—¿Y desde cuándo yo soy bueno? —ese era Duncan, defendiéndose de las palabras de su compañero —Solo veo lo mejor de mí. Esta ropa la hice yo mismo en el orfanato. A todos nos ponían a coser, ¿aquí no hacen eso? —Yo nací aquí —dijo el otro muchacho con un tono altivo. —En la sede principal no nos trataban como a huérfanos de pueblo como a ustedes. Y por cierto, escúchate. Se te ha pegado el acento americano. No sé cómo el Rey te soporta. Ah, y si has crecido, ahora tienes aún más pecas que el año pasado —se mofó mientras se levantaba de su catre y luego salía de la habitación, que parecía más una celda que un alojamiento para jóvenes. Duncan apretó los labios con fuerza en señal de molestia, pero prefirió no decir nada al respecto. Aunque al final no pudo resistirse y exclamó: —¡Tus celo