—Por mis ancestros zorro, pensé que ser el escolta del rey sería mucho más entretenido. Juro que jamás me quejaré de mis agotadores entrenamientos diarios... Amaré la esgrima, incluso tararearé el juramento de los cazadores —declaró Duncan, sentado en el suelo de la tienda, en una esquina. Sentía que el aburrimiento y el hambre lo estaban matando, ya que había visto hace un rato a los trabajadores del sastre pasando con té y panecillos. Eran las cuatro de la tarde y a él no le ofrecieron ni siquiera las sobras.
Si iban a tomar el té, eso significaba que la visita se prolongaría al menos hasta que cerraran. De vez en cuando, las personas entraban para ver las telas y eran atendidas por los trabajadores, pero Duncan los ignoraba por completo. Sin embargo, en esta ocasión, se acercó a él uno
