Emily se volteó hacia el lobo, que se encontraba sentado frente a ella, y observó cómo salivaba profusamente mientras jadeaba. ¿Estaría teniendo calor? Era improbable, ya que el frío del ambiente comenzaba a penetrar en sus huesos. Sin embargo, a ella le encantaba esa sensación, por lo que no le importaba en lo más mínimo. —Cuando los perros jadean, por lo general es porque han estado corriendo mucho. ¿Acaso has estado corriendo, lobito? Pareces agitado —dijo Emily mientras se ajustaba en su posición—. Sabes, me encanta el frío, me encanta sentir escalofríos. ¿No es extraño? Por cierto, ¿quién te alimenta cuando no lo hago yo? Probablemente tu excéntrico dueño... —añadió mientras Alexander se acercaba lentamente. Por un momento, Emily sintió un atisbo de miedo. ¿Acaso él intentaría atacar