—Oh, no hay nada que yo no esté dispuesto a hacer por las mujeres. ¡Deme tan solo una oportunidad y lo verá! Olive permaneció un momento en silencio. —Quiero decir… —añadió—, quiero saber si siente usted simpatía por nuestro sexo, o se trata de un interés especial en la señorita Tarrant. —Bueno, la simpatía es la simpatía… es todo lo que puedo decirle. La tengo por la señorita Verena y por todas las demás, excepción hecha de las damas corresponsales —añadió el joven, con una jocosidad que, como pronto advirtió, era un desperdicio con la amiga de Verena. Tampoco tuvo más éxito cuando añadió—: También la tengo por usted, señorita Chancellor. Olive se puso de pie, aunque con dudas; quería marcharse, y sin embargo no podía dejar que explotaran a Verena, como sintió que ocurriría, después d