Salgo detrás de él siguiendo sus decididos pasos sin mirar atrás, esquivando en el camino las atentas miradas curiosas que nos dedican cuando dejamos el concurrente recinto. Abre la puerta de su oficina y me hace una obvia seña con la mano en la que me indica que pase adelante, la cual entiendo muy tarde pues me ve con impaciencia y desespero. Me adentro quedando inmóvil frente a su escritorio mientras que él se pone cómodo en la gran silla presidencial. —Puede sentarse, señorita Bell —me indica nuevamente con la mano y una insoportable expresión neutra en su rostro. Me acomodo en el mueble llena de inquietud sintiendo el corazón algo agitado pues advierto que en algún momento me acusará de algo gravísimo y no tendré como defenderme al respecto. Cálmate Mellie, lo que hiciste fue ayudar