Isabella sintió cómo un escalofrío glacial recorría su espalda, y en un instante, su instinto le dictó que debía apartarse rápidamente de Adrian. Retrocedió unos pasos, sintiendo la urgencia de escapar de allí lo antes posible, aunque no tenía ni la más mínima idea de cómo hacerlo. —Señor Draven —dijo Isabella con una voz firme que apenas lograba ocultar el latir desbocado de su corazón—. Creo que sería mejor regresar con mis padres. Después del almuerzo, podríamos tomarnos el tiempo necesario para disfrutar de su… excéntrica colección de libros. Adrian soltó una risa que Isabella halló siniestra y, con una mirada cargada de malicia disfrazada de amabilidad, se acercó aún más a ella. —Por supuesto, señorita Fitzwilliam, vamos de inmediato. Tenemos todo el resto del día para que le muest