Mientras tanto, en la exquisita alcoba principal de la mansión Wolfsbone, Emily estaba muy concentrada poniendo en práctica las enseñanzas que Elena le había transmitido, todo ello con el único propósito de satisfacer a su amado esposo. En ese íntimo instante, ambos yacían desnudos en la cama. Emily, con maestría y delicadeza, acariciaba con sus dos manos la virilidad de Alexander, quien, con sus ojos colmados de lascivia, la observaba extasiado. La forma en que Emily atendía el sexo erecto y duro como roca del rubio cumplía su cometido a la perfección: despertar en él un deseo inexplorado, y eso que aún no había iniciado el deleite de su boca. Emily, siempre aplicada a sus estudios, aprendió como canalizar toda su fragancia carnal únicamente hacia Alexander, concentrando su excitación en