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3008 Words
La alarma de mi teléfono suena avisándome que empezó un nuevo día, observo el techo de mi habitación por unos momentos imaginando todas las cosas que quiero y que aún no he logrado. Tengo muchos planes, tantos que por ahí me da la sensación de estar soñando mucho despierto y me preocupa.     El silencio de mi casa me avisa, al igual que todos los días, que sigo solo, no solo por elección, sino porque no encuentro una persona adecuada para mí en estos momentos. Intente en más de una ocasión conocer algunas mujeres, pero al igual que otras veces ninguna llamo mi atención, a todas les faltaba algo o le sobraba de todo.     Ojo, para mí las mujeres eran seres excepcionales a los cuales había que cuidar y amar, según mis amigos, era demasiado exigente con mis gustos, para ellos lo mío era puro capricho, pero mis pensamientos iban más allá de eso. No buscaba grandes cosas en mi compañera de vida, solo me centraba en lo básico.     Quería una mujer que quisiera a mi familia, que me comprendiera, aceptara mi carácter y no le molestara mi poco vínculo afectivo y social. Porque era una realidad mi problema con las relaciones humanas. Nicole en su momento se lo explico perfectamente a mi madre, me costaba formal lazos con las persona, se me complicaba entender su humor, pero una vez que me acostumbraba a ellos, podía dialogar sin ningún problema e incluso bromear.     Me cambio el pijama por mi ropa deportiva, creo que hoy además de correr pasare por el gimnasio, dejo mis cosas en casa y emprendo mi viaje a las calles de Seattle, el cielo está despejado y las calles comienzan a tener personas. Troto por las vías tratando de despejar mi mente, la rueda la fortuna se ve a lo lejos al igual que space needle, apuro mi paso y me concentro en mi respiración.     Mi padre me inculco la costumbre de hacer actividad física, según él, ayuda para muchas más cosas que el estrés y tiene razón, iba más allá de lo que decían los libros, o los psicólogos, correr, hacer deportes o solo ir al gimnasio te conectaba con algo más que solo buena salud. Todavía no lograba descubrir qué, pero cada vez que lo hacía me sentía menos pesimista y más yo.     No era malo ser yo, al contrario, creo que tengo mi encanto en algunos aspectos, pero seguía siendo odioso en otros. Era una persona dulce por momentos, digo por momentos porque siempre que podía arruinaba ese momento con sarcasmo.   Paso exactamente dos horas hasta que volví a casa. Mi camiseta estaba toda transpirada y mis muslos tensos, saludé al portero del edificio y subí en busca de un buen baño.   -          ¡Mierda! – observe la pantalla de mi teléfono mientras el agua se calentaba - ¡Mierda!     Tenía exactamente veintiocho llamas perdidas, cincuenta mensajes y diez correos de voz. La mayoría pertenecían a mi hermana y madre, otro era George y por último mi padre, no era en si la cantidad de llamadas, era lo que conllevaba no atenderlas. -          Hola mamá – salude tranquilo mientras me desvestida. -          ¡Oliver Hamilton! Sabes lo preocupadas que nos tenías, llevo horas llamándote y tu no contesta, he mandado a tu padre a tu departamento. Sophie nos dijo que no fuiste a trabajar, pensamos que te había pasado algo – aquellas palabras salieron atropelladas y llena de histeria. -          Si sabes que tengo treinta y dos años ¿verdad? – masajee el puente de mi nariz. -          Me importa un rábano, aunque tuvieras cuarenta, siempre vas a ser mi hijo chico, no puedes desaparecer y no decir nada – esta furiosa – Además deberías estar viniendo para acá, tiene que estar toda la familia para cuando las personas lleguen y tu ni siquiera estas listo. -          ¿Cómo sabes que no estoy listo? – cruzo los brazos en mi pecho. -          Porque te conozco – resopla – Seguramente saliste a correr y decidiste hacer gimnasia y ahora dejaste el agua corriendo y me llamaste para que no me volviera loca – sentencia y chasquea la lengua. -          Entonces si me conoces… - callo un segundo – ¿Por qué no pensaste todo aquello en un primer momento? – se queda callada -          Metete a bañar y ven a la empresa – habla seca y me río. -          Mititi a biñir y vin i li imprisi – me mofo como cuando era chico. -          Para ser que tienes treinta y dos años, sigues siendo un idiota – comenta jocosa. -          En teoría eso no es cierto, visto y considerando mi CI – la imagino poniendo los ojos en blanco – Creo que me confundes con Nathan, Emma – rio nuevamente – Nos vemos en un rato mamá.     Mande un mensaje a mi padre avisando que la puerta estaba abierta y le pedí a George que llegara en veinte minutos a mi casa, me metí bajo el agua y me bañe rápidamente, ya no iba a poder disfrutar mi tiempo de relajación debido a mi reciente llamada.       Diez minutos después estaba buscando que ponerme para la ocasión, tome una camisa blanca, con mi traje azul marino y un corbatín n***o, fui al cajón donde se encontraba el reloj que me regalo mi padre para las fiestas, desordene un poco mi pelo para darle un aire más relajado, me coloque mi colonia. La puerta de mi pieza sonó mientras me colocaba el reloj en mi muñeca y me observaba en el espejo.   -          Pase - mi padre asomo su cabeza y sonrió. -          Buenos días hijo – sonreí al verlo y me acerqué para abrazarlo. -          Papá – golpee su espalda – Me quieres decir que le pasa a mamá. – continúe arreglando mi ropa -          Si supiera – se quedó pensando – No estaría aquí.     En eso tenía toda la razón, papá era un experto en controlar sus crisis. A Emma le encantaba tenerlas, la primera fue cuando tuve una fiesta, en ese entonces me hablo de drogas, sexo y demás cosas. Después cuando Theo me regalo un auto, eso fue una guerra, en su mente morí una diez veces antes de salir de la casa. Con mis hermanos era peor y más con Emily, que al ser mujer tenía miedos de todo tipo, algunos muy desagradables para el pensamiento.   -          ¿Desayunaste? – negué con la cabeza y él abandono mi cuarto.     No tarde mucho en salir, cuando llegue al living de mi casa, no lo encontré, por lo que tuve que seguir el ruido. Theo se había sacado su saco n***o, llevaba una camisa gris y no tenía corbata, sus ojos estaban en la cafetera y tostadora. Me senté en el desayunador y lo observé trabajar.     Mi mente vago años atrás en su departamento, era la misma escena, pero sin su traje, en aquel entonces yo solo pensaba en emparejarlo con mi madre, pero después de ese desayuno ya no solo buscaba eso, quería que me quisiera como si fuera su hijo y así fue.   -          ¿Pasa algo? – sus ojos grises me observaron.     Llevaba años viéndolo a los ojos y todavía no me acostumbraba al cambio en su color, siempre viraba del gris al turquesa, algo fascinante aun con los años y digo los años porque ahora llevaba barba y algunas canas se marcaban en su cabello.   -          Recordaba - admití y acepte el café que me entrego.     Mi papá no dijo nada, solo busco las cosas y me preparo mis tostadas como cuando era niño, en aquel entonces hablábamos trivialidades, ahora…   -          Creo que tu madre está nerviosa por el viaje – me dio el pan y me miro -          Le dije que me quedaba con los cavernícolas – mordisqueé la tostada. -          No les digas así – negó con la cabeza divertido – Después creen que no los quieres. -          Ellos saben que los amo – lo mire fijo – Como también saben que soy tu preferido – levanto una ceja. -          Mi preferido – negó – Yo no tengo preferidos – carcajee. -          Claro que los tienes, hasta mamá los tiene y ambos casos soy yo – río y negó con la cabeza – Debes admitir que no les di casi trabajo, fui tu primer hijo, Emily fue planeada, sí, pero era un dolor de huevo y Nathan un improvisto en el sistema. -          ¿Le estas diciendo fallado? – me mira -          No sé si falla, pero que no fue planeado eso seguro – tome mi café – Mamá casi te mata cuando se enteró que estaba embaraza. -          Lo sé, casi me hace la vasectomía ese mismo día en la casa – reímos los dos – Pero tú si generaste problemas, tal vez no como los de tus hermanos, pero vivías haciendo travesuras en la escuela, quemaste el taller, convertiste el agua de la pileta en gel… - media sonrisa se forma en su rostro - ¿Quieres que siga? -          ¿Cuándo dejaste de ser divertido? – pregunte curioso.     No pudo contestarme porque el ruido del timbre nos interrumpió, termine de tomar mi café mientras mi padre se dirigía a la puerta, no me hizo falta preguntar quién era ya que la voz del griego inundó la sala.     Mi padre conocía bien a George desde que éramos adolescentes, la primera vez que lo vio fue cuando tuvimos una fiesta en casa de unos amigos, George se quedó en casa por primera vez, Emma estaba feliz por mi amistad e histérica por la salida, volvimos de madrugada, él ebrio y yo sin mi virginidad, una anécdota graciosa si lo preguntan.   En fin, ambos se llevaban muy bien, incluso Theo le había presentado algunas mujeres de la empresa o socias.   -          ¿Cómo están los Hamilton? – me dio la mano y asentí. -          Bien – me levante – Me lavo los dientes y nos vamos, antes de que mamá comience a llamar. – apenas termine de hablar el celular de mi padre comenzó a sonar. -          Ya empezó – nos mostró la pantalla. -          Eso fue raro – comento mi amigo y me fui.     Pasaron exactamente treinta minutos hasta que llegamos al hotel donde se realizaba el desfile, el “Sun and Moon Hotel” era una de los lugares más prestigioso del lugar, su clasificación era de cinco estrellas y ocupaba toda una manzana.     El evento se realizaría en la parte trasera al aire libre, el lugar era fantástico, su exterior era todo blanco, con ventanales casi de la misma altura que el lugar, su diseño se basaba en la Grecia antigua, por dentro los muebles dejaban en cada aspecto de la historia, aunque tenían un pequeño toque más moderno para comodidad. El suelo tenía una serie de diseños y las paredes eran blanca en su totalidad.     Observe algunos cuadros mientras George me contaba quienes eran sus autores, según él, el hotel estaba tan bien hecho que se sentía completamente en casa. Mi padre me toco el hombro y me señalo la puerta trasera, pude divisar a mi madre en un vestido color hueso hasta arriba de su rodilla. Su cabello estaba semi recogido y llevaba unos tacones altos como de costumbre.     Nathan estaba a su derecha en un traje azul oscuro con camisa blanca sin corbata, su pelo castaño estaba un poco revuelto como el mío, a su izquierda Emily, su cabello oscuro brillaba al igual que sus ojos, llevaba puesto un vestido n***o hasta su rodilla que se ajustaba demasiado a su cuerpo, dejándola demasiado expuesta y los labios en un bordo intenso, se había cortado el pelo bien corto y ya no parecía una niña.   -          Sabes que… - mi amigo hablo con la mirada al frente – Creo que me retracto de mis palabras. -          Ni se te ocurra Pride – aprete los dientes y él río. -          George yo te aprecio, pero como juegues con mi hija, te corto los huevos – Theo lo miraba tan serio que Pride trago con dificultad. -          Hijo – mi madre me beso las mejillas – George, que gusto verte – sonrió y lo abrazo. -          Bellísima como siempre Emma – la halago – Creo que hasta podría proponerte casamiento -          Pride… - amenazo mi padre. -          Oh… Hamilton, no hay nada que te conforme – se quejó mi amigo – Si me fijo en tu mujer está mal, si me fijo en tu hija, está mal – se hacia el ofendido mientras mis hermanos reían – Entonces ¿En quién me puedo fijar? – lo miro serio esperando una respuesta. -          En esa hermosa castaña que esta allá     Nathan señalo una muchacha en un vestido gris largo, sus piernas se marcaban debajo de la tela, eran largas y bien definidas piernas, tanto que hacían quedar hipnotizado a cualquiera que pasara, tenía el pelo suelto cayendo en ondas y unas caderas increíbles. Estaba hablando muy animadamente con Bruno y Mateo, sentí un poco de enojo al ver como la miraban, ninguno de los dos era muy respetuoso y no demostraban ningún tipo de pudor cuando decidían mirarle los pechos. Al final mis primos eran unos desagradables. -          Creo que te hare caso – se acomodó el traje – De igual manera – miro a Emily – Mi corazón es tuyo – guiño un ojo – Solo hay que esperar que tu padre me acepte y nos casamos     Emily se puso completamente colorada y río como boba durante unos minutos, algo que captó la atención de Bruno que decidió venir donde nos encontrábamos, dejando a Mateo con la chica. -          Deberías acompañarlo – susurro mi padre al oído – No queremos disturbios – asentí y seguí al griego.     George no era un tipo desagradable, pero en algunas ocasiones podía ser un poco inoportuno con sus palabras. Para él, todas las mujeres eran iguales, algo que estaba totalmente erróneo, las mujeres era todas distintas y acá una de ellas le gustaba algo distinto a la otra. ¿Cómo sabía eso? Nicole, ella se encargó de explicarme la cabeza de las mujeres desde su punto de vista.     -          Ciao bella mia – el griego saco sus encantos a relucir, pero la muchacha ni siquiera voltio a verlo – Ejem – carraspeo y se acercó un poco más - ¿Cómo es posible que una mujer tan bella se encuentre tan sola?     La castaña apago su móvil y suspiro con pesadez, guardo el aparo de forma tranquila en su bolso, casi a paso tortuga, lo estaba haciendo apropósito y se notaba. Se balanceo en sus zapatos por un momento y acomodo su cabello, mientras George esperaba una respuesta. Mire a mi familia que se reía mientras observaba en nuestra dirección, Mateo le señalo a su espalda, pero no dijo nada.   -          Seré breve – giro y miro a mi amigo – No me interesa, gracias – volvió a darle la espalda. -          ¿Cómo sabes que no te interesa si ni siquiera me hablas? – la muchacha volvió a suspirar y giro. -          ¿Qué te hace pensar que eres mi tipo? – cruzo sus brazos. -          Cariño, yo soy del tipo de cualquiera – largo una de sus sonrisas y la chica rodo los ojos. -          ¿Te refieres a un idiota? – no me guante y solté una carcajada haciendo que la muchacha me mirara.     Sus ojos cafés se posaron en los míos por un largo tiempo, su cabello no era completamente castaño, sino que lo adornaban una mechas en tono más claro. Sus cejas pobladas estaban perfectamente delineadas, su rostro terminaba en punta dándole una aire de mujer grande y chica joven a la vez. Me resultaba tan conocida.   -          Ya sé quién eres – volvió a mirar a mi amigo y sonrió de costado. -          ¿Ah sí? – por su cara, supuse que estaba tratando de recordar si se había acostado con ella. -          Si – acomodo su pelo nuevamente, desprendiendo un olor a flores increíble – Eres George Pride y tú – me miro fijo – Oliver Fournier o Hamilton, como prefieras. -          Creo que estamos en desventaja – hable al fin y ella me sonrió de forma tierna. -          ¿Qué pasa mocoso? ¿Ya no me reconoces?   Puedo jurar que mis ojos salieron de sus orbitas y mi boca termino por el piso, yo sabía que aquella chica me resultaba sumamente familiar, pero no pensé que fuera por eso. Hacia exactamente catorce años que no la veía, en aquel entonces era una niña pequeña con problemas de conducta muy marcados, era picuda y maleducada, pero a la vez tierna y muy viva.     En alguna oportunidad le dije a mi madre que, para mí, Molly tenía un coeficiente intelectual alto y por eso era su actitud, la chica podía resolver problemas de cursos más avanzados que el de ella, creí que la llevarían para averiguarlo, pero Molly se negó rotundamente a asistir a algún médico.     -          Molly… - junta los brazos frente a su cuerpo y asiente. -          Ya puedes cerrar la boca Oli o te entraran moscas – rio mientras negaba con su cabeza y se acercó para abrazarme. -          Claro, a él si lo abrazas - se quejó el griego, pero ni lo mire.     Solo pude observar a la mujer que camino hacia mí y envolvió con sus brazos mi cuello. Su perfume floral inundo mis fosas nasales, una de sus manos descanso en mi cuello, mientras la otra tomaba mi mejilla para alejarse.   -          Estas muy lindo mocoso – beso mi mejilla – Eres como los vinos – carajeo y volvió a abrazarme – Te extrañe – susurro en mi oído. -          Tú estás hermosa – la abrace más fuerte – Yo también te extrañe mocosa.       Sus brazos se quedaron un rato más en mi cuello y me permití ver a mi familia, todos parecían quejarse menos Nathan, quien en este momento recibía billetes de mis tíos, padres y hermana.
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