridad. Él no permitiría que sus hijos se descarrilaran como tren maldito.
—¿De quién fue la puta idea? —preguntó Ignati.
Ignati miró a su hijo. Conocía tan bien a Darko, que sabía que él no fue el responsable de la grandiosa idea. Adkik tuvo que mentirle a Asha para sacarlos de allí. En sus planes no estaba enviar al doctor tan pronto, ni conocer el horripilante lugar donde Asha se quedaba. Esa no era su intención, así como tampoco lo era que sus hijos se colocaran en peligro. Aunque esos chicos no fuesen sus hijos, le dolerían como uno. Su hija tampoco era santa, y tuvo muchos problemas cuando era más chica, pero no llegaba al punto de escaparse para buscar su muerte. Alenka era inteligente, y estaba orgulloso de ella, pero así como no le perdonaba a sus sobrinos hacerlo, tampoco lo haría con ella. Cuando Alenka nació, Adkik se prometió aplicar las mismas reglas contra todos. Sería un maldito como su padre, pero así aprenderían.
Dante mantuvo la mirada en sus manos. No le gustaba acarrear la responsabilidad de sus actos, y era por esa misma razón que siempre llevaba a Darko consigo. Adkik, por una vez, quería que Dante se responsabilizara. En esa parte no se parecía a sus padres. Adkik, mirando a ambos chicos, cansado de esperar por quien se responsabilizaría, golpeó el asiento delantero con su arma. El golpe rozó la mejilla de Dante. Estaban en una camioneta con asientos frontales, donde los cuatro se verían los rostros.
—¿De quién? —gritó Adkik—. ¿De quién fue la puta idea?
Dante respiró profundo. Quizá su hora había llegado. Solo debía decir que fue él, pero a diferencia de Darko, él sí temía las reprimendas.
—Fue mía, Volk. —Se responsabilizó Darko.
Adkik frunció el ceño. Miró a Dante y él le desvió la mirada. Tenía que hacer algo con esos chicos. Su compañerismo de familia los llevaría a la muerte.
—¿En qué demonios pensabas? —le preguntó Adkik a Darko.
—No pensaba.
—Es evidente. —Adkik miró a Ignati de reojo—. Que no se repita, Darko, o me encargaré de que aprendas a mí manera.
Ignati miró a su hijo. Odiaba que no dijera la verdad para cubrir a su primo. Si fuese Levka el patriarca de esa familia, los golpearía hasta que dijeran la verdad. Los rusos intentaban que su familia no fuera la misma mierda de la que huyeron, y sus métodos eran diferentes. El problema era que no funcionaban del todo, y menos cuando su unión era tan grande, que Darko era capaz de dar la vida por Dante, cuando su primo no se defendía ni a él mismo. Era una relación unilateral que tarde o temprano se quebraría.
Cuando la camioneta estacionó en la entrada principal, todos bajaron y tomaron su camino. Los primos se separaron. Darko no estaba enojado; solo decepcionado de que Dante no entendiera que no estaban en una familia convencional, y que cubrirlo era peligroso. Dante quería disculparse con Darko. Fueron tantas veces que sufrió los leves castigos de Ignati por él, que Dante temía que esa complicidad tuviera un final. Ignati por su parte confrontó a su hijo en el ala médica. Darko iba a la armería para dejar la glock, cuando Ignati lo llamó con esa voz fuerte que lo hacía detenerse de inmediato. Darko sacó el arma de su cintura y la elevó. Sabía que la primera pregunta sería si iba protegido, y antes de girar, le dijo que estaba bien.
—No estás bien —gruñó Ignati al quitarle el arma—. ¿Hasta cuándo lo defenderás? Es tu jodido primo, no tu señor para que lo encubras.
Darko giró sobre el piso pulido y confrontó a su padre.
—Dante siempre será el hijo perfecto, papá, mientras Darko es el chico problemático —confesó mirándolo a los ojos—. ¿Cuál es la diferencia de que tome culpas que no me corresponden? Seguiré siendo el malo.
Ignati entendía lo que su hijo sentía. Él también fue considerado el malo de su familia. Era el problemático con las drogas, el obsesivo con las mujeres, el violento con los criminales. El nombre de Ignati era el que más salía de la boca de Hedeon cuando era un niño, pero sí había algo que aprendió a lo largo de los años, era que nadie era bueno ni malo, dependía de cómo los demás te veían. Ante los ojos de sus padres, Darko era un gran hijo. No les daba problemas. Su obsesión por coger era otro tema, pero a diferencia de su padre estaba limpio de las drogas, era el que seguía en combate después de Alenka y estaban orgullosos de él. El problema fue el estigma que él mismo se colocó sobre los hombros cuando la familia descubrió que todo lo que Dante hacía, Darko lo encubría. Incluso Lionetta sabía que su hijo era la mente maestra, pero aunque hablasen con él, Dante no lo afrontaba.
Era injusto que el hijo de Nina sufriera por alguien más, y aunque eso ocasionó problemas en la familia, Lionetta no encontraba la manera de solucionarlo. Incluso Viktor tuvo una intervención con él, con ayuda de Shaindel, y de eso solo nació el odio que Dante sentía por Shaindel porque su hija era honesta y perfecta. Detrás de la majestuosa familia Antonov, había rencor entre los primos por lo que el otro podía hacer. Alenka no era culpable de tener una madre que la quería protegida y haría lo necesario para que lo estuviera. Ella cuidaba de todos por igual, pero no los obligaría a seguir sus reglas ni a aprender algo que no desearan. Dante era así porque lo quería, y no les importaba que lo fuera, mientras Darko no lo apoyara.
—Darko, eres un Antonov —agregó Ignati—. No seremos los mejores seres humanos, pero si tenemos algo en la familia es la honestidad. Adkik ha sido comprensivo y paciente contigo, pero temo que llegue el día en que t castigue no porque quiera, sino para castigar a tu primo.
Darko estaba consciente de ello. Él sabía que el Volk podía enloquecer en cualquier momento y castigarlo frente a Dante hasta que confesara. Y aunque el dolor no era un problema para Darko, lo era que su primo no hiciera nada por él. Esa era la peor parte del problema, no que lo azotaran hasta desmayarse. Ignati le repitió lo que siempre le decía, seguido de los consejos necesarios para que hicieran lo que el Volk quería. Todos eran parte de una enorme familia, y siguiendo las órdenes de esa familia, debían comportarse como personas ejemplares que solo accionarían cuando lo ameritaba.
—Por favor, Darko —suplicó Ignati—. No decepciones a tu madre.
Lo que menos quería era causarle un dolor a Nina. Su madre era un amor de persona, era la causa de adoración de Ignati, y jamás en la vida querría que se decepcionara de él. Si había algo que Darko necesitaba en esa vida, era el amor de su madre. Las mujeres que cogía iban y venían, pero ella sería para siempre. Su amor era lo único que lo mantenía lejos de la demencia.
—No prometo nada, papá —dijo él—. Solo puedo prometer que no volveré a robar un arma, pero necesito que me des una que sea mía.
—¿Necesitas un arma para asesinar a tu prima?
—No. La necesito por protección. —Darko alzó las cejas—. Dijiste que somo Antonov. Y los Antonov siempre estamos en peligro.
No había forma de refutar eso. Parte de sus problemas terminaron cuando la EDANL cayó, pero, en medio de todo, había algo más oculto. Ignati movió la cabeza a la armería. Aunque Adkik era el líder, los hermanos tenían permitido entrar y tomar lo que necesitaran. La armería era enorme, con compartimento para las armas, las granadas, las bazucas, los explosivos, además de una estela de rifles y escopetas. Darko recordó la primera vez que entró. Debía tener diez años. Adkik quería que conocieran lo único que los protegería ante un ataque. Ellos nunca estuvieron ajenos a su naturaleza.
—Elige una —dijo Ignati.
Darko frunció el ceño.
—¿Hablas en serio?
Ignati sujetó una beretta treinta y ocho. Llevaba años sin sujetar una de esas. Lo suyo siempre fueron las navajas y un poco los rifles.
—Solo tienes una oportunidad —agregó Ignati—. Elige inteligente.
Darko eligió una Sig-Sauer P-226, igual a la que su padre tenia cuando surcaban el Mediterráneo. Darko sabía bastante de pistolas por Ignati. EN lugar de contarle cuentos infantiles, le decía con qué tipo de pistola podía asesinar a los animales o personas, dependiendo del alcance. Ignati apretó el hombro de su hijo e intentó quitársela, pero como su entrenadora era una ex espía nivel diez, Darko le quitó el cartucho y la volvió a cargar antes de que Ignati pudiera quitársela. Darko le apuntó el corazón. Ignati sonrió fugazmente. No todo estaba perdido con sus hijos, o no con el suyo.
—Bien. —Ignati movió la cabeza a la salida—. Hora de irnos.
Ignati se quitó el estorboso saco y lo colgó en su hombro, mientras su brazo colgaba del cuello de su único hijo varón. Ignati amaba a sus chicos por igual, Etlana tenía su corazón, pero su orgullo a nivel de matanzas y sangre, estaba en Darko. Ambos salieron de la armería y se cerró con todos los seguros, mientras Adkik arrojaba su corbata sobre la cama. Shaindel salía de la ducha cuando Adkik azotó la puerta y se zafó del saco como si lo quemara.
—¿Qué sucede? —le preguntó Shaindel con la toalla cubriendo su cuerpo.
—Darko.
Shaindel sintió el cabello húmedo en su espalda, a medida que su intuición trabajaba en descubrir que lo fuese que lo acusaban, no era él.
—¿Estás seguro que es él? —indagó Shaindel—. Sabemos cómo son.
Adkik se sentó en la cama para quitarse los malditos zapatos.
—Sé que no es él —dijo—. Las ideas nacen en Dante, pero Darko lo sigue.
Shaindel ajustó la toalla sobre su pecho y se arrodilló para ayudarlo a quitarse los zapatos. Más de veinte años juntos, sufriendo las consecuencias de las guerras, prevaleciendo como los reyes de la mafia, e intentando ser diferentes a las personas que los educaron, los unieron tanto, que se terminó esa línea casi invisible que quedó cuando Shaindel regresó a su vida. Fueron años difíciles en los que Shaindel sentía que no encajaba, o que su lugar no era con Adkik, y no porque no lo quisiera, sino por el trauma del tiempo que estuvo encerrada como una rata, y la secuela de la droga en su sistema.
—Son familia, Adkik —susurró Shaindel—. Se protegerán.
Adkik miró la piel resplandeciente de su krasnaya ledi.
—Tienen nuestra sangre maldita —dijo Adkik.
Shaindel, una vez que le quitó los zapatos, se sentó a su lado en la cama.
—¿Tienes la de ella? —le preguntó.
—Sí. —Adkik comenzó a desabrochar su camisa—. La envié con el doctor.
Shaindel le quitó las manos de los botones y los desabrochó uno por uno.
—¿Vas a alterarla? —le preguntó.
Adkik respiró profundo y miró los ojos grises de su Dama. Shaindel, aun al paso del tiempo, se mantenía como la primera vez que se vieron en ese club. Su cabello era azabache como la primera vez, y aunque sus ojos no eran azules, era preciosa, lo excitaba, y aun lo doblegaba como la última vez.
—No gano nada con eso —comentó Adkik al colocar una mano en el mentón de Shaindel—. Si es familia, veré qué hacer con ella.
Shaindel desprendió todos los botones y sacó la camisa por sus brazos. Así como ella, Adkik mantenía su piel tersa, su mirada intimidante y la virilidad que la humedecía de solo imaginarlo. Sus ojos nunca volvieron a ser iguales, y tenía una leve cicatriz en su rostro, así como las tenues cicatrices de todas las heridas que sufrieron en manos de la agencia, pero cuando lo veía a los ojos, era su Adkik, aquel que la enamoró con su preocupación y que la siguió hasta el fin del mundo para liberarla. Ese amor no mermó ni un día, así como tampoco lo hizo las ansías por sentirse dentro de ella cada noche.
—Adkik, es un riesgo —agregó Shaindel al tocar su pecho con las manos frías—. Si es familia, tendrás un enemigo en la mansión.
—Lo mismo sucedió con Levka —respondió él con el pulgar en el grueso labio inferior de su meduza—. La historia solo se repite.
Adkik colocó una mano en el muslo húmedo de Shaindel y miró sus labios.
—Muero de hambre —susurró.
Shaindel colocó su mano fría detrás de su cuello. El simple toque de su Dama lo tranquilizaba. Shaindel era su medicina, una que necesitaba.
—¿Pido que suban la comida? —indagó.
Adkik adentró su mano bajo la toalla, acercándose al interior de los muslos. Shaindel sintió la adrenalina de su toque, al igual que el cambio en su respiración. No importaban los años. Esa flama jamás se extinguiría.
—No quiero comida —corrigió Adkik—. Tengo hambre de ti.
Adkik acercó sus labios a los de Shaindel y ella apretó su cuello. Cerrando los ojos, sintió esa calurosa lengua en su boca. Adkik soltó sus labios y miró sus ojos. Como amaba a esa mujer. Era todo para él. Era su tentación, su maldición, su bendición. Era la causa de su insomnio, y la tranquilidad en su sueño. Shaindel era la mujer por la que degollaría a toda Rusia.
—¿Quieres liberar estrés? —preguntó ella en un susurro sobre sus labios.
Adkik tiró del nudo de la toalla, descubriendo su precioso cuerpo.
—Contigo lo quiero todo —gruñó al empujarla contra la cama.
Shaindel elevó su cuerpo para que Adkik arrastrara la toalla y la estampara contra el suelo. Arrastró sus piernas hasta el borde de la cama y las colgó en su cuello. Shaindel colocó los codos sobre la cama para observar como su hombre lamía desde el principio de su v****a húmeda hasta el final de su clítoris. Su piel rosa y palpitante vibró ante la primera lamida. La lengua áspera de Adkik erizó el vello de Shaindel, inyectó de sangre sus pezones y la hizo arquear un poco la espalda. Quería verlo. Se excitaba al ver como su hombre se maravillaba de sus fluidos y deslizaba su lengua con más vehemencia sobre su clítoris. Adkik apresó sus piernas para inmovilizarla, a medida que su lengua se movía con mas rapidez, tirando de sus labios y besando el interior de sus muslos cuando lo suplía con su pulgar. Su grueso pulgar pulsaba su clítoris, mientras su lengua jugaba con su abertura.
—Nunca me cansaré de ti —susurró antes de lamer con rapidez.
Shaindel se retorcía sobre la cama, con los gemidos guturales atrapados en su garganta. Su cabello humedeció las sábanas, a medida que la dureza en el pantalón de Adkik apretaba su ropa interior. Lamió, hizo círculos con la punta de su lengua. Con cada círculo en su clítoris, Shaindel soltaba un gemido bajo que Adkik no quería parar de escuchar. Podía morir en ese momento, con su lengua sobre el clítoris de la mujer que amaba. Shaindel clavó y arrastró las uñas por la cama. Su estómago subía y bajaba con rapidez. Sus pies se arrastraron por la espalda de Adkik y cerró los ojos para concentrarse en el delirio que su amado le producía, Adkik estiró una mano para apretar uno de sus pezones, mientras sus otros dedos bordeaban su entrada empapada por él. La cintura de Shaindel se movía contra su boca y la excitación terminó cuando el orgasmo explotó en la boca de Adkik. El ruso lamió hasta la última gota, empujó su cuerpo al interior de la cama y bajó sus piernas de su hombro. Contempló el rubor en las mejillas de su Dama.
Adkik se despojó de la ropa que lo cubría y abrió las piernas de su Dama. Shaindel, antes de que él se cerniera sobre ella, se elevó sobre sus rodillas y acercó su boca a la de Adkik. Se saboreó en su lengua, mientras con su mano derecha trabajó la dureza del ruso. Su pene palpitaba por ella, por hundirse en esa humedad trabajada. Shaindel despegó sus labios de un Adkik que ansiaba que ella bajara por su pecho. La mujer sabía cómo complacerlo, así que, deslizando su lengua por su torso desnudo, llegó hasta su endurecido pene. Shaindel elevó la mirada, y con una sonrisa demoniaca, lamió sus labios y besó la punta goteante. Adkik soltó un leve gemido y movió su cadera tan solo un poco. Shaindel abrió un poco más la boca y hundió el enorme trozo de carne en su boca. Sintió las venas, la dureza y la necesidad de cogerla cuando sujetando su cabello, la hizo moverse a su ritmo. Su boca húmeda y tibia, fue perfecta para penetrar hasta la garganta de su amada Dama.
Shaindel llevó sus dedos a su v****a goteante y frotó su clítoris. Se sentía tan resbaladizo y sensible, que si tocaba demasiado, reventaría el segundo orgasmo. La humedecía tanto ver el rostro fruncido y orgásmico del ruso, que frotó con fuerza su clítoris hasta sentir que sus rodillas no la sostendrían. Adkik la penetró con fuerza, sin descansar. Sería el cielo acabar en su boca y verla lamer todo su pene, pero quería sentirse dentro de ella. Shaindel trabajó su pene con su lengua, enredándose en la punta y lamiendo hasta la raíz. Sus ojos no se humedecieron, su garganta no se trancó y las náuseas no surgieron. Adkik, sintiendo la lengua que lo llevaba al orgasmo, buscarlo, sujetó sus hombros y retrocedió para salir de ella. Shaindel se inclinó hacia adelante, trabajando en su orgasmo. Él la vio continuar, con la mirada en él. No la detuvo, no la ayudó. La dejó divertirse mientras él era el espectador.
Los pezones de Shaindel estaban endurecidos, sus labios rosados y sus mejillas tan rojas como dos manzanas. Shaindel arrastró sus dedos hasta la entrada de su v****a. Adkik, al ver el cambio en el movimiento de su mano, sujetó su muñeca y elevó sus dedos. La lujuria y la excitación colgaba transparente entre sus dedos. Adkik los llevó a su boca y saboreó una vez más la delicia de su meduza. Ella, ansiosa, tiró de sus labios para devorar su boca y arrastrarlo a la cama, sin embargo, Adkik la giró sobre sus piernas y le colocó el rostro contra la cama. Su trasero rosado estuvo alzado, sus piernas abiertas y su v****a resplandeciente como el mar. Adkik lamió una vez más, apretó su trasero con ambas manos y palmeó. Shaindel gimió, con las manos apretadas a las sábanas. Adkik lo repitió hasta ver su piel rosada y sensible. Cuando vio que estaba tan excitada que una gota cayó sobre la cama, separó sus muslos y la penetró. Shaindel soltó el aire seguido de un gemido más alto. Adkik se mantuvo cinco segundos estáticos, sintiendo su húmeda, caliente y apretada v****a rosada. Quería cogerla tan fuerte, que la simple idea lo hacía palpitar en su interior. Shaindel se sintió llena, completa, amada, cuando él se empujó dos veces hasta el fondo, sintiendo como la humedad llenaba su pene. Estaba tan resbaladiza, que cuando las embestidas se hicieron constantes, se escuchaba el chapoteo entre ambos. Adkik colocó las manos de Shaindel en su espalda y la hizo pegar el pecho a la cama. Shaindel mordió la sábana cuando Adkik frotó su clítoris con fuerza y mantuvo el ritmo de las embestidas. Una ligera capa de sudor cubrió la espalda de su Dama, la frente de Adkik y el pecho de ambos. El calor era infernal, la excitación estratosférica, y si morían en ese momento, agonizarían felices.
Cada nervio de sus cuerpos respondía al otro, sus respiraciones se sincronizaron, y no quedaron más que dos cuerpos calientes goteando por el otro, ansioso por el otro, sediento del sudor que brotaba de su piel. Estrellarse en la piel de su Dama, fue el delirio para Adkik. Apretó más sus muñecas y trabajó su clítoris hasta detenerse. Quería que ambos terminaran al mismo tiempo, como la pareja de controladores que eran. Shaindel mordió la sábana y se inclinó lo suficiente para que Adkik empujara hasta el fondo. Las embestidas rápidas lo cansaban, pero no cesaría hasta complacer a su Dama. Y con el corazón en la garganta, Adkik se derramó justo cuando ella soltó su orgasmo. Adkik le soltó las manos con su respiración agitada y besó su columna hasta el cuello. Shaindel estaba agotada en la cama. No era nada similar a la juventud. En ese entonces eran vigorosos y no se agotaban. Los años cobraban factura, y aunque quisieran pasar toda la noche cogiendo como animales, estaban en una edad donde el descanso era obligatorio.
Adkik sujetó la cintura de Shaindel y la giró. Todo su cuerpo estaba rojo, sus mejillas eran hermosas y una sonrisa iluminaba su rostro. Adkik se desplomó a su lado y la colocó de costado para masajear su trasero. La mano de Shaindel fue hasta su pecho húmedo y frotó su nariz en su mentón.
—Lo haces bien, Adkik —susurró—. Solo debes soportarlo un poco más.
Adkik masajeó su trasero y arrastró sus dedos hasta su cuello.
—A veces siento que no soy el líder correcto.
Shaindel lo miró y acarició su mejilla.
—Eres el líder que necesitamos, y el hombre que amo. —Adkik le quitó el cabello del pecho y acarició su mejilla con el pulgar—. Te amo, Adkik.
Adkik le sonrió; esa jodida sonrisa que solo ella evocaba.
—Ya lyublyu tebya, meduza (te amo, medusa) —farfulló con la mirada en sus ojos—. Moye serdtse vsegda budet tvoim (mi corazón siempre será tuyo).
Shaindel se inclinó para besarlo y fundirse en él una vez más. ¿Qué persona cuerda habría imaginado que esa relación tenía futuro? Un criminal buscado por múltiples delitos, y la mujer que fue enviada para asesinarlo. Una historia diferente que pasaría a la posteridad; un amor que su hija deseaba, pero no llegaría a ella en la misma manera, ni con la misma condición.