Darko, tras guardar el arma en la mesa junto a su cama, bajó las escaleras. Darko pensó que su recorrido de preguntas y personas que le dirían que actuó mal mintiendo terminaría, pero no fue así. Antes de colocar el pie en el piso inferior, Alenka golpeó su pecho con fuerza. El aire brotó de su boca como la exhalada del humo del cigarrillo. Dolió un poco. Shaindel fue dura en su entrenamiento, por lo que el dolor no era algo que lo doblase.
—¿Qué demonios te cruzó por la cabeza? —gritó ella—. ¡Estás loco!
Sabía que se refería a la idea de ir al bar Nórdicos con el cobarde de Dante.
—Teníamos un plan —sollozó Darko al enderezarse.
—No. Dante tenía un plan y tú lo seguiste.
Darko sujetó la muñeca de Alenka y la llevó por el corredor hasta el gimnasio donde entrenaban. El lugar fue fabricado con paredes que aislaban el ruido. Adkik lo agrandó cuando Alenka cumplió diez años. Quería que pudieran entrenar desde tiro hasta fuerza dentro de la mansión. Era el doble de grande, con un cuarto de tiro y una habitación de simulación para su entrenamiento de combate. Era el lugar idóneo para todos los chicos, pero quienes lo aprovechaban al máximo, eran los que discutían por la idea de Dante. Darko estaba consciente de que no actuó como los viejos lo harían, pero eso no significaba que no pudiera acabar con un par de delincuentes.
—¿Sabes lo que mi padre hará? —le preguntó Alenka—. Contratará protección para nosotros, y no serán sus perros, será protección externa.
Darko giró y colocó las manos en su cadera.
—No pueden con nosotros.
Alenka miró las lanzas con las que practicaban.
—Yo puedo contigo —dijo ella.
Darko amaba que su prima favorita lo retara. De todos, ellos eran los más unidos. Había un vínculo fraternal más fuerte que la sangre. Darko era la chispa vibrante que incendiaba su vida cuando los días eran oscuros, y Alenka lo mantenía lejos de los problemas. Darko tenía una extraña relación con su hermana, pero eso no significaba que no la quería. El asunto era que en cuestiones de combate, de complicidad y audacia, Alenka era mejor.
—¿Es un reto? —indagó Darko.
Alenka retiró una lanza de la repisa de metal y la impactó contra el suelo.
—Por supuesto.
Darko también quitó la suya. No era tan diestro como habría querido, y por ello Alenka le permitió asestar el primer golpe. Intentó derribarla arrastrando la lanza de metal por el suelo e impactando sus pies. Alenka se alzó y cayó, empujando la punta sin filo contra el estómago de su primo. Darko sonrió y se impulsó hacia ella. Alenka sintió el filo en sus costillas justo cuando giró y usó la técnica de él para derribarlo. Darko se sostuvo antes de caer y volvió a asestar. Alenka maniobró la lanza y peleó con él. Movían sus pies hacia adelante y hacia atrás, como un duelo de esgrima. Shaindel los quería preparados para que pudieran enfrentarse a cualquier persona que buscase derribarlos. Le enseñó defensa personal, control, ataque a distancia, cuerpo a cuerpo y ataque sistemático. Y Alenka, con la genética de una espía, agredió con más fuerza a Darko hasta llevarlo al límite donde soltó la lanza.
Darko se protegió creando una equis con sus brazos, cubriendo el rostro que las chicas adoraban. Alenka mantuvo la lanza a centímetro de su piel. Respiraba agitada. La chica, aunque era la menor de todos, sabía más que el resto. Ni Shaindel ni Adkik la presionaban para que aprendiera. La mayor parte de su disposición para hacerlo nació cuando desde niña veía a su madre pelear con su padre en sus entrenamientos. La misma fascinación que Nina desarrolló con Shaindel, Alenka lo tuvo por su madre. Ella pensaba que nadie podría lastimarla, y se esforzó tanto en ser como ella, que se acercaba a ser catalogada una espía nivel siete, si estuviesen dentro de la EDANL.
—Eres una maldita niña consentida por una espía —gruñó Darko.
—Y tu un maldito idiota que no practica lo suficiente.
Darko le sonrió, se impulsó con las piernas para saltar y aterrizó sobre sus pies. Comparados con jóvenes ordinarios, lo que sabían era grado militar, pero dentro de una organización criminal, estaban tan verdes como un pepino. Alenka elevó la lanza de Darko con la punta de su zapato y la atrapó en el aire. Darko rodó los ojos. Alenka amaba fanfarronear con todo lo aprendido. Era bueno porque eso le demostraba a los demás que ella era superior en ese sentido, pero Darko, como su confidente, sabía cosas de ella que la colocarían por debajo de él, si sus perfectos padres se enterasen.
—¿Cuándo llega la protección? —preguntó Darko.
—No lo sé. —Alenka dejó las lanzas en su lugar y le arrojó una botella de agua de la máquina en el gimnasio—. Solo sé que algunos son extranjeros.
—¿Americanos? —Alenka alzó los hombros—. ¿Me pondrán una mujer?
Alenka destapó la botella. Adkik, ni drogado, le colocaría una mujer como escolta a Darko. Ninguna merecía sufrir el coqueteo del chico.
—Sigue soñando —dijo después de arrojar un sorbo en su boca.
Darko arrojó el agua desde arriba, con una separación entre su boca y la botella. Si había algo de lo que Darko se enorgullecía, era de su apetito s****l. No se cansaba. De ser su elección, tendría a una mujer viviendo en una de las habitaciones de la mansión como su juguete s****l. Por supuesto ni Ignati ni Adkik estaban de acuerdo con ello. El que tuviesen putas marcadas en sus cruceros, no justificaba que Darko tuviese las suyas, además, el depravado que le colocaba nombres numéricos a las mujeres que mantenía a base de cocaína, era Levka. Cuando Adkik tomó el poder, eso no existía. Levka las asesinó cuando eligió a Sienna, y fue algo erradicado, así que no existía ni la mínima posibilidad de que Darko tuviese una puta personal.
—Soy irresistible, printsessa (princesa) —agregó Darko al terminar su botella—. Si me colocan una mujer, sería la chica más feliz en este lugar.
—No me incluyas en tu lista de infelicidad.
—Por supuesto que no. —Darko se inclinó para susurrarle en el oído—. Conozco tu oscuro secreto. Cada noche eres más que feliz.
Alenka retrocedió un paso para mirarlo.
—Ni una palabra, o esa lanza estará en tu boca —amenazó Alenka.
Darko retrocedió con una sonrisa.
—Tranquila printsessa. —Cerró su boca con sus dedos y arrojó la llave imaginaria al piso—. Tu orgásmico secreto esta a salvo conmigo.
Alenka lo amenazó. Ese era su único secreto, uno capaz de provocar odio en su padre y un poco de decepción en su madre. Ellos querían lo mejor para ella, y lo que hacía, no era exactamente lo mejor. Alenka dejó el salón y se preparó para lo que sería una de sus noches de pecado con ese alguien especial que no esperaba que entrase en su vida, pero llegó a conmocionar. Y mientras ella se miraba en el espejo de su habitación, el doctor le entregó la prueba de ADN a Adkik. Después de su tarde de sexo, sudor y orgasmos, Adkik regresó a su despacho, donde recibió el sobre con el resultado.
—¿Tienes el resultado de la prueba? —le preguntó Adkik.
—Así es.
El hombre de avanzada edad tendió el resultado ante él. La tecnología médica avanzó tanto en esos veinte años, que con el equipo que costaba más que medio arsenal de armas, no tenían que esperar siete ni diez días por el resultado. El mismo día podían tenerlo en sus manos. El doctor esperó que Adkik, con una navaja, rasgara el sobre. Adkik revisó la hoja, al igual que el resultado. Apretó la hoja con fuerza y miró el escritorio.
—Maldita sea —susurró antes de soltar una más alta—. ¡Maldición!
Adkik elevó la mirada al doctor. El hombre sabía que no actuaría contra él.
—¿Esta seguro? —preguntó Adkik.
—Hice la prueba en persona.
Adkik cerró los ojos, respiró profundo, clavó la navaja en la caoba del escritorio y tiró de su saco en el espaldar de la silla. Le agradeció al doctor y abrió la puerta, encontrándose con Shaindel. Shaindel fue quien preguntó por el resultado primero. El instinto de espía no la soltaba. Ella continuaba rondándolo todo, vigilando, observando. El ser espía jamás la dejaría.
—Iré contigo —le dijo.
—No.
Adkik intentó franquear a su lado, pero Shaindel colocó el brazo en el umbral. No solo era su acompañante en la mesa, ni la mujer que penetraba en la cama. Era su compañera de vida, aquella que eligió incluso antes de que ella lo eligiera como el hombre con el que pasaría el resto de su vida.
—Soy tu Dama. Iré contigo.
Adkik sabía que no había pelea con Shaindel que pudiera ganar. Amaba que ella se preocupara por él al punto de sentirse poderoso con ella a su lado. Adkik la amaba tanto, que era imposible decir no a lo que la mujer desease. Y sin deseos de pelear con ella, Adkik señaló el pasillo para que ella caminase primero. Adkik apretó y palmeó el apretado trasero que Shaindel embutió en un pantalón de cuero. Ella entrelazó sus dedos y lo miró a los ojos.
—Estaremos bien. —Le sonrió—. Cuidaré tu espalda.
Eso solo significaba que Shaindel no quería que llevaran hombres. Aunque no conocía a Asha como a sus sobrinos, había algo en ella que le aseguraba a Shaindel que la chica solo buscaba protección de la familia Antonov, así como el cobijo y el dinero que no tuvo cuando era una niña. Asha solo quería pertenecer, aunque la forma en la que quiso hacerlo, no era la correcta.
—Esto debe ser una jodida broma —dijo Asha cuando uno de los guardias en la puerta le comentó que de nuevo estaban allí—. ¿Otra vez?
El hombre le dijo que solo era Adkik y su Dama. Asha se vistió rápido, se peinó hacia atrás y dejó a Yakov en la cama, con el cuerpo desnudo. Asha se encaminó al interior del bar. Estaba vacío comparado con la cantidad de hombres tatuados que estaban bebiendo vodka cuando Adkik derribó su puerta. Asha ordenó que colocasen una nueva. Adkik la miró cuando salió. Asha miró a Shaindel. La mujer era bendecida con el don de la belleza. Era tan sexi que hasta a ella le revoloteaba las hormonas. Asha experimentó un poco años atrás, y aunque prefería a los hombres, Shaindel era como un gusto culposo. Asha miró a Adkik, quien sacó un sobre de su bolsillo.
—¿Qué es? —preguntó ella cuando él lo extendió—. Si es un aviso de desalojo porque compraste el lugar, no me iré, querido tío.
Adkik no respondió a su comentario infantil. Asha, después de soltar el aire, sujetó el sobre y extrajo la hoja. Le marcó el positivo con la sangre que el doctor guardaba de los rusos. Asha sonrió y rompió la prueba por la mitad. Era una Antonov. No era una impostora que quería su dinero.
—¿Sigues dudándolo? —preguntó Asha.
Adkik, quien le pidió a Cataha que fuese un mal chiste, tuvo que afrontar la realidad. Por más que quisiera asesinarla, tenía la edad de sus hijos. Podía ver rasgos de Levka en ella, quien aunque fue un gran asesino, era parte de su sem’ya. Adkik hubiese preferido que no fuesen familia. Así habría enviado a uno de sus perros a que hiciera el trabajo sucio y se deshiciera del cadáver, pero al comprobar que llevaba su sangre, asesinarla sería como colocar a uno de sus hijos frente a un pelotón y pedirles que les agujeraran el cuerpo a disparos. Adkik no tenía corazón para asesinarla, aun cuando ella decapitó a Koç sin la menor compasión. Adkik tenía un debate interno; debate que Shaindel entendía, pero a diferencia de él, ella si podría asesinarla.
Aun después de veinte años, por las venas de Shaindel corría sangre mercenaria que solo aumentó cuando decidió ser la koroleva de esa organización. Si Adkik le pedía asesinarla, lo haría, pero en contra de sus mandatos, no atentaría contra su vida. Lo que haría sería darle un mensaje lo bastante contundente como para que pensara dos veces sus decisiones.
—¿Qué quieres, Asha? —indagó Adkik.
—Tengo enemigos que quiero destruir —le dijo después de arrojar el papel al suelo y girar para que la pelirroja le diera un trago —. Quiero a tus hombres para acabar con un enemigo que me molesta la existencia.
Adkik la miró arrojar un trago de vodka en su boca.
—¿Es todo?
—No. —Negó con el vaso en la mano—. Gobernaré como uno de ustedes. No como sus hijos que son unos inútiles, como los grandes, los líderes. Me sentaré en su mesa, y sabré todo lo que saben los grandes.
Shaindel dio un paso en su dirección.
—No te dejaré entrar a mi mansión.
Asha miró a Adkik por encima de su hombro.
—No lo necesito. Con el dinero que me otorgó mi sangre, haré la mía.
Shaindel estiró la mano para quitarle el trago de vodka que la pelirroja rellenó en el vaso. Shaindel arrojó el trago en su boca y partió el shot con la mano. Asha se asombró un poco de la fuerza que tenía, y el poco dolor que sentía. Ni porque el vidrio se incrustó en su palma, Shaindel le quitó la mirada. Asha entendió el mensaje. Así como ese vaso, Shaindel sería capaz de romperle el cuello si se atrevía a pisar terreno falso. No necesitó que lo tradujeran. Quedó bastante claro cuando colocó la palma húmeda de sangre en su franela sin mangas. Asha no le bajó la mirada. La intimidaba, pero no le daría el gusto de que sintiera como su corazón palpitaba de prisa.
—Quiero que te mantengas alejada de nuestros hijos —dijo Shaindel.
Asha le quitó la mano de su pecho al sujetarla por la muñeca.
—Una madre molesta —comentó Asha con el ceño fruncido.
Shaindel, al Asha sujetar su mano derecha, colocó la navaja que mantenía en la cintura de su pantalón, sobre la joven garganta de su sobrina.
—Soy una puta madre protectora —dijo Shaindel con la mirada en los ojos azules de la asesina—. Dime si el mensaje fue bastante claro.
Asha movió la garganta para tragar. Shaindel, tras esperar dos segundos que ella respondiera, hundió el filo en su piel y un hilo de sangre bajó por su escote. Sin protección adicional en el bar, la pelirroja colocó un arma sobre la barra, justo cuando Adkik la apuntó con su pistola. Estaba sola, y si Shaindel lo quería, la habría degollado antes de que pudiera respirar.
—¿Quedó claro?
—Sí. —Shaindel hundió un poco más—. ¡Sí!
Shaindel le quitó la navaja, limpió la sangre con su lengua al deslizarla por la hoja filosa y volvió a guardarla en su pantalón. La forma ardiente y apasionada con la que Shaindel defendía a su familia como una leona, lo excitaba tanto, que Adkik la cogería en el auto. Shaindel miró a la pelirroja. La chica mantenía la mano en el arma. Era una niña, quizá menor que Asha.
—Guárdala. Apuesto que no sabes usarla. —Shaindel regresó la mirada a Asha, que para no mostrar debilidad, no se tocó el cuello—. Nos vamos.
Shaindel giró con tanta seguridad de que no le dispararían por la espalda, que la pelirroja se asombró de la valentía de la mujer. La Dama del Volk no solo era mil veces más bella de lo que decían, sino que era peligrosa, indomable y una fiera cuando tocaban a su familia. Shaindel era una asesina tal como las historias lo contaban, pero ajeno a que era inmensamente peligrosa, lo era el doble cuando colocaban a su familia en peligro. Shaindel habría asesinado a todos en ese jodido bar con la navaja que guardaba en su pantalón. Los años no la ralentizaron. La tornaron cien veces más letal.
Esa noche, cuando regresaron a casa, cenaron y cada uno fue a su habitación, Alenka se escapó como cada noche. Era un ritual que seguía después de conocer al hombre con el que perdió su virginidad. Era un sobaki experimentado de su padre. Tenía más de treinta años, era fornido, cubierto de tatuajes y con un pene endurecido que no flaqueaba cuando ella se desabrochaba la blusa. Esa aventura era una locura. Él era de una casta inferior a la que ostentaba la princesa de la mafia, eso sin mencionar que su padre alejaba a todos los hombres que intentaban cortejarla. Fue tanta la presión, que cuando Alenka conoció a Shurik, su corazón vibró. Él supo como engañar al sistema, a sus hombres y a su jefe, pero la suerte no sería eterna.
Asha bordeó el bosque lleno de nieve hasta una pequeña cabaña que Adkik autorizó que fabricaran en el interior de la zona boscosa para protegerse en temporadas de inviernos duros. El hombre se encontraba en el interior cuando ella tocó la puerta tres veces. Fue tanta la aventura y la obsesión, que tenían un código, y aunque esa relación solo tenía un par de meses, bastó para que él imaginase que el gran Adkik Antonov lo aceptaría en su sem’ya.
—¿Revisaste como te enseñé? —indagó él en la sombra.
—Soy hija del Volk de esta organización, sé a dónde debo mirar.
El hombre salió de la sombra a la única luz encendida dentro de una cabaña que solo contaba con una silla, una mesa y varias linternas, un foco y velas, además del armamento de los hombres que vigilaban con él. Esa noche, como las anteriores, les dijo que él se haría cargo, que se resguardaran en la base. Ese perímetro lo vigilaban cuatro personas que tenían tan poco coeficiente, que pensaron que Shurik se quedaba vigilando solo. El corazón de Shurik se aceleró cuando ella se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. No llevaba nada más que un ligero fino que contornaba sus muslos ejercitados. Era tan sexi, tan joven y seductora, que lo enloquecía.
—¿Sabes que mi padre te mataría si nos encontrase? —preguntó ella inclinándose hacia él, con las manos en su pecho acelerado—. Si mi padre se entera de nuestra aventura, te arrancará el corazón con las manos.
Él apretó la parte trasera de su cuello y elevó su barbilla. Llevó una mano a su trasero y separó para adentrar sus dedos. Alenka gimió leve cuando él descendió hasta llegar a la entrada de su v****a. Shurik tiró de su labio inferior y rozó su entrada con el dedo humedecido con su excitación.
—Conozco a tu padre y lo que es capaz de hacer, pero tú vales el riesgo.
Alenka lo empujó hasta la pared donde la oscuridad los arropaba.
—Pruébalo —susurró sobre sus labios separados—. Demuéstrame que vale la pena el castigo que tendré por fugarme de la mansión.
Shurik se apoderó de sus labios. Introdujo sus dedos en el cabello y apresó su cabeza. Jugó con su entrada, hasta que decidió introducir un dedo. Alenka gimió más fuerte y comenzó a deshacerse de su ropa. Amaba coger con ese hombre más experimentado. Amaba sentir el duro m*****o en su interior, que él apretara sus senos, mordiera y chupara sus pezones, la azotara para que cabalgara más rápido sobre sus muslos y tirara de su cabello para que su pene rozara su garganta. Amaba sentir su lengua en su clítoris, sus dedos frotando su sexo. Amaba que la hiciera gritar en su boca, que la hiciera romper como una fuente y que la dejara temblorosa. Alenka no tenía persona con que comparar el sexo, pero ese se sentía como la gloria.
Cuando él la acostaba en el suelo, elevaba sus piernas por encima de sus hombros y devoraba su clítoris, Alenka se sentía en el puto cielo. Cuando sus piernas temblaban y no la sostenían, era su jodido éxtasis. Ella apresaba su cuello cuando lo domaba. Hacía círculos sobre su endurecido pene y apretaba más su garganta. Alenka se inclinaba un poco hacia adelante, colocaba ambas manos en su cuello y rozaba su vientre con el suyo. Cuando se elevaba sin sacarlo, y volvía a bajar lento, Shurik gemía. La piel de su vientre rozaba su clítoris, mientras lento, constante, lo llevaba al orgasmo. Apretaba su m*****o cuando entraba, que Shurik, quien tenía experiencia, nunca antes se sintió tan glorioso con una mujer como con esa niña diez años menor.
No se arrepentía de la tarde cuando la encontró dentro de su cabaña, sentada en la única silla que tenían, con la mano dentro de su pantalón. Alenka siempre lo veía desde lejos, y era tan sexi, que su ropa interior se mojaba. Le gustaba masturbarse pensando en él. Y esa tarde que él la encontró, ella lo hizo con la intención de que él la cogiera. Estaba cansada de ser espectadora, quería saber lo que se sentía. Esa tarde fue la primera vez que tuvo la lengua de un hombree entre sus piernas y un pene en su boca rosada. Fue la primera vez que la cogieron y la llevaron a un jodido orgasmo, y desde entonces, las noches que no cogían, ella se masturbaba pensando en él. Era casi una enfermedad, pero después de probar el sexo, no quería parar.
Alenka llegó a robarle un dildo y un vibrador a su primo, quien compraba por docenas. Alenka le colocaba el seguro a su puerta, se acostaba boca arriba, completamente desnuda, abría sus piernas, rozaba sus pezones con el vibrador y sentía de inmediato como su v****a se mojaba sin siquiera pensar en él, y cuando pensaba en él, el orgasmo empapaba las sábanas. Amaba como se sentían sus dedos resbaladizos sobre su sexo, y la fricción sobre el clítoris. Era algo que amaba con tanta intensidad, que cuando escuchaba a su primo cogiendo, se mojaba. Alenka pensó que quizás era una enfermedad, pero todos en su familia estaban enfermos. No eran una familia común.
Shurik sintió su pene tan duro cuando ella se arrodilló para llevarlo a su boca, que se vino en su garganta en menos de un minuto. Fue rápido, pero verla con ese liguero, con los pezones endurecidos y la humedad que bajaba por sus muslos, lo enloqueció. Su tiempo era contado, pero mientras pudiera arrancarle gemidos en su nombre, podría esperar la muerte sonriendo. Lo que Shurik hacía con la princesa del Volk, lo llevaría a la horca, pero si la horca se sentía un porciento como ella cuando lamía sus labios después de correrse en su boca, la aceptaría con los brazos abiertos. Pero para su desgracia, Adkik no cobraba venganza asesinando. Él lo haría arrepentirse de vivir.